La omnipresencia de las redes sociales en la era digital en que vivimos ha supuesto muchos cambios. Algunos de ellos han sido muy positivos, como la inmediatez de la información y el acceso directo a contenidos actualizados, pero otros no han tenido el mismo efecto.
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Las redes sociales han contribuido a crear una imagen distorsionada de uno mismo. Es lo que se conoce como dismorfia corporal, un trastorno psicológico relacionado con la percepción de la propia imagen que lleva a detectar defectos en uno mismo y magnificarlos desmesuradamente.
Instagram y Snapchat, por ejemplo, se basan en compartir fotografías y vídeos de uno mismo o del día a día. Ambas aplicaciones cuentan con la opción de añadir filtros a las imágenes,modificándolas, embelleciéndolas y, en algunos casos, llegando a cambiar el aspecto real de la foto al completo.
Algunos cambian aspectos relacionados específicamente con la fotografía como la saturación, el brillo o la iluminación. Mientras que otros modifican las facciones de los protagonistas de la imagen, como la forma de la cara, el color de la piel y de los ojos, la estructura de la nariz y los pómulos e incluso el color del pelo.
El uso constante de filtros lleva a la costumbre de verse con ellos. De este modo, se pierde una noción real de la propia imagen, distorsionándola y llegando a construir una versión falsa de uno mismos. Así, la persona que vemos en el espejo parece desconocida porque no es la misma persona que vemos en los selfies.
Esto genera problemas psicológicos de inseguridad, baja autoestima, depresión y ansiedad. Muchas personas se llegan a sentir impotentes por no parecerse a su imagen con filtros y utilizan el maquillaje para intentar asemejarse lo máximo posible. De este modo, no solo reniegan de su imagen real, sino que tratan activamente de cambiarla.
En algunos casos, los más extremos, las personas solicitan cirugías estéticas o tratamientos cosméticos para cambiar sus rostros con el objetivo de parecerse al aspecto que les otorgan los filtros. Son muchos los cirujanos que reciben fotos de estas personas con filtros como plantilla de lo que desean conseguir.
El jefe del Servicio de Cirugía Plástica, Estética y Reparadora del Hospital Universitario la Zarzuela de Madrid explicó en una entrevista para el periódico El Mundo que el término dismorfia de Snapchat se acuñó hace unos años para definir a un grupo de personas que de alguna manera tienen una alteración o una distorsión de su propia imagen.
Ahora, esto se ha generalizado y extendido a otras redes sociales como TikTok e Instagram, en las que la imagen de uno mismo es la protagonista de los contenidos. Un trastorno que, sin duda, es muy peligroso, pues involucra conductas del espectro obsesivo-compulsivo y en algunos casos lleva a rehuir de la interacción social.
Hay muchos casos conocidos en los que algunas personas se someten a cientos de operaciones para parecerse a alguien en concreto, como es el caso viral de la modelo húngara Bárbara Luna Sipos, que se gastó miles de dólares en operaciones para asemejarse a Barbie.
Ahora, la gente ya no aspira a que su aspecto sea similar al de otra persona, sino al de ellos mismos con filtros. Conocer una versión que nos gusta más que la real lleva a tratar de transmitir esa imagen a los demás. Un aspecto que, lejos de ser una versión mejorada de nuestro aspecto, es más bien una versión imposible.