Con independencia de si se aprueba o no la ley de reducción de la jornada laboral, el inicio del nuevo curso comienza con la aceptación de que, en cualquiera de los escenarios, una cuarta parte de nuestra vida seguirá transcurriendo en la oficina. Una cantidad de tiempo nada desdeñable que hace que, tal y como dice el instinto y confirman las inteligencias artificiales, el interés por los looks de oficina sea recurrente y cíclico al mismo tiempo.
Al volver a la rutina, son muchas las mujeres que buscan renovar su guardarropa y sus estilismos para arrancar nuevos propósitos y metas con más energía. Esto no es cuestión de magia; es cuestión de psicología y se llama enclothed cognition.
A pesar de los debates sobre la productividad y la reflexión sobre los sistemas de producción actuales, tiene todo el sentido del mundo que en Google haya disponibles más de 20 millones de resultados para los looks de oficina: responden a una necesidad que está sujeta a las tendencias de moda… y a la nostalgia.
Si se echa un vistazo a las propuestas de las firmas de lujo y a los escaparates virtuales de tiendas accesibles, se podrá comprobar fácilmente cómo los conjuntos de ahora miran sin reparos a los códigos de oficina de los años 80 y 90.
Nostalgia 'millenial'
Tirando de términos anglosajones, por eso de que el lenguaje de moda parece empezar a construirse por allí, esta romantización del look corporativo de las décadas doradas del power dressing puede encontrarse como corpcore, businesscore o corporate fetish. Distintas palabras que vienen a describir lo mismo: una suerte de uniforme variado que se basa en tonos neutros, camisas, trajes de chaqueta, faldas lápiz, rebecas, corbatas, americanas y otras tantas piezas formales que forman parte de casi cualquier inventario de moda actual, Mango incluido.
Una búsqueda rápida online lleva a una sección con 214 referencias que la firma española considera adecuadas para el ambiente laboral. Referencias que no son tan distintas a las que se pueden encontrar en la campaña de marzo de 2024 de Reformation, protagonizada por Monica Lewinsky.
Una de las figuras más polémicas de la política de la segunda mitad de los 90 y que, años más tarde, ha terminado erigiéndose como ejemplo de superación tras los cuestionables relatos que surgieron sobre ella a partir de 1998: "De la noche a la mañana, pasé de ser una figura completamente privada a una humillada públicamente", contó en una charla TED en 2015: "Era fácil olvidar que 'esa mujer' tenía dimensiones, alma y alguna vez estuvo intacta".
Las imágenes realizadas por la compañía de moda angelina que se extendieron como la pólvora por diferentes medios internacionales, parecían transmitir la imagen que Lewinsky deseaba y la que (a tenor por los contenidos esparcidos a lo largo y ancho de Internet) muchas mujeres en la fuerza laboral aspiran, al menos en teoría: la de la resiliencia y la autoridad femeninas. La del poder corporativo.
Herencia histórica
La configuración de estos códigos viene de antiguo. De hecho, podría hablarse de cómo determinadas líneas y siluetas fueron asociándose con la idea de poder desde la Edad Media. Sin embargo, es en la Revolución Francesa y en la aparición del traje burgués donde pueden encontrarse parte de sus raíces.
Lo que pocos podían calibrar, como indica la diseñadora de vestuario escénico y docente Diana Fernández, era "la fuerza y permanencia del traje burgués". Hasta el siglo XX llegó, y se actualizó. Mínimamente, pero se actualizó y se hizo fuerte en rascacielos, cubículos y oficinas. Y entonces llegó un superventas: Dress for Sucess, de John T. Molloy.
Publicado en 1975, el manual estaba dirigido a hombres que querían ascender en sus puestos de trabajo. El mensaje de la portada era esclarecedor: "El libro que te hará lucir como un millón para que puedas ganar un millón". Fake it till you make it, un dicho popular en la cultura norteamericana que viene a ser una versión del también famoso "donde fueres, haz lo que vieres".
Porque así es más probable que te integres y sobrevivas en el entorno en el que estás. Eso sí: destaca un poco, o pasarás demasiado desapercibido. Pero ¿y qué hay de las mujeres? Pues que Molloy también les dedicó un libro en 1977: The Woman's Dress for Success Book.
No había grandes diferencias en la tesis de los dos libros: había que vestirse como si ya se fuese exitoso. Y si se tiene la suerte de poder echar un vistazo a su interior, se podrá comprobar que el uniforme propuesto por Molloy para triunfar no es radicalmente diferente al que llegó a ese momento en el que el término power dressing se hizo popular: se basa en piezas sartoriales clásicas.
