Hatshepsut: la historia de vida de la primera mujer faraón a través de su imponente templo construido en Deir el Bahari
La reina Hatshepsut sembró construcciones a lo largo y ancho del Alto Egipto y fue la primera mujer que se coronó como faraón, transformando su gobierno en un reinado duradero y pacífico.
16 junio, 2024 01:09El sol abrasa la estera de adobe que cubre la inmensa rampa de entrada el templo. Despegando la vista de la punta de los zapatos, un edificio de enormes dimensiones se abre desde la falda de la montaña como si una boca sonriera desde la distancia. Las galerías que se perciben desde la base de la entrada anuncian una construcción colosal, única y memorable que, no solo representa el reinado de una mujer transcendental, sino el legado de una dinastía que perduraría a través de los siglos.
El exterior del templo funerario de Hatshepsut solo es la portada de un libro que narra el momento cumbre del nacimiento de un mito. En las cámaras interiores se encuentra la verdadera historia de una reina: la primera mujer que se colocó el título de faraón y una de las soberanas más prósperas de Egipto. Su mandato, de veintiún años, trajo una época de paz y prosperidad al país, pero ¿quién fue Hatshepsut y qué quiso transmitir a través de sus construcciones?
“El más sublime de los sublimes”
Conocido como Djeser-Djeseru, el templo funerario de Hatshepsut alcanza su zenit cuando se conoce la trascripción de su nombre. “El más sublime de los sublimes” se encuentra ubicado sobre la franja occidental del río Nilo y, en concreto, en el complejo de Deir el Bahari, muy cerca del famoso Valle del los Reyes, en Egipto.
Su construcción se considera una de las edificaciones más extraordinarias de la época debido a la integración con las formaciones rocosas y su modo de fusionarlas en el diseño final del tempo. Además, el estilo arquitectónico se extiende y escampa formando parte del paisaje de modo que, al contemplarlo, la belleza aumenta al sentirla interconectada con la misma naturaleza.
La estructura antes y después
Un camino procesional de esfinges comunicaba el templo con el valle y conectaba la rampa central con las tres alturas de las terrazas. En la antigüedad, este acceso estaba flanqueado por jardines de plantas originales y árboles de incienso y mirra; los estanques de agua centrales servían para suministrar y mantener este monopolio natural.
El estilo escalonado del templo de Hatshepsut se corresponde con la clásica forma tebana que utiliza elementos arquitectónicos egipcios típicos tales como pilones, salas hipóstilas, patios al aire libre, capillas y santuarios.
Este lugar funerario construido en honor a Amon-Ra, el Dios del Sol, está ubicado junto al templo funerario de Mentuhotep II y es uno de los monumentos incomparables del Antiguo Egipto. Desde la balaustrada adornada con dos cobras enredadas descansan sendos halcones que reciben a la viajera dándole la espalda al templo, como si fueran los ángeles custodios de la actualidad y los propios guardaespaldas de la reina.
Desde su posición se aprecian las terrazas, revestidas con dobles columnatas que servían como muros de contención y que, al mismo tiempo, encadenaban el pórtico con el interior del templo.
La historia tallada en piedra
Fue Senemut, el arquitecto real, canciller y posible amante de Hatshepshut quien diseñó el complejo y vigiló las obras de su construcción. Aunque el templo adyacente de Mentuhotep II se utilizó como modelo, ambas estructuras difieren en tamaño y ubicación, pues la estructura descentralizada del templo del faraón carece de alturas y terrazas, y es mucho más pequeña en comparación con el magnánimo edificio de Hatshepsut.
Una vez alcanzado el interior del santuario, los relieves narran la historia del nacimiento divino de la primera reina-faraón. En su pictografía se interpreta la famosa expedición que tuvo lugar a Punt, la actual Eritrea, y que era conocida por ser una región exótica ubicada en las costas del mar Rojo donde los egipcios comerciaban con objetos de lujo como pieles de leopardo o plumas de avestruz.
El templo también albergaba estatuas de Osiris, esfinges de Hatshepsut y numerosas esculturas de la reina en diferentes posiciones: de pie, sentada o arrodillada. Sin embargo, todos los detalles ornamentales fueron robados y, los retratos grabados en la piedra, destruidos. Su hijastro Tutmosis III estuvo detrás de este saqueo ejecutado tras el fallecimiento de la soberana.
Borrar la historia
Cuando la viajera se introduce en el templo Djeser-Djeseru, todas las imágenes de la reina esculpidas en las paredes de las diferentes galerías aparecen picadas de cintura para arriba. Su nombre está borrado de las inscripciones donde se la asocia a su reinado, su coronación o sus logros y, aunque se puede interpretar la sintonía de sus formas en algunos grabados, los colores tan representativos de esta zona del Alto Egipto están tachados, prácticamente desechos.
Aunque Hatshepsut reinó y murió en paz, sus sucesores hicieron todo lo posible para destruir su memoria. Sin embargo, los actos vandálicos llevados a cabo por su propia familia no reafirmaron la teoría de que destruyendo los monumentos históricos se destruye la identidad de un pueblo, pues Hatshepsut llevó a cabo grandes proyectos de construcción y su legado es uno de los más importantes en la actualidad.
El interés por la arquitectura
Gracias a los numerosos textos y restos arqueológicos de las ruinas, los arqueólogos pudieron comprobar el enorme interés que mostró la reina-faraón en ampliar y edificar santuarios. En Elefantina mandó construir el templo de Satet y, en el pueblo de Speos Artemidos, las capillas dedicadas a la diosa Pakhet.
En la región de Nubia y, en concreto en la zona de Buhen y Memfis, la reina alzó el templo de Horus y embelleció con estatuas los templos de Qasr Ibrim, Semna, Faras, Quban y Sai. También hay indicios de otras construcciones suyas en Karnak, Kom Ombo, Hierakónpolis, el-Kab, Armant, Hebenu, Cusae o Hermópolis y, fue en la capital, Tebas, donde Hatshepsut realizo sus construcciones más ambiciosas, siendo esta actividad dirigida al culto exclusivo del dios Amón.
De faraona a faraón
“Actué bajo su mando; fue él quien me dirigió”. En un momento histórico en el que el 95% de la población egipcia era analfabeta, el mensaje visual que debía transmitir Hatshepsut a su pueblo era clave y demasiado importante para que no pasara por alto. Por ese motivo, cuando decidió cambiar su vestimenta y accesorios por los típicos de un faraón, reivindicó la figura del dios Amón como su padre e insistió en que era él quien quería que se hiciera cargo de Egipto.
Con su “metamorfosis” se ganó el respeto y la admiración de su pueblo y, poco a poco, la representación de su cuerpo fue haciéndose cada vez más masculina para mostrarse como el estereotipo de un rey: desde la corona y la falda corta hasta la barba postiza, que se consideraba un atributo divino. Ningún detalle fue banal. Ninguna decisión fue impulsiva.
En la actualidad, visitar el templo de Hatshepsut entra dentro del recorrido obligatorio cuando se vista la ciudad de Luxor. Dedicarle el tiempo que se merece también. Este magnánimo edificio de dimensiones colosales puede verse desde la otra orilla del río Nilo, dominando por completo el resto de templos funerarios.
Uno de los paseos más recomendables es hacerlo en globo, pues desde las alturas se distingue perfectamente la combinación magistral de arquitectura con un paisaje fantástico, idéntico a la personalidad de la mujer que lo mandó construir.