Alicia Borrachero (Madrid, 1968) habla de su profesión como una vocación inevitable, no como un trabajo, por la que ha aprendido a sentir cada vez más amor, atravesado por el dolor. Así de duro y así de claro, y así de hermoso.
Ha desarrollado y defendido su carrera profesional con pasión y entrega durante más de dos décadas, dando vida a personajes emblemáticos en series de televisión, largometrajes y teatros. Es un placer hablar con ella, porque es empática y sensible, su palabra es inteligente y precisa, ella es cercana y tranquila, real como la vida misma, entreverada de luces y sombras. Alicia es verdad.
Su fuerte personalidad y su rostro personalísimo, sus ojos profundos y su pelo oscuro, entraron en nuestras casas para quedarse, gracias a protagonizar series como Periodistas y Hospital Central, entre otras muchas.
Desde el 26 de abril podemos verla en Netflix, formando parte de la serie El caso Asunta, que la actriz defiende apasionadamente: "Estoy absolutamente honrada de haber formado parte de este proyecto que llegó a mí de la mano de Ramón Campos, que no sólo ha hecho una serie sobre lo que ocurrió, macabro y dolorosísimo, sino que va más allá y nos hace reflexionar sobre nosotros mismos, como sociedad".
Borrachero entró en el cine en 1992 y, desde entonces, ha intervenido en más de quince largometrajes, entre ellos The Chronicles of Narnia: Prince Caspian bajo la dirección de Andrew Adamson.
Adora el escenario, lo necesita y lo respeta, entre otras cosas porque, tras formarse en la BA Theatre Arts – Nazareth College de New York, a su regreso a su ciudad natal recala en la escuela de interpretación de Juan Carlos Coraza y de su mano descubre e interpreta a Shakespeare o Strindberg.
Ahora está subida al escenario del Teatro Fernán Gómez de Madrid y en otoño saldrá de gira, porque se enamoró a primera vista del texto del dramaturgo estadounidense Edward Albee, Un delicado equilibrio. Decidió traducirlo al castellano junto a su marido, el actor Ben Temple, y ambos se han implicado en la producción del proyecto con una aportación.
Borrachero y Temple, junto a Manuela Velasco, Cristina de Inza, Joan Bentallé y Anna Moliner, dirigidos por Nelson Valente, nos invitan a reflexionar sobre la crisis del mundo occidental, el final de casi todo aquello que construimos para alcanzar la supuesta felicidad. También sobre la irrealidad que encierra nuestra vida cuando la realidad se desmorona, sobre la inseguridad, lo incierto, la soledad, y el miedo ante esa enfermedad invisible que nos invade, un miedo perverso, cotidiano, sin nombre, ante el otro, los otros, cuando se muestran tal y como son, y se rompen los vínculos prestablecidos.
¿Cómo se produce el enamoramiento inicial con el texto 'Un delicado equilibrio' de Edwar Albee?
Fue una sorpresa, no conocíamos el texto y nos pareció que, a pesar de haber sido escrito en 1966, ha adquirido muchísimo sentido con el paso del tiempo. En las primeras lecturas yo no paraba de reírme, aun siendo consciente de que no es una comedia sino una obra desgarradora, con crueldad y muchísimo humor negro.
Es inmensa la genialidad de Albee al retratar a esa gente de clase alta acomodada, con esas vidas que se han construido. Pero cuando aparece lo que no controlamos, los dolores, las desgracias y los bofetones que te da la vida "de verdad", acaban preguntándose si hay algo de contenido en su forma de vida. Nos pareció muy interesando el contenido, pero también la forma, la manera en la que escribe Albee.
La altísima calidad literaria del texto, ¿supone una dificultad o un reto a la hora de hacer la traducción al castellano y de llevarlo a escena?
Absolutamente de alta calidad, sí, con esta obra gano el Premio Pulitzer. Uno de los retos y uno de los motivos por los que Ben y yo hicimos la traducción fue porque en el original los personajes hablan de una manera muy particular, lo cual dice mucho de cómo funcionan sus cabezas.
Había que rescatar esa peculiaridad en el habla y que no resultara artificial ni lejana, que se notara que es gente muy locuaz, intelectuales que todo el rato están pensando en voz alta pero pocas veces se escuchan entre ellos.
¿El texto de Albee palpita en nuestro presente y sus personajes empatizan con el público español contemporáneo?
Sí, porque muestra a personas que aspiran a conseguir en la vida cierto estatus, tener una familia, comodidad economía... Todo eso que permite, supuestamente, alcanzar la felicidad. Pero luego aparece, en la función como en la vida, otra realidad. Por ejemplo, el hecho de no haber sabido vivir un duelo, y entierran el dolor, no cierran bien las heridas y ese dolor reaparece.
Creo que es atemporal, completamente. Por supuesto, la función no da respuestas, pero sí plantea muchas preguntas. Se retratan los vínculos cercanos, el matrimonio, los hermanos, los hijos y los mejores amigos. Cada espectador verá reflejadas muchas cosas de las que ocurren en sus propias familias.
¿De qué hablan? ¿Qué les preocupa y nos preocupa, en la sociedad occidental?
Hablan mucho del miedo al vacío, el de cada uno de ellos o de nosotros, sea el que sea. Pero la obra no es un dramón horroroso, aunque es muy fuerte y está llena de sarcasmo, de ironía. Todo se dice y pasa como si nada, con exquisita educación y un whisky en la mano, aunque percibes lo que hay por debajo de toda esa formalidad burguesa. Todo se mantiene en delicado equilibrio, hasta que aparecen sus amigos y todo se desmorona.