Las mismas que se encumbraron en el cine gracias a películas como Armas de mujer (1988) o American Psycho (2000). A pesar de pertenecer a décadas distintas, los largometrajes retratan el universo visual corporativo de los 80, con sus ejecutivos atractivos y bien vestidos. Y eso que colocarle trajes de firma a Christian Bale no fue fácil, ya que marcas como Cerruti o Rolex tuvieron sus reticencias a la hora de estar asociadas a un asesino, por muy ficticio que fuese.
Ciclo sin fin
Lo que pasó con la moda y las tendencias después, es historia conocida: llegaron los 2000 con su bling-bling y la relajación de la vestimenta con el chándal de terciopelo de Juicy Couture como estandarte del look of dutty de las celebridades y el ascenso de la estética de la recesión (que ahora puedes encontrar en redes sociales como recessioncore, por supuesto).
Un poco de normcore por allí, un poco de zapatillas deportivas por allá, mézclalo con el athleisure y tienes un cóctel informal que gustó y llegó a colarse en mayor o menor medida en las oficinas (por eso de que hay sitios donde ya no hacen falta ni tacones ni corbata), pero que se está agotando.
Tag-Walk, una popular plataforma de análisis de datos de pasarelas, compartía en su informe bianual que para este otoño-invierno 2024/2025, la presencia de looks inspirados en la estética relajada de los 2000 había descendido en un 70% con respecto al otoño anterior, mientras que la ropa más informal y deportiva, categorizada como leisurewear, lo hacía en un 34%.
En la otra cara de la moneda está el ascenso de la etiqueta ladylike, que aumenta en un 208%. Las faldas midi, una de las prendas clave tanto en el universo de la feminidad clásica como en el del corpcore, suben un 22% con respecto al año pasado entre las 20 marcas de lujo más importantes del panorama.
Porcentajes similares a los del cárdigan, otra pieza que, tal y como ha enseñado Prada, puede funcionar con esas faldas, igual que los tacones bajos, más prácticos que los sempiternos stilettos y que han aumentado su presencia en pasarela en un 1390%.
La cifra, así leída, invitaría a pensar en el error si la de los vestidos rojos, parecidos al que llevó Lewinsky para Reformation, no ostentasen un llamativo +1659% con respecto al otoño anterior. Es, quizás, de las pocas concesiones al color que hay dentro del armario corporativo actual, ya que aunque el verde aceituna o caqui no es propiamente un neutro, sí es lo bastante discreto como para no secuestrar la atención de nadie en una reunión.
Romantizando la oficina
Las reuniones, ya sean en un despacho o alrededor de la máquina de café, son uno de esos aspectos de la vida corporativa que se han ido romantizando en la arena pública que son las redes sociales. Motivos hay varios, pero Priya Parker, autora de El arte de reunirse, compartió con The Wall Street Journal el impacto que el teletrabajo habría tenido en ello: el muteo de las reuniones virtuales destruye uno de los elementos centrales de las reuniones grupales. Así que, ¿por qué no iba a echarse de menos el contacto conocido?
Lo interesante del fenómeno de la romantización y la nostalgia es que puede llegar a darse por parte de personas que ni siquiera han vivido la experiencia que afirman echar en falta.
Para muestra, la campaña que orquestó Kim Kardashian a través de Skims para el lanzamiento de su sujetador con pezones: una oficina de inspiración retro. Que poco antes protagonizase la portada de la edición norteamericana de GQ y quedase inmortalizada en otra oficina con estilismos que remitían, de nuevo, a los códigos corporativos, no parece casualidad.
Como tampoco lo es que en otro punto del planeta muy lejos de esa sesión de fotos (vamos, en Madrid), el joven diseñador Jaime Naddaf ganase el premio a mejor colección en el IED Madrid 2024 con una colección llamada La Oficina, en la que reflexiona satíricamente sobre la deshumanización de los espacios de trabajo y que toma como referencia la película Playtime (1967) de Jacques Tati.
La vuelta de los códigos corporativos de décadas pasadas es más que una simple tendencia; es una reinterpretación que se nutre tanto de la nostalgia como de la necesidad de proyectar profesionalidad en un mundo en constante cambio.
Así que en medio de los vaivenes laborales y las nuevas dinámicas de trabajo, renovar el armario con piezas clásicas y versátiles puede ser una manera efectiva de proyectar el mensaje necesario para no solo sobrevivir en esos entornos, sino para desarrollarnos visual y narrativamente.
Y como en cualquier buena historia, sabiendo que el pasado importa e influye en el presente, pero no determina el futuro. Eso (siempre) está por escribir.