La mayoría de personas que consumen contenido audiovisual a través de VoD pasan más tiempo buscando material que dedicando tiempo a verlo. El último estudio realizado por The Trade Desk en Reino Unido sobre los servicios que ofrecen las plataformas de pago sitúa a los ingleses en un promedio de 16 horas semanales (dos jornadas laborales) delante de la pantalla, encasillando el visionado televisivo en varias etapas.
La primera es aquella a la que la mayoría de personas aspira y pocos acceden: dedicarle tiempo de calidad al tiempo del que disponemos. La segunda sitúa al telespectador en un lugar solitario donde se conecta al cable para que este le proporcione compañía. Y la tercera es a la que se recurre cuando se quiere escuchar sonido de fondo, bien sea solo o en compañía, mientras se está en la ducha o se cocina. Sexo en Nueva York (HBO, 1998-2004) pertenece a cualquiera de las tres categorías.
La premiada serie norteamericana tiene la virtud de sacar una sonrisa al telespectador gracias a esas conversaciones entre amigas, ese vestuario siempre adecuado, esas vidas tan ajetreadas. De hecho, tan, tan ajetreadas que les deja tiempo a las cuatro protagonistas para desayunar juntas casi todos los días. ¡Y qué fiestas!
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¿Cuántas mujeres no han soñado con ser Carrie Bradshaw (Sarah Jessica Parker) en la ficción y en la realidad? ¿Cuántas no se han imaginado paseando por la Quinta Avenida de Manhattan con unos Manolo Blahnik de cada color o unos Jimmy Choo extrovertidos, estridentes, únicos? Sin embargo, ¿enfundarse en unos tacones de marca (o sin ella) es lo más recomendable a la hora para descubrir una ciudad?
Nueva York, ¡allá vamos!
Cruzar el charco y aterrizar en Nueva York supone la constatación íntima de estar en una ciudad donde se cuece la esencia de toda gran urbe: sus barrios, sus esquinas, sus bocas de metro, sus vapores, sus calles interminablemente fraccionadas…
Cientos de referentes, cientos de imágenes se suceden en la retina acomodándose en la memoria. Y, de inmediato, una frase salta en mitad de la nada que todo viajero debe coserse a la solapa de la chaqueta: "Allá donde fueras, haz lo que vieras".
Un hábito que, en este destino, impulsa a levantar el brazo para parar un taxi, comer un perrito caliente en mitad de Times Square o cargar con una Coca-Cola bien fría servida en vasos de papel desproporcionados. El virtuosismo de Manhattan es agotador y tremendamente extraordinario.
La ciudad sin fin
Nueva York es un lugar único, aunque este adjetivo la encasille en un tópico generalizado. Los norteamericanos fueron los primeros en inventar el término que describe a la perfección su ritmo de vida: Manhattan es la ciudad que nunca duerme y esa constatación se proyecta al amanecer, cuando, todavía en pijama, los camiones de la basura trabajan en pleno apogeo.
En el instante que despunta el sol es el momento donde, de cada cafetería, brotan cientos de ejecutivas dispuestas con su gran café aguado y las deportivas más cómodas que tienen en el armario. Los zapatos de tacón los llevan en el portafolios, guardados con el resto de su vida. La gente no cesa en su vaivén y todos evidencian su falta de previsión. Corren, corren y corren. Siempre corren. Es el ciclo de la vida de una gran ciudad que no cesa de moverse.
Es maravilloso empezar el día en Manhattan observando este movimiento mientras el viajero lo hace desde la atalaya más cercana, Y, este, sin duda, es uno de sus encantos más encantadores: mirar sin ser visto.
En Central Park pasa todo
La 7th Ave conduce, directamente, a Central Park. La burbuja verde es el gran pulmón de la ciudad, donde los deportistas de cualquier parte del mundo ansían correr por sus caminos. Las escenas se repiten porque el cine se ha encargado de exportarlas. Cientos de arterias suburbiales son conocidas, aunque el viajero no haya estado en ellas. Nueva York es la mitología urbana del presente. Una película que no cesa. Como diría el escritor Paul Auster, "los neoyorquinos son parientes lejanos que conocemos y que visitamos para refrescarnos la memoria".
Eso sí, es importante no confundir Central Park con Central Perk, la cafetería ficticia más famosa de la ciudad. Aunque en la serie de Friends, el lugar en cuestión está ubicado a la vuelta de la esquina de los apartamentos, en la realidad se encuentra en el barrio de Greenwich Village, bajo el nombre The Little Owl.
Contracultura underground
Este barrio, conocido por los neoyorquinos como simplemente The Village, es la zona de la contracultura, la cuna del movimiento LGTBI y el lugar donde más repercusión han tenido los movimientos sociales de Manhattan. Si algo lo caracteriza son sus coquetas calles de estilo centroeuropeo y sus tiendas alternativas, donde perfectamente se pueden adquirir unas deportivas de segunda mano o nuevas, según el gusto y el bolsillo.
Paralelamente a este lugar se encuentra la zona de la generación beat, el lugar donde Andy Warhol proyectó su arte, el tronco donde reside el punk y el rock&roll de la ciudad. El East Village es el mosaico cultural de Nueva York y la zona que se aleja un poco más de los lugares más turísticos. Cruzar el Brooklyn Bridge hasta Williamsburg, callejear por la zona financiera, visitar la estatua de la Libertad en barco y subir a los rascacielos son actividades que convierten esta urbe en un maravilloso parque de atracciones.
El mundo en una sola ciudad
La gastronomía, ese gran puntal viajero, está instalada en los barrios de Little Italy y Chinatown, donde, además de probar a sopa de aleta de tiburón, también se puede acceder a la compra de un recuerdo de la ciudad.
Cuando el día está acabando y el viajero piensa que ya no existen las horas de ocio; después de finiquitar un día agotador, donde la tarjeta de crédito llora sin consuelo y, encarando la misma calle donde duerme el hotel elegido, aparece de la nada un añejo local de jazz con música en directo que se postula como candidato a hacer de esa noche, la mejor noche de la vida. Y lo mejor de todo, se puede acceder en zapatillas.
Anaïs Nin dijo: "Dale a nueva York un poeta y la ciudad hará el resto”. Carrie Bradshaw, la mejor escritora de sexo que la ciudad ha fabricado en la ficción, nos abre las puertas de la Gran Manzana para que investiguemos sobre ella. Dejarle la ciudad es ponerle un manjar en las manos. Regalarle unas deportivas, seguramente también.