Cracovia

Polonia debe ser uno de los mejores países de Europa para los artistas provocadores. Mientras que en otros lugares ya escandalizan muy pocas cosas, la foto de una mujer llevando con correas de perro a dos hombres a cuatro patas (es una imagen tomada en 2005) y el vídeo de una chica comiendo una banana (que data de 1973) han provocado una gran controversia en el Museo Nacional de Varsovia.

Ambas obras se han retirado de la exhibición porque, según el director del museo, no se deben mostrar obras "que irriten a los jóvenes sensibles". El veto provocó una movilización de cientos de jóvenes, sensibles, pero más irritados por la censura que por las bananas. Se manifestaron frente al museo comiendo las andywarholescas frutas.

En la Polonia de los años 70, se llamaba "dzieci banana" ("niños banana") a los afortunados que podían permitirse comer esas, por entonces, caras y difíciles de conseguir frutas. Por extensión, se siguió llamando así a los hijos de familias pudientes y bien conectadas durante muchos años. Hoy día, ni siquiera las abuelas polacas usan esa expresión, al igual que pocas personas recuerdan la escasez de productos en las tiendas bajo el régimen comunista.

Según Natalia LL, autora de la videoinstalación, el proyecto 'Arte de Consumidor' pretendía, entre otras cosas, denunciar la escasez de objetos de consumo en Polonia. La incapacidad de apreciar una obra dentro de su contexto, sin embargo, no parece al alcance ni siquiera del director del Museo Nacional, Jerzy Miziolek, un gestor sin experiencia en la dirección de grandes instituciones culturales que fue nombrado por el gobierno a finales del año pasado.

En las redes sociales, las campañas #jesuisbanan y #bananagate, apoyadas por algunas personalidades del mundo cultural, se han mofado de una decisión que no sólo pone de manifiesto la existencia de censura en el mismísimo Museo Nacional, sino que también recuerda lo fácil que resulta perturbar las conciencias de cierta parte de la sociedad polaca. El portavoz del senado intentó contrarrestar el efecto viral de estas campañas, instando a comer manzanas, "que son más sanas porque no tienen azúcar y además son producidas en Polonia". "La protesta con bananas es un camino directo a la obesidad", intentó bromear.

Aleksander Twardowski, un artista polaco, apoyando la campaña.

No es la primera vez que se da un caso de censura contra manifestaciones artísticas que no estén en sintonía con la ideología ultraconservadora, ultracatólica y ultranacionalista del PiS, el partido en el poder. Además de cortar subvenciones para exhibiciones, museos o artistas, el actual gobierno ha modificado los libros de texto escolares para resaltar o excluir figuras y hechos históricos a su conveniencia.

El carísimo y recién estrenado Museo de la Segunda Guerra Mundial de Varsovia tuvo que ser clausurado para remodelar sus contenidos porque "se centraban demasiado en el sufrimiento judío y demasiado poco en el sufrimiento polaco". El director de este museo fue despedido. El año pasado se cambió el nombre de una calle en Gdansk, en honor de las Brigadas Internacionales de la Guerra Civil Española, porque era "pro comunista".

Deriva autoritaria

El ministro de Cultura detrás de estas decisiones, Piotr Glinski, dejó bien claro su talante cuando a los pocos días de tomar posesión de su cargo envió una amenazadora carta a un grupo teatral de Wroclaw que pensaba representar una obra de la premio Nobel Jelinek. "El Estado no subvenciona pornografía", dijo antes de admitir que no había leído ni visto jamás la obra en cuestión. Por su parte, la viceministra Wanda Zwinogrodzka, encargada de supervisar los teatros públicos, declaró que "el Estado tiene que alejarse de la libertad de expresión artística", apoyando una "nueva partición del pastel" de subvenciones a cultura y diciendo que "hay que acallar los gritos de la izquierda para que los demás puedan hablar".

