Rafaela Pimentel (República Dominicana, 1960) es la portavoz del colectivo Territorio Doméstico y una de las voces más reconocidas en España dentro del movimiento por la dignificación y ampliación de los derechos de las trabajadoras del hogar y los cuidados.
Pero hay un tema que reviste de un fuerte debate y que tiene que ver con el trabajo de las internas. Una forma de "esclavitud moderna" que muchos colectivos de empleadas del hogar abogan por abolir mientras que Territorio Doméstico pide ir con pies de plomo ante las dificultades estructurales con las que se topan tantas migrantes a la hora de querer rehacer su vida en España: "No podemos hablar por las mujeres a las que no se está escuchando. Muchas están exigiendo que se regule el trabajo de interna. Sólo entonces tendrán la posibilidad de decidir libremente".
Rafaela Pimentel, que trabaja como externa, se dice "privilegiada" porque tuvo una suerte que la inmensa mayoría de sus compañeras de oficio, conocidas y no conocidas, no han tenido. Ella cotiza porque sus empleadores así lo han querido desde siempre. Y, como cotiza, tendrá pensión. Sufre de tendones y del manguito retador desde hace muchos años, ahora totalmente rotos, a causa de un trabajo que, sin embargo, adora. Espera una operación mientras cumple su octavo mes de baja, pese a que ni ella ni los médicos esperan que la operación le ayude a recuperar totalmente la movilidad.
El 30 de marzo es el Día Internacional de las Trabajadoras del Hogar, una jornada que vale para visibilizar las condiciones de precariedad con las que se ven obligadas a convivir las mujeres que trabajan en este sector a todas luces indispensable. El colectivo Territorio Doméstico tiene preparada la lectura de un manifiesto que, en esta ocasión, pone sobre la mesa el necesario reconocimiento de las enfermedades propias de las trabajadoras del hogar y los cuidados, que pasan por enfermedades comunes.
"El trabajo repetitivo que hacemos nos produce hernias discales, lumbalgia, manguitos rotos, tendinitis en las manos o el síndrome de Túnel Carpiano" son enfermedades profesionales de las que pocas empleadas del sector se libran a partir de los 50 años, incluso antes, cuenta Rafaela Pimentel, mientras mira cómo entrelaza sus manos doloridas. Y levanta la vista: "Creemos que hay muchísimas mujeres enfermas y que ya no pueden más, que se tienen que medicar para poder ir a trabajar porque van con dolores". Si se niegan pueden perder su trabajo, que es su sustento. Mujeres, reconoce la portavoz de Territorio Doméstico, "que carecen del privilegio que tengo yo de acceder a una baja laboral".
¿Cuáles son las principales reivindicaciones del colectivo de trabajadoras del hogar y los cuidados?
Que se aplique el convenio 189 de la OIT ya ratificado; seguimos insistiendo en nuestra entrada en el régimen general, como todos los trabajadores, porque se está retrasando: nos aseguraron que sucedería en 2021, luego lo pospusieron al 2023 y ahora al 2024. Éstas son las principales maneras de reconocer el trabajo que nosotras estamos haciendo.
Pero también seguiremos exigiendo la regularización de las personas migrantes, porque la Ley de Extranjería atraviesa toda la problemática de las trabajadoras del sector: favorece la precarización de muchas personas que a veces no tenemos otra salida que realizar ese trabajo.
Los sindicatos han perdido fuerza y capacidad de representación en España. ¿Alguna vez se preocuparon de la precariedad de las trabajadoras del sector? ¿Cómo fue crear el Sindicato de Trabajadoras del Hogar y los Cuidados (Sintrahocu) en 2020?
El sindicato nació por toda esa carencia que teníamos de representatividad de los sindicatos grandes, que apenas nos habían hecho caso durante todos estos años: una instancia a la que le falta una perspectiva feminista, que es la única manera de cambiar las cosas. De modo que, de los sindicatos, rescatamos su tradición de lucha, pero no su manera de hacer sindicalismo.
