La hiperconectividad, actualmente, tiene atrapada a la sociedad. El miedo a perdernos algo, conocido como FOMO, por sus siglas en inglés (Fear of Missing Out) y la búsqueda constante de estímulos, dominan nuestras vidas.
La psiquiatra Marian Rojas-Estapé, autora de libros como Cómo hacer que te pasen cosas buenas o Encuentra tu persona vitamina, ha reflexionado en varias ocasiones sobre los efectos negativos que esta tendencia puede tener en nuestra salud mental.
Sin embargo, en sus recientes intervenciones en redes sociales, ha destacado un aspecto crucial y a menudo ignorado: los beneficios del aburrimiento para el cerebro. Algo que ha suscitado un gran revuelo al considerarse un aspecto negativo.
Las personas tienden a asociar el aburrimiento con la soledad, la falta de productividad o la ausencia de emociones positivas. Vivimos en un mundo donde las redes sociales, los mensajes instantáneos y los vídeos virales inundan nuestra atención, lo que hace que los momentos de pausa y desconexión se vuelvan incómodos.
Para Rojas, el cerebro moderno ha sido condicionado para buscar estímulos constantes, especialmente aquellos que liberan dopamina, el neurotransmisor responsable de la sensación de placer. Pero, ¿acaso es algo malo?
Efectos del aburrimiento
Este "consumo dopaminérgico" incluye desde las redes sociales y las notificaciones hasta el entretenimiento audiovisual y la comida ultraprocesada. "No nos gusta aburrirnos", comenta Rojas.
Nos hemos acostumbrado a nuestro cerebro a recibir constantes dosis de información. Cuando no hay nada que lo estimule, se siente incómodo, lo que nos lleva a buscar rápidamente nuevas fuentes de gratificación instantánea.
Aunque el cerebro necesita esos momentos de actividad para resolver problemas y conectarse con el entorno, también requiere de pausas para mantenerse en equilibrio. El problema es que, cuando tratamos de detenernos, surge el temido aburrimiento y, con él, emociones no resueltas como la ansiedad o el miedo.
La psiquiatra hace una comparación interesante al describir cómo funciona el cerebro en estos momentos. Por un lado, tenemos los estímulos dopaminérgicos, que constantemente nos empujan hacia la búsqueda de placer y gratificación. Por el otro lado, está el dolor, encargado de regular el exceso de dopamina.
Este sistema de recompensa-dolor puede llevarnos a un punto en el que ya no buscamos el placer por sí mismo, sino para evitar el malestar emocional asociado a la ansiedad, la soledad o el aburrimiento. "No nos gusta aburrirnos y matamos los momentos de pausa consumiendo contenido dopaminérgico constante", señala Rojas.
La ociosidad consciente
La solución a este ciclo, según la psiquiatra, no es eliminar el aburrimiento, sino aprender a abrazarlo como parte de una "ociosidad consciente". Este concepto se refiere a la práctica deliberada de detenernos y no hacer nada en ciertos momentos.
En estos espacios, alejados de las pantallas y las distracciones tecnológicas, podemos reconectar con nosotros mismos y permitir que la mente divague.
"Mirar por la ventana, meditar, agradecer o simplemente dejar que se active la divagación mental son formas de activar la red neuronal por defecto", comenta Rojas.
Esta red es la que se pone en funcionamiento cuando el cerebro está en reposo y permite la conexión de ideas, la resolución de problemas y el procesamiento de emociones.
En su propia experiencia como psiquiatra, Rojas utiliza estos momentos de pausa después de sus consultas para reflexionar sobre lo que ha escuchado de sus pacientes, buscando nuevas soluciones o tratamientos.
Poder parar sin culpa
Una de las ideas más poderosas que Marian Rojas promueve es que pausar no solo es necesario, sino que no debe generar culpa. Vivimos en una sociedad que valora la productividad constante, donde el tiempo de inactividad se percibe como un fracaso.
Sin embargo, la psiquiatra nos invita a cambiar esta mentalidad y a integrar pequeñas pausas en nuestro día a día. "Momentos de ociosidad consciente", como los llama, son esenciales para mantener el equilibrio mental y emocional.
Estas pausas no solo permiten al cerebro descansar y desconectarse de la sobreestimulación externa, sino que también fomentan la creatividad y el autoconocimiento.
Al dejar que nuestra mente divague sin rumbo fijo, podemos encontrar soluciones a problemas complejos que no habríamos resuelto de otra manera.