La dotación económica de las instituciones culturales públicas, así como las subvenciones a cultura en Polonia eran más bajas en 2016 que en 2010. Los hogares europeos gastaban en 2014, de media, 1.300 euros anuales en cines, teatros y cultura recreativa; mientras que en Polonia el gasto era en 2015 de unos 6 euros por persona y año, según la Oficina Central de Estadísticas polaca. El, comparativamente, bajo poder adquisitivo de gran parte de la población de este país hace que la cultura oficial, la subvencionada por el Estado, sea muchas veces la única o principal oferta cultural a la que mucha gente puede acceder. Por eso, tiene gran importancia que desde el poder se favorezca la difusión de todo tipo de voces y tendencias, algo que raramente ocurre.

El bananagate y su efecto rebote contra la censura impuesta recuerda otros casos en los que las más altas instituciones culturales del país actuaron al más puro estilo estalinista. La publicación de un diccionario de alemán-inglés-polaco en la región de Opole fue denunciada por un senador que vio en el libro una "amenaza a la razón de ser del Estado polaco", ya que según él algunas definiciones sugerían que Opole es parte de Alemania. Incluso un diputado, miembro de la minoría alemana propuso quemar las 2.000 copias del libro. La asamblea regional de Opole consiguió que, de manera ilegal, la Biblioteca Nacional no prestase ninguno de los dos ejemplares que tiene. Ha sido la primera vez en la historia de la democracia polaca en que la Biblioteca ha negado el acceso al público de un libro.

Como suele ser habitual, lo prohibido provoca una curiosidad que tal vez no despertaría si fuese normalmente aceptado. Es lo que ocurrió en 1976 con el llamado Kamasutra del Este, un libro de sexología editado de manera semiclandestina en 1976 por la sexóloga Michalina Wisłocka cuya historia fue llevada al cine hace poco.

Durante su trato con pacientes inexpertos, descontentos, desorientados y frustrados, fue dándose cuenta de que todos estos problemas tenían el mismo origen: la ignorancia. Su “Arte de amar” intentó adaptarse a la censura comunista limitando el tamaño de las ilustraciones al de un sello de correos y usando solo el blanco y negro.

"¿Qué hace una polaca acostándose con un negro?" le preguntaron entonces los censores a la doctora. En el texto, se recomendaba a las parejas aprovechar las posibilidades de una cocina poco espaciosa para cocinar juntos algo más que la cena, se aconsejaba evitar las distracciones del teléfono, y aprovechar las horas del día en que los niños y abuelos no estaban en casa para hacerlo.

Cuando finalmente llegó a los escaparates, se vendieron siete millones de ejemplares a este lado del telón de acero, a pesar de que muchos hogares contaban ya con una fotocopia encuadernada del libro. Se dice que años antes, la esposa de un censor se quedó con una copia y ésta se fotocopió millones de veces, reproduciéndose cual óvulo fecundado. A pesar de, o gracias a la censura de aquellos tiempos, el libro no faltaba en ningún hogar polaco y seguramente todos los miembros de la familia lo hojeaban a escondidas de los demás. Algunos aún lo hacen.

Hace poco, las inefables imágenes de un sacerdote polaco quemando libros de Harry Potter y juguetes de Hello Kitty, acompañado de una comitiva de apesadumbrados niños, porque tenían que ver con la brujería y eran sacrílegos. Aquel ridículo acto contribuyó a difundir la imagen de país supersticioso y pacato donde la información sobre el sexo, el trato a la religión y la expresión artística son supervisados por el poder. Como un elefante asustado de los ratones, el gobierno polaco ha reaccionado más de una vez de manera histérica ante cualquier forma de "arte degenerado", intentando sofocar o suplantar la voz de los creadores. "El arte es la búsqueda de la libertad. La libertad es un objetivo en sí misma, y el arte consigue ese objetivo". Son palabras de Natalia LL, creadora de la obra de las bananas. Lo dijo hace 31 años.