Desde que nacimos en 2006, en Territorio Doméstico hemos buscado otra manera de organizarnos y de llegar a las trabajadoras, y por eso fuimos iniciadoras de Sintrahocu junto a grupos de mujeres hondureñas y de otros países de Latinoamérica, empleadas del hogar que no estaban organizadas. El sindicato lo formamos varias trabajadoras de hogar de distintos colectivos. Luego vino la pandemia y hemos tenido que ir poco a poco, pero ahora mismo estamos en ciudades como Vigo, Málaga, Cádiz, Sevilla, entre otras, y aquí en Madrid tenemos el sindicato.
¿Cómo es esa perspectiva feminista de la que, habéis visto, adolecen los sindicatos?
Los feminismos en los que nosotras transitamos ponen en el centro los cuidados y el trabajo del hogar; por eso hemos puesto en la agenda la ratificación del Convenio 189 de la OIT, porque es una lucha que nos parece fundamental. Nosotras somos mujeres migrantes... Claro que hay feminismos que no escuchan, feminismos que no son inclusivos, pero el feminismo que nosotras transitamos es el feminismo antirracista, antipatriarcal y anticapitalista. Ahí somos oídas y no solamente: nosotras, las que formamos parte de ese feminismo, hablamos en primera persona.
¿Cuál es el problema que plantea la Ley de Extranjería respecto a las trabajadoras del hogar, que son mayoritariamente migrantes?
Creemos que es una Ley de Extranjería xenófoba. Como siempre hemos dicho, querían brazos y llegamos personas: porque realmente esta ley no piensa en la persona, piensa en la mercancía, piensa en la mano de obra barata y por eso nosotras exigimos que haya una derogación total de la Ley de Extranjería, porque es uno de los nudos que hace que muchísima gente permanezcamos durante tres años en clandestinidad, cogiendo trabajos que no nos garantizan los derechos fundamentales.
La regularización de las personas migrantes es una de nuestras demandas estrella y por eso hemos apoyado la Iniciativa Legislativa Popular (ILP) que se presentó en el Congreso de los Diputados a finales de febrero, tras conseguir medio millón de firmas.
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Los derechos que hemos conseguido han sido posibles porque desde Territorio Doméstico nos hemos organizado y hemos llevado estas luchas con muchísimas aliadas. Estamos exigiendo un sistema de cuidados público, comunitario y digno.
Pero, además, esta no es sólo la lucha de las trabajadoras del hogar. Queremos activar transformaciones estructurales como las que nosotras planteamos: que haya una reorganización de los cuidados, que haya una participación de los hombres de una vez por todas y que no sea solamente con la palabra "ayudar", que se corresponsabilicen en este trabajo que estamos haciendo desde tiempo atrás las mujeres y que, además, es una deuda que tiene el Estado con nosotras, las que estamos, las que han sido y vendrán.
También las que cuidan merecen ser cuidadas...
Sí, nosotras también necesitamos un derecho al cuidado. Desde el principio luchamos por nuestros derechos laborales, pero luego, como nosotras somos activistas feministas y migrantes, vimos más allá. Por eso en nuestro discurso y en nuestras prácticas trabajamos por una reorganización de los cuidados y ese cambio tiene que darse desde una perspectiva feminista: es lo único que va a garantizar que las mujeres no sigamos realizando el trabajo de sostener la vida nosotras solas. Estamos abajo del todo, sosteniendo la vida a costa de las vidas de muchas mujeres que somos pobres y migrantes.
La ratificación del Convenio 189 de la OIT y la posterior reforma legal para que las trabajadoras del hogar y los cuidados pudieran acceder al paro, con todo, no significa su salida de la precariedad y la pobreza.
Pero son logros importantes. En 2011 las trabajadoras del hogar no teníamos derecho a una baja laboral si no esperábamos 29 días y no tres, como ocurre hoy. No teníamos contrato por escrito ni derecho a vacaciones. Las trabajadoras internas no teníamos derecho a dos horas diarias de descanso ni las externas a 36 horas. Todo esto lo conseguimos a través de la lucha.
El Real Decreto para que las trabajadoras del hogar podamos acceder a la prestación por desempleo no se ha producido como pedíamos. Queríamos que fuera retroactiva, pero no fue posible porque nosotras no estábamos negociando. A nosotras se nos estaba informando y presionando. Pero todo lo que hemos conseguido lo hemos celebrado a rabiar. Muchas compañeras han comenzado a cotizar y han comenzado a cobrar la prestación por desempleo aunque muchas otras no la están cobrando. Ninguna debería quedarse fuera.
Hay bastante división en torno al trabajo de las internas. Se habla de un nuevo tipo de esclavitud, pero abolir sin más esta opción podría traer muchos más abusos, ¿no?
Hay muchos colectivos que están exigiendo la erradicación, la abolición del trabajo interno. Nosotras en Territorio Doméstico no queremos que pase el mismo problema que con las trabajadoras sexuales. Desde luego, nos gustaría que no existiera el trabajo de interna. Lo que pasa es que no se puede pedir la erradicación de un trabajo para el que las propias trabajadoras internas están pidiendo que se regule. Porque de fondo está una Ley de Extranjería que impide el acceso a la vivienda de muchas mujeres migrantes en este país, y también el problema de la sanidad universal debe ser resuelto, porque solamente así dejará de existir el trabajo de interna.
No se puede quitar de un plumazo con la abolición, porque esto lo que va a hacer es que haya más precariedad y más trabajo sumergido. Las mujeres que llegamos a este país y a otros países, expulsadas de los nuestros, no van a dejar de migrar.
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Y cuando llegas a un país que te condena a tres años de estar invisible, con una Ley de Extranjería que te condena a elegir entre el trabajo doméstico o en el trabajo sexual, la única manera que tienes de procurar tu seguridad, cuando no tienes redes ni dinero, cuando no tienes una vivienda ni derecho a una salud pública, lo único que te queda es un trabajo de interna.
Sabemos muy bien que hay una explotación, pero es lo único a lo que pueden agarrarse muchísimas mujeres. Hay que tener un poco de responsabilidad antes de pedir su erradicación. Cuando no hay manera de decirles a las compañeras que están llegando 'tienes cubierta tu alimentación, agua caliente, un aporte para enviarle a tu familia', no se les puede decir que no tienen dónde estar.
Usted lleva 30 años trabajando en el sector del hogar y los cuidados. ¿Cómo ha sido su experiencia? ¿Qué perspectivas tiene?
Yo he tenido mucha suerte y sido muy privilegiada. Llevo 27 años en la misma casa. Ahora estoy de baja laboral, esperando una operación para mis tendones. A mí me han respetado mis derechos desde el primer momento: mis empleadores me han cotizado 26 años en la Seguridad Social.
Son unas condiciones de trabajo que me han permitido estudiar una formación de tres años de psicología terapéutica; me han permitido hacer un activismo al 100% y por eso sigo luchando.
Porque sé que muchísimas compañeras no tienen esa suerte. Ni siquiera tienen la suerte de tener un permiso para ir al médico. Este trabajo tiene que ser reconocido, no podemos estar echando a suertes el respeto de nuestros derechos cuando vamos a trabajar para cuidar a una familia. Nuestro trabajo es importante porque gestionamos la vida, y si no estuviéramos haciéndolo esta sociedad y este sistema no podrían sostenerse.
Hay demasiadas mujeres que han trabajado toda su vida en los cuidados y que no tienen una pensión que les permita vivir.
A eso nosotras le llamamos la deuda histórica que tiene el Estado con nosotras, que la vamos a cobrar. Y si no somos nosotras, que tenemos ahora 60 y pico años, seguro que serán las compañeras que están luchando no sólo en el espacio de los cuidados y del hogar, sino en otros colectivos y en otros trabajos cada vez más precarios y discriminados y que están copados por mujeres.
Ojalá no tuviera que hablar de la suerte que he tenido ahora mismo. Si no hubiera sido por mi jefa, yo no hubiera cobrado porque la Seguridad Social ha tardado en pagarme cuatro meses y ella me ha cubierto las espaldas. La Seguridad Social solo comete esas negligencias con las trabajadoras del hogar.
Yo tengo 62 años y supongo que me jubilaré. Llevo ocho meses de baja y extraño muchísimo mi trabajo. Ahora sí me gustaría tener el trabajo que les ha tocado a la mayoría de mis compañeras.
Su vida es un infierno porque no les respetan los derechos más fundamentales. De esa forma sería un alivio estar de baja ahora mismo. Pero no es el caso. Mi trabajo es el centro de mi vida. Recibo cuidado y respeto de esa familia con la que llevo 27 años. Me conformaría con que hubiera 100 empleadores como ellos para que pudieran respetar y valorar a las personas que tienen en casa.