El 1 de septiembre de 2019, Marta Insausti, de 58 años, inició su vuelta al mundo en moto. Sus objetivos eran conseguir fondos para la Fundación Vicente Ferrer y para CRIS contra el cáncer. Socia de ambas, asegura que “son honestas, hacen un trabajo titánico y gastan hasta el último céntimo en proyectos muy necesarios”.
Pero además, Marta hacía aquel viaje porque, tras finalizar un duro tratamiento para un cáncer de mama grado III, “quería retos, sentirme viva y demostrarme a mí misma que podía”.
Cuando hablamos, acaba de llegar a Nueva Orleans, la ciudad más poblada del estado de Luisiana, con su moto Royal Enfield. Lleva más de 46.000 kilómetros. En su periplo ha pasado por Francia, Italia, Eslovenia, Croacia, Bosnia, Serbia, Bulgaria, Turquía, Irán, Pakistán, la India y Tailandia.
De allí saltó a Nueva Zelanda, donde le fue imposible rodar por un problema con el envío de su vehículo. De allí saltó a Chile. “Con todo preparado para continuar, me pilló la pandemia”, cuenta. Tras dos años de parón, prosiguió su aventura el 1 de marco de 2022. Ya le queda poco para acabarla.
A Marta Insausti le cambiaron la vida las circunstancias. La crisis económica hizo que sus socios decidieran cerrar sus negocios, unas escuelas de formación que levantó con mucho trabajo. Aquello coincidió con el divorcio del padre de sus hijos, Marta, de 29 años, y Jesús, de 26.
Pero lo más duro estaba por llegar: le diagnosticaron cáncer de mama. “Me dijeron que era bastante grave. De la noche a la mañana, como pasa con estas cosas, me vi en quirófano, con la quimio… En un requetetúnel”, recuerda.
Motera de toda la vida, explica que, cuando regresaba a casa agotada tras las sesiones de quimioterapia, “me acostaba, cerraba los ojos y subía a una moto imaginaria. Me iba a recorrer las montañas.
Mi cuerpo dolorido se quedaba en la cama, pero yo me evadía totalmente, escuchaba a los pájaros cantar, olía el bosque…”, recuerda y hace que te estremezcas, “la moto me salvó”.
Por eso, al ver que, tras cerrar sus empresas, su vida se quedaba como una página en blanco, decidió lanzarse a recorrer el mundo como una moderna Willy Fogg sobre dos ruedas. “Me dije, no voy va a ser más difícil que dirigir empresas o que criar hijos, y me marché”, cuenta. “Necesitaba aire, limpiarme de toda la porquería, sentirme viva y, sobre todo, demostrarme que podía hacerlo”, explica.
Además, decidió darle un objetivo social a su aventura para ayudar a dos organizaciones de las que es socia, la Fundación Vicente Ferrer y CRIS Contra el Cáncer. “Conozco a las dos en profundidad, hacen una labor impresionante”, afirma.
Hasta la fecha, ha conseguido recaudar alrededor de 10.000 € para la primera y algo más de 3.000 para la segunda. Su reto es llegar a 10.000 euros para financiar la unidad de terapias experimentales que la Fundación CRIS contra el Cáncer tiene en el Hospital Clínico San Carlos de Madrid.
“Espero que este reportaje sirva para que la gente se anime a ayudarnos, porque la investigación es vida para los enfermos con cáncer”, dice. Por el momento, la fundación la acaba de galardonar por su apoyo. El premio lo recogió su hija en Madrid.
“Me sentí muy feliz y honrada. CRIS lo hace todo en los hospitales públicos, para que todo el mundo se pueda beneficiar de sus avances y creo que eso es fundamental”, apunta.
“Las mujeres iraníes me daban las gracias”
Precisamente, con su hija pasó unos días emocionantes cuando recorrieron juntas Irán. “Ella no es motera, pero quería conocer el país y nos encontramos en Teherán. Se ha convertido en uno de nuestros favoritos”, asegura Marta.
Allí, las mujeres tienen prohibido ir en moto, pero no tuvieron problemas, sino muchas muestras de ánimo. “Éramos un escándalo. Las iraníes nos paraban para decirnos que nos admiraban y me daban las gracias por hacerlo, decían que éramos una bandera de libertad y que les estamos ayudando un montón”, recuerda.
En los pequeños hoteles de los pueblos donde dormían, se montaban siempre tertulias femeninas. “Todas hablaban un inglés perfecto y nos contábamos las vidas. Recuerdo a una mujer que nos enseñó un vídeo de su hija cantando, lo hacía tan bien que podría estar triunfando en cualquier país, pero allí las mujeres lo tienen prohibido”, asegura. Con todo, es uno de los destinos a los que más recomienda ir.
Moteras en la India
Tras Irán, llegó a la India, a conocer el programa “De mujer a mujer”, de la Fundación Vicente Ferrer, un programa que les da formación para montar sus propios negocios y empoderarlas, y luchar así contra las altas tasas de suicidio femenino, la principal causa de muerte entre mujeres indias menores de 50 años, según Global Burden Diseases, debido a una situación social y económica que las sobrepasa.
En la India conoció a Vaishali, o Vai, presidenta de un club de mujeres moteras en Visakhapatnam, una ciudad portuaria de la costa oriental del país. “Nos puso en contacto un motero que conocí en Chennai para que me organizara una charla sobre el viaje y se ha convertido en una gran amiga”, explica, “las dos tenemos la misma edad, hemos tenido cáncer de pecho y somos moteras. Tenemos mucho en común, aunque procedamos de culturas tan diferentes. Nos queremos un montón y hablamos por Whatsapp”.
De Asia fue a Oceanía, y de allí a Chile, para recorrer América. La pandemia detuvo su viaje dos años, pero el 1 de marzo de 2022 volvió a la carretera. El objetivo era llegar a Nueva York. Si bien en 2019 estaba muy en forma, la segunda vez no tanto.
“Salí prácticamente del encierro a la carretera y está siendo más duro, claro”, admite esta mujer que desprende alegría y que asegura disfrutar “muchísimo” viendo carreras de motos. “Soy de Marc Márquez a muerte, me gusta porque está muy loco y nunca da nada por perdido, nunca tira la toalla”, resalta del campeón de moto GP.
Motera contra los estereotipos
De su enganche con las dos ruedas, reconoce que “es difícil de explicar, creo que hay que ser motero para entenderlo. En Madrid, cuando iba a trabajar, bajaba al garaje con mis comidas de tarro del trabajo y, en cuanto subía a la moto, sentía felicidad… Sin arrancar, eh. Y en carretera, pensaba, qué afortunada soy. Mientras le gente estaba en el metro o en un atasco, yo sentía el calor, el frío, la lluvia… La vida. Siento que la moto es la llave a tu libertad”.
Hablando con Marta, se podría pensar que el mundo de las motos no está masculinizado. Pero ella contesta con su habitual honestidad y claridad: “Qué va, es un mundo machirulo total”, asegura. Por eso, en rebeldía, decidió llamarse en redes sociales ‘La motera’.
“Quería desmontar el ideal masculino de la mujer en moto, que tiene que ir con unas tetas enormes, encorsetada de cuero y, por supuesto, de paquete, como un objeto sexual. Pues no, pensé, vais a flipar, la motera es una mujer de más de 50 años, con el pelo blanco, con hijos y que no da para nada ese perfil”.
La frontera del miedo
Aunque no ha tenido ninguna mala experiencia en todos sus viajes, Marta recuerda un momento en el que casi sintió terror. Cuando estaba en México, descubrió que para cruzar la frontera necesitaba una visa, pero no le daban cita hasta dos meses. Unos moteros mexicanos, que se la habían llevado a comer y a tomar mezcal, la convencieron para pasarla sin ella.
“‘Híjole, a los gringos les encantan las aventuras épicas como la tuya, seguro que te dejar entrar’, me decían”, recuerda. “Yo nunca lo hubiera hecho, pero me allí planté. Eso sí, tenía tanto miedo que hasta me dio diarrea”, confiesa. Los funcionarios norteamericanos, efectivamente, se hicieron fotos con ella y su moto, y le dieron la enhorabuena por su hazaña.
Pero, cuando una de ellos supo que había estado en Irán, considerado un país ‘chungo’, la cosa se torció. “Yo me quería morir, le expliqué que debía de cruzarlo sí o sí para llegar a la India. Durante un rato, dudó. Yo ya me veía como la última temporada de Orange is the new black, la serie que estoy viendo. Pero al final, me puso el sello y me deseó buen viaje”.
También recuerda lo que llama “momentos Paco Martínez Soria”, como en Houston, que no se apañaba con las autopistas o los lugares donde aparcar. “Tuve que cambiar la moto cinco veces de sitio, hasta que un chico salvadoreño me explicó cómo iba la cosa”, confiesa, “me sentía súper cateta”.
Y lo mucho que se enamoró de Guatemala, otro país que recomienda mucho visitar. “Lo tiene todo para hacer un gran viaje, no vas a dar crédito de los paisajes de la naturaleza de la cultura los mayas y cómo siguen viviendo del sincretismo religioso que allí está llevado a las últimas consecuencias, con el incienso, hogueras y chamanes, todo junto”, explica.
Una celebración de vida
Ya en la recta final de su vuelta al mundo, reconoce estar “súper emocionada” y seguir sin tener “ni idea de lo que voy a hacer a mi regreso. Muchos días, voy en la moto pensando qué hacer con mi vida tengo y, la verdad, no llego a ninguna conclusión.
Soy una persona normal que estoy haciendo realidad un sueño, alguien con muchas ganas de vivir y de ayudar por dónde paso, en la medida pequeñita en la que puedo. Con eso me doy por satisfecha”.
De esta aventura épica, pura celebración de vida, se lleva “haber descubierto que necesitamos muy poco para vivir muy felices. Yo llevo meses con dos mochilas y no he necesitado nada más”. Hablar con ella es un subidón constante, comparte su alegría.
Quedamos en que me manda sus fotos mañana, aunque, dice riendo, “no sé, porque en Nueva Orleans parece que hay mucha marcha, igual tardo un par de días más”. De hecho, me cuenta, anoche ya salió a cenar, escuchar música y tomar un par de cervezas y se le hizo tarde. “Esta ciudad tiene mucho peligro”, dice. Y tú, Marta, mucho más. Buen viaje, siempre, compañera.