Cada 10 días Sinéad O’Connor (Dublín, 1966 - 2023) se rasura la cabeza. Así lo ha hecho, tal vez en alguna época no con tanto ahínco ni puntualidad, desde que en su sello discográfico le sugirieran “arreglarse más”, llevar minifaldas y dejarse el pelo largo. Sinéad no estaba para que la encorsetaran, sexualizaran y convirtieran en un producto más de la industria musical.
Hace más de tres décadas, Sinéad se rebeló. Tenía unos 20 años, desbordaba talento y carisma. Pronto se colocaría en el número uno de todas las listas posibles con Nothing compares 2U (composición de Prince), además de crear un sólido y novedoso trabajo discográfico. Raparse y llevar ropa de dos o tres tallas más grande, vestuario fluido -como le dicen ahora-, conformarían una imagen que no cuadraba con el canon de los 90, de lo que se esperaba de una naciente estrella de la música pop. Tampoco estaba bien visto ejercer crítica social, ser activista, no quedarse callada.
Sinéad atenazaba un altavoz y lo usó, pero en los 90 el activismo no comulgaba con las estrellas del pop. La intérprete fue una adelantada a su tiempo, cosa que contrasta con la época actual en la que algunas celebridades defienden causas escogidas en el catálogo a disposición de sus publicistas, por la necesidad de tener en “agenda” el activismo (aunque es cierto que otras se apuntan de todo corazón a ciertas luchas).
La irlandesa de ojos inmensos, sonrisa que se quedaba pegada en la retina, que extasiaba con su voz y rompía esquemas con su música, era como un ave del paraíso en medio de una selva repleta de animales que la veían con recelo. No tardaron en tacharla de loca, zorra y desubicada.
Los tres adjetivos más usados para desactivar a las mujeres que desafían, a las contestatarias, a las rebeldes con causa (o sin ella), a quienes denuncian injusticias, maltratos y atrocidades. Sinéad O’Connor era una de ellas.
Sin duda, Sinéad constituye todo un fenómeno en la historia de la música reciente y el documental Nothing compares, dirigido por Kathryn Ferguson, así lo recuerda. Es más, tiene toda la intención de que de una vez por todas, y desde la óptica actual, se asuma y admita su legado, y de paso se reconozca que a quien llamaron “loca” tenía razón. Y vaya que la tenía.
“Me rompieron el corazón, me mataron, pero no morí”, flota su voz sobre imágenes en el documental de Ferguson, “trataron de enterrarme, pero no se dieron cuenta de que ya yo era una semilla”.
“Yo sólo quería gritar”
En cierta forma, el estreno en el Festival de Sundance de Nothing compares, cuya producción se inició hace cuatro años, venía a complementar la reciente publicación de las memorias escritas por O’Connor, Rememberings (Sandycove, 2021). Para la culminación de ese libro, había pasado por un difícil y largo proceso de revivir un pasado que le había dejado muchas cicatrices y heridas aún abiertas.
Parecía un buen momento para la reivindicación de la figura de la cantante, quien había continuado con su carrera musical y que en 2018 se había convertido al Islam. Pero en enero de este año, a causa del suicidio del menor de sus cuatro hijos, Shane (de 17 años), se desestimó cualquier promoción, declaraciones o entrevistas con la directora Kathryn Ferguson. Obviamente tampoco con O’Connor, quien tuvo que ser hospitalizada por pensamientos suicidas.
Nothing compares, guiada por la voz en off de Sinéad, además de declaraciones de artistas como Peaches, Kathleen Hanna, Chuck D o John Grant, se centra en los hechos, denuncias y palabras de Sinéad O’Connor entre 1987 y 1993, años claves durante los cuales alcanzó lo más alto de la fama para luego convertirse en la diana de una campaña de descrédito en una época en la que aún no se hablaba como concepto de la cultura de la cancelación, a pesar de que se practicaba a lo bestia a diestra y siniestra.
En aquel entonces, la cantautora irlandesa alzó su voz a favor del aborto y de que las mujeres decidieran sobre su cuerpo, por los derechos del colectivo LGTBQ, como también condenó el abuso infantil y la violencia hacia las mujeres en la Iglesia católica. Se puso de lado de artistas que fueron menospreciados, censurados y rechazados por representar la cultura afrodescendiente, como también habló de las enfermedades mentales cuando ese tema constituía un muro de silencio impenetrable. A día de hoy todas esas causas están más vivas que nunca.
O’Connor se atrevió a mucho, quizás porque era un alma punk que no tenía nada que perder. Muchas de esas causas las hizo suyas por pura y sincera empatía, mientras que por otras levantó el puño por motivos personales, porque en cierta forma las había vivido y sufrido en carne propia, cosa que en aquel momento no se sabía, y si se hubieran sabido el hecho de ser mujer le jugaba en contra.
Tanto en el documental como en el libro, se cuenta sobre la constelación familiar de la cantante, los abusos físicos y psicológicos a los que se vio sometida desde niña por parte de su madre, así como la nula disposición de su padre para interceder. Cuando su madre murió en un accidente de tránsito, Sinéad –que tenía 18 años- cogió la única foto que había en su habitación: era una imagen del Papa Juan Pablo II tomada en una visita a Irlanda en 1979. Se la guardaría para un momento oportuno.
Los maltratos en su infancia y su adolescencia turbulenta, constituyen una parte fundamental y definitiva en la vida de O’Connor, quien es consciente de que sufre de un trastorno de estrés postraumático y de un trastorno límite de la personalidad.
“Cuando era niña no había terapia”, se escucha en el documenta la voz algo áspera de la cantante, “hacer música fue mi terapia. Yo sólo quería gritar”.
La Irlanda en la que se crió Sinéad estaba dominada por los preceptos de la Iglesia católica; en los 70 perduraba pues la tradición ultraconservadora y represiva, en la que la que también crecieron su madre y su abuela.
Las mujeres en Irlanda tenían todas las de perder, de esto tomó consciencia desde muy temprano y lo corroboró cuando, desde la escuela católica donde estaba internada en su adolescencia, vio de cerca lo que ocurría en las llamadas Magdalene Laundries (Las Lavanderías de la Magdalen), adonde fueron a parar miles de jóvenes violadas y mujeres que consideraron “caídas en desgracia”.
En Nothing compares -para el cual y como nota curiosa los herederos de Prince prohibieron el uso de la canción que O’Connor hizo famosa -, relata que convertirse en una estrella de la música pop no estaba entre sus planes. El camino musical lo fue pavimentando, primero aupada por una profesora de guitarra que escuchó su voz excepcional, luego frecuentando grupos alternativos de rock y punk, hasta dar el salto definitivo a Londres donde firmó con Ensign Records para grabar su primer álbum The Lion and the Cobra en 1987.
En plena producción quedó embarazada y los mandamases de la discográfica le sugirieron interrumpir la gestación. Aunque defendía el derecho al aborto, en su caso y en ese momento de su vida, ¿por qué tendría que acatar tal orden disfrazada de sugerencia?, se preguntó.
Mandinka, Troy, I Want Your (Hands on Me) y otras canciones de ese primer álbum de estudio la pondrían en el panorama musical internacional.
