Según el tabloide británico Mirror, la conocida actriz Judi Dench ha revelado esta semana haber recibido la visita de la policía tras la acusación de haber robado un ciervo. Este suceso podría terminar como una anécdota sin más, si no fuera por dos razones que convierten esta noticia en singular.
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La primera, el historial impecable de Dench en toda su biografía (aparecía en una encuesta reciente como la mujer más querida y respetada del país, incluso por encima de la reina de Inglaterra, con un 81% frente a un 72%, según YouGov, 2018).
Fetiche de la cultura británica, su credibilidad es incuestionable: tras décadas creando un repertorio interpretativo ‘clásico’, ha conseguido bordear una imagen demasiado política, entablando relaciones a largo plazo con pocos directores y perteneciendo a multitud de patronatos de ayuda social [más de 180, según estimaciones], pero sin alardear de ello, por lo que apenas hay fotografías de ella en estas actividades.
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La segunda razón para la extrañeza de la anécdota es el hecho de que Shakespeare, el autor que más ha interpretado Dench, fue acusado tradicionalmente de lo mismo en el siglo XVI, y en el mismo parque, en Charlecote Park de Warwickshire, cerca del municipio de Stratford-upon-Avon.
Al parecer, fue el difunto marido de Dench, el también actor Michael Williams, quien bromeó sobre el parecido con la anécdota original del dramaturgo más universal, comentando que la única diferencia entre ambos es que ellos devolvieron al ciervo con el que se habían cruzado al parque.
Un icono nacional
Como describe Sophie Duncan en una investigación titulada Judi Dench and Shakespearean personas in the twenty-first century (Persona Studies, vol. 5, 2019), lo extraordinario de la carrera de esta actriz es el hecho inusual de que, aunque era una actriz de teatro desde los años cincuenta, fue desconocida para el público hasta finales de los años noventa: su icono mediático llegó con el siglo XXI.
Además, de un modo curioso: “Con la revisión de las reinas”. Nominada siete veces al premio Óscar (ganadora en 1998 interpretando a la reina Isabel I de Inglaterra en Shakespeare in Love). Para la experta Duncan, estos personajes "construyeron" el resto de sus interpretaciones, convirtiendo toda su carrera en shakespeariana, aun sin serlo.
Fue Victoria en Mrs. Brown (1997) y en Victoria and Abdul (2017); y apareció hasta ocho veces en otra “institución británica”, donde pudo aplicar aquellas actitudes “la franquicia de James Bond, como la primera mujer clave M y su muerte en Skyfall (2015) quizá fue la más dramática”.
¿No hay algo del bardo en “el declive lento de Iris Murdoch en la película Iris (2001), que le valió un BAFTA y una nominación al Óscar”? ¿No interpretó a villanas (Diario de un escándalo, 2006) y a víctimas (Philomena, 2013) que recuerdan a los roles más famosos de Shakespeare?
Dench habría explorado “la vitalidad profesional, intelectual y/o romántica de una mujer mayor ‘ligeramente triste’”, pero siempre con una vocación clásica, en Té con Mussolini (1999), Mrs Henderson (2005) y en las dos entregas de El exótico Hotel Marigold (2011 y 2015).
Fama tardía
Para muchos expertos, su trayectoria es única y “subvierte la tendencia general sesgada en contra de las mujeres mayores” (Krainitzki, 2014), ofreciendo por primera vez en la cultura anglosajona “una negociación agradable con la edad”, e incluso glamurosa. Para Dearbhla Molloy (2005), su gran regalo es “ella misma como rol model, mostrando cómo hacerse mayor con dignidad”.
Vanessa Thorpe compara el rostro de Dench con rostros “llenos de operaciones estéticas, estereotípicamente asociados con Hollywood, en los que el artificio del bisturí y una cara congelada mantienen a las actrices en la carrera por papeles femeninos centrales” (2010). Para Thorpe, el ejemplo de Dench es la clave de una “edad dorada” que puede ayudar a actrices de todo el mundo.
Para Richard Elliott (2019), hay algo que solo los intérpretes con longevidad pueden tener: una personalidad pública consistente. Los expertos en comunicación parecen sugerir que su carisma, incluso su forma de comportarse, están hechos de pedazos de sus personajes interpretados durante el siglo XX para la Royal Shakespeare Company. Dench habría hecho uso de sus papeles para rodearse de “connotaciones de virtud, honestidad y autenticidad” y construyó así “sus personas”.
Técnica interpretativa
Un hecho curioso es que Dench ha rechazado siempre hablar sobre su técnica de interpretación, incluso no acepta el hecho de tener una. Sin embargo, parece ser que buscó siempre tener poca caracterización, ser reconocible en sus papeles como una estrategia. Incluso mantener su propia voz y acento.
Para Richard Eyre (2005), ella tiene “una técnica que quema, pero que nunca se ve”. Elliott (2019) escribe que Dench prefiere ser reconocible en sus papeles precisamente por esa razón, para tener un yo consistente.
Se trataría, por tanto, de dos narrativas que coexisten. La primera, “la reimaginación de la edad vía un modelo social, más que médico” porque la clave de su proyección está en un “socializado, subjetivo bienestar (Kanning & Schlicht, 2008)”. En segundo lugar, una personalidad fuerte que consigue poner en valor la experiencia de manera inusual en los medios.
El silencio Dench
Además, Dench ha utilizado el silencio en su favor. Por ejemplo, “Dench nunca ha revelado la identidad del padre de su nieto, nacido después de que su hija, la actriz Finty Williams se quedara embarazada”, escribe Duncan. Incluso la felicidad pública de su matrimonio con el actor Michael Williams estuvo marcada por este no compartir sucesos privados.
Lo mismo en relación con las desavenencias “con su hermano Jeffery Dench y su mujer, con los que tuvo problemas” y Duncan subraya que “el silencio es incluso literal en sus documentales, como en Nothing Like A Dame”.
Dench, hoy
Judith Olivia Dench (York, 1934), hija de un padre médico y una madre amante de la moda, cuáquera desde la adolescencia, es descrita como instintiva, fuerte y amable. En una entrevista reciente para la portada de la edición británica de la revista VOGUE (2020), Dench explicaba con empatía cómo se había sentido respecto a la pandemia: “Me sentí como todo el mundo, tiempos así sin precedentes son complicados de entender”.
“Puedo ser muy difícil”, afirmaba, “si alguien me toma por sentado”. A pesar de sufrir una enfermedad visual, concretamente una degeneración macular, se mantiene vital junto a su familia, sin embargo, cuando le preguntan qué le gusta ahora de tener su edad actual, responde “nada. No me gusta nada. No pienso en eso. No quiero pensar en eso. Dicen que la edad es una actitud”.
Ahora, tras la anécdota del robo del ciervo, los tabloides vuelven a colocarla, ya no como un personaje de Shakespeare, sino en comparación con el autor mismo. Y, según parece, no es solo que la anécdota no la perturbe, sino que la hace sonreír: quizá redondea, al fin, un increíble viaje fabricado en parte con las palabras mejor colocadas de la historia de Inglaterra, ¿quién puede afirmar que hizo una vida completamente shakespeariana?