42 y 44, estas son las tallas más comunes en España, tal y como explica la Asociación de Empresas de Confección y Moda de la Comunidad de Madrid. Sin embargo, la historia de la industria de la moda ha esbozado una realidad paralela en la que la gran mayoría de mujeres no se han podido ver representadas.
['Microgordofobias', o cómo denigrar a una persona por no entrar en una talla XS]
Por desgracia, el mundo de la moda ha sido uno de los mayores aliados de la gordofobia. Las etiquetas han definido por tradición y no es hasta hace poco cuando soplan aires de cambio, de una evolución que abraza la belleza en todas sus expresiones, sin estigmatizaciones.
Uno de los ingredientes esenciales de este cambio es el body positive, movimiento que lucha contra los cánones de belleza impuestos, manifiesta las consecuencias negativas de estos y pone en escena todos esos maravillosos cuerpos que se han sentido marginados en algún momento.
Liderando este cambio, en la industria de la moda podemos ver pioneras como Ashley Graham, Lorena Durán o Paloma Elsesser, que abren camino a miles de modelos que están por llegar. Entre las más destacadas se encuentra el nombre de Jill Kortleve, que ha resonado especialmente en los últimos años.
Nació en Holanda y comenzó a dar sus primeros pasos en el modelaje con la agencia The Movement Models, fundada por una amiga suya en Amsterdam. Por desgracia, en una entrevista para Harper's Bazaar, explica que al principio también cayó en el error de intentar adelgazar para ajustarse a los enfermizos cánones de belleza y poder pertenecer al mundo de la moda. Confirma que su salud mental sufrió las consecuencias.
Su carrera como modelo se disparó cuando la diseñadora Sarah Burton quiso que fuese una de las protagonistas de su colección primavera-verano 2019 para Alexander McQueen. Desde entonces, a su extenso historial se suman 5 portadas de Vogue y firmas como Fendi, Jacquemus, Max Mara… En resumen, es una de las modelos más demandadas de la industria.
Además de cambiar la historia de la moda, también ha trasformado la de una de las firmas más importantes del mundo: fue la primera modelo en desfilar para Chanel que se salía de los tallajes habituales de la maison. De la mano de Virgine Viard, sucesora de Karl Lagerfeld (con el que, por cierto, difiere en este tema).
La industria de la moda, al igual que la sociedad, se empeña en categorizar bajo una etiqueta. “In between” es el nombre que se ha puesto a las modelos como Jill, es decir, en medio en la escala de tallas “estándares”.
“¿Qué es normal? Para unos será una talla 36, para otros la 46… Cuando me dicen que soy normal pienso en que otras personas se pueden sentir rechazadas creyendo que no lo son. No me gusta ser ejemplo de normalidad”, asegura Jill en una entrevista para VOGUE.
A esta idea se le suma Ashley Graham, que condena la etiqueta de modelo “plus size”, ya que divide por tallas cuando realmente todas son modelos, sin calificativos extra. Y, por encima de esto, todas ellas son en primer término mujeres.
Lo cierto es que el cambio gana el pulso a la tradición y los frutos de la evolución son notables. Esta diversidad en las pasarelas no solo se reduce a los diferentes cuerpos, sino también a edad y raza.
“Muchas marcas apuestan cada vez más por modelos timeless (maduras). Incluso modelos que ya no escondan sus arrugas, ni sus canas. En España tenemos un maravilloso referente con Pino Montes de Oca”, nos explica Anna Cabestany, head agent de la agencia de modelos Wild Mgmt.
El mundo de la moda por fin apuesta por una belleza más real, convirtiéndose poco a poco en una industria menos normativa, que sirve de herramienta para impulsar el cambio. Con el fin de alcanzar una industria en la que todas tengamos cabida: “Debemos tener referentes que sean inclusivos y que todas las mujeres nos podamos sentir identificadas, no solo en cuanto a talla, si no también en edad y raza”, añade Cabestany.