Mi padre me compraba enciclopedias y ahora un buen amigo me llama exploradora. En realidad, me dedico a leer y a escribir y, si todo sale bien, dentro de poco también a dar clase. Pero queda muy bonito decir 'exploradora', y lo de las enciclopedias… bueno, es algo en lo que he pensado bastante desde la publicación de mi segundo libro, Albatros (Espasa Libros, 2023). De modo que, para no decepcionar a aquellos profesores que nos pedían una justificación más allá del monosílabo en los exámenes, me explicaré.
Los viernes mi padre hacía la compra semanal. Yo lo esperaba ilusionada porque sabía que traería consigo una de esas enciclopedias ilustradas para niños que tanto me gustaban. Se inauguró la tradición de los viernes: luego fueron los comics de las W.I.T.C.H. y después los libros de Las crónicas de Narnia, pero todo empezó con las enciclopedias. Como digo, esto es algo en lo que he pensado ahora, a raíz de la publicación de Albatros, un libro que no podría existir sin mi obsesión por observar la naturaleza.
Si no hubiera sido por él, casi habría olvidado que en esas baldas de la estantería de mi infancia reposaban aquellas enciclopedias ilustradas, que, para mi sorpresa, llevaban el título de 'diccionario por imágenes'. Diccionario por imágenes del bosque (el más estropeado porque se me cayó a un río), Diccionario por imágenes del mar (que me enseñó a pescar gambas y a encontrar gusanos en la orilla de la playa), Diccionario por imágenes del espacio (que me daba muchísimo miedo pero me fascinaba a partes iguales)… En fin, así toda una colección.
Tiene mucho sentido que algunos de los grandes aprendizajes sobre el mundo de fuera, de fuera de mi casa, empezaran ahí, en el acto de mirar imágenes en una enciclopedia. Sin darme cuenta he seguido haciéndolo, todos lo hacemos, aunque ahora más bien a través de la pantalla.
En los años de la pandemia, de hecho, me dediqué a mirar obsesivamente el mundo que bullía al otro lado de las fronteras de mi casa, del paisaje que ya conocía y que configuraba mi identidad (el mar, el desierto de Almería) y de los límites de mí misma. Leía blogs de viajeros que habían recorrido Islandia, veía las fotos que la gente tomaba de las auroras boreales en Noruega, devoraba libros sobre los fiordos, los glaciares y los icebergs, aprendía de memoria mapas de faros del mundo, mapas de islas remotas, mapas de lugares imaginarios.
Yo debía haber vivido un tiempo en esos lugares, pero las cosas pocas veces salen como las planeamos. Se podría decir que fue un cambio de sentido igual que el que me llevó a decantarme por estudiar literatura en vez de artes, si es que es posible decantarse por algo. Yo creo que no. Creo que esa manera de mirar como una espectadora, como una exploradora, no me ha abandonado nunca, aunque lo que vea lo ponga en palabras y no en un dibujo.
Y creo, de igual forma, que todo eso se juntó, se mezcló y dio lugar a una serie de poemas que, por primera vez, notaba que estaban conectados por un hilo finísimo, al que me costaba mucho darle un nombre o tan siquiera percibirlo. Esos poemas conforman Albatros. Son los poemas de un encierro, literal y metafórico, y del deseo de ver todo lo que entonces no podía ver. Diría, incluso, de vivir todo lo que entonces no podía vivir.
La alternativa era imaginarlo, escribirlo, hacer del texto ese 'faro que en vez de luz tiene palabras'. Jugar con la ambigüedad de las voces y del propio lenguaje ('el poder no lo tienen los de siempre'). Con la sonoridad de ciertos términos ('nervadura', 'maesltrom', 'permafrost') y con su capacidad de generar imágenes a través de la combinación ('dolmen manglar, esquirla y letanía'). Dividí los poemas en dos partes: 'El viaje' y 'El encuentro', y destaqué cuatro de ellos como marcadores del ritmo. Son los poemas sobre el albatros, que, desde diferentes focos, remiten a esa ave que para mí simboliza la libertad.
Este buen amigo del que hablaba al principio me llama exploradora porque de algún modo intento ser ese albatros. Durante un viaje que ambos recordamos con mucho cariño él me regaló un Atlas de los lugares soñados (sabe hacer buenos regalos mi amigo). Yo lo miro, lo leo, como cuando era niña y miraba y leía las enciclopedias de mi padre. Lo tengo en un lugar especial de la estantería, junto a Moby Dick, Cuaderno de faros, El libro del mar o La escritura indómita. Junto a un globo terráqueo. Es mi balda especial. Va creciendo conforme encuentro otros libros que se asemejan a ese hilo finísimo que me guiaba mientras escribía Albatros, mientras soñaba con salir del cuarto para mirar el mundo de frente, desde dentro, no solo a través de imágenes.