Cuando la realidad se desmorona, ¿qué irrealidad nos queda? ¿A qué o dónde nos aferramos?
Cada uno se aferra a una cosa radicalmente diferente, el asunto es: ¿aferrarse para qué? En la función, cuando van tocando el dolor y se enfrentan al vacío, cada uno al suyo, aparece un poco de amor, curiosamente.
El verdadero amor no puede existir si no hay también dolor, y si ese dolor no se toca. No sé a qué se aferra uno cuando la realidad se desmorona, pero supongo que, primero, hay que saber mirar el precipicio.
¿En qué te reconoces, te distancias o alejas como persona, del personaje que interpretas?
No me reconozco en nada, es un personaje muy alejado de mí. Me ha costado más comprender lo que tenía que hacer, que hacerlo, entender la partitura para, después, lanzarme a hacer algo completamente ajeno a mí.
Tal vez yo he dotado a esta mujer de una cierta personalidad, carácter o fuerza que yo tengo. Lo único que sí he comprendido de ella, y me ha permitido el acercamiento, es que durante toda la obra es una mujer que se ocupa de sostener, la estructura, la familia, la casa, pase lo que pase. Sostener para salir adelante.
¿Cómo tratas de mantener ese frágil, o fuerte, equilibrio en la vida que tú te has construido?
Supongo que, para mí como para todos, cuando uno está en paz, está equilibrado; las cosas están en su sitio y todo es más fácil. Pero también sé que en un segundo te puede cambiar la vida, para bien o para mal y no tenemos el control. Es inherente a nuestra naturaleza tratar de tener estabilidad, para mí es importante.
Albee, en cierta medida visionario, plasma la inseguridad social, familiar, política, ¿qué crees que pensaría de nuestro tiempo, en el que la incertidumbre, la soledad, la incomunicación o la desconexión se acrecientan?
Si Albee estuviera ahora entre nosotros, no dudo que escribiría una mega comedia delirante y cruel, porque hay algo de mucha crueldad en no poder contactar o conectar realmente con el resto de personas, y, más aún, con aquellas a las que quieres.
Creo que la crisis de la sociedad moderna, o contemporánea, viene de lejos. Hemos avanzado en muchos aspectos, pero en otros no. Ahora lo tenemos más difícil porque, con la irrupción del mundo digital y las redes sociales, la soledad, el vacío, la distancia, la irrealidad, son mayores.
Cada vez vivimos menos la vida y nos dedicamos a retransmitirla. A mí me parece espeluznante. Las que hemos nacido en otra época hemos conocido lo de antes y podemos discernir entre realidad e irrealidad y decir: "Esto es una locura y es una enfermedad contagiosa".
¿Nos estamos acostumbrando a vivir a medias? Sin daño, sin compromiso, sin dolor, para protegernos. ¿Crees que es una elección o una imposición?
No lo sé. Sí creo que la vida es todo, el amor, la alegría, la pasión y la vocación, pero también es el dolor, la tragedia, el abandono o la injusticia. Cuando uno sólo quiere vivir una parte está negando la propia vida. Y eso, antes o después, pasa factura.
Cuanto más desconectados estemos de los demás, y cada uno de sí mismo, peor nos irá. Ya lo hemos oído mil veces: lo más importante para la longevidad son los vínculos sociales. Ahora, afortunadamente, se está dando valor a la salud mental, creo que en eso sí hemos avanzado.
¿Cuál es tu vínculo con el tiempo? ¿Hay miedo o aceptación del tiempo que pasa y escapa o la vejez?
Lo que me gusta y más me importa es sentirme bien, me veo guapa cuando me veo saludable, con luz. Trato de aceptar, con humildad, que yo me voy a morir, como todos. Disfruto de lo que hay, lo demás forma parte de la vida.
Me apoyo mucho en el deporte y la nutrición. Arrugas, papada, caideces y todo eso, las siento como cualquier otra mujer. Y no es fácil ver que esto ya no es como era y que va a ir a peor, pero precisamente por eso me cuido, no para que no ocurra sino porque creo que la belleza es la verdad. Mira a Ángela Molina y ponle una cámara delante, eso es la belleza.
¿En qué momento crees o sientes que estás ahora? ¿Qué cosas o sensaciones has adquirido y aprendido, a lo largo de tu carrera?
Vivo cada vez con menos ambición y con más amor. Con los años he ido descubriendo el verdadero sentido de nuestra vocación, que tiene que ver con la expresión, con la comunicación y con tratar de hacer algo bueno para las cabezas de los demás.
No se trata solamente de entretener, por supuesto necesario y maravilloso, sino también de ser parte de esa comunicación que se produce cuando hay actores que trabajan entre sí y lanzan la pelota al público que está viéndonos en casa, en un cine o en un teatro. Colocarnos frente a un espejo, como decía Shakespeare, es un ejercicio bueno para el alma.
¿Qué has perdido o sufrido por el camino?
Qué te voy a decir a ti que no sepamos de esta vocación, porque, para mí, esto es mucho más que un trabajo, es una vocación, algo inevitable. He sufrido muchísimo. Esta profesión es dura, es difícil, aun cuando eres alguien como yo que tengo que agradecerle siempre a la vida que he podido dedicarme a ella y vivir de esto, implica sufrimiento, renuncias. También hay mucha entrega, dedicación y esfuerzo, y luego hay un vacío muy grande.
¿Qué le dirías ahora a tu yo de 18 años? Para ayudar al equilibrio de esa mujer que empezaba en esto, y en todo.
Le diría: juega más y preocúpate menos. Porque, al final, nada es tan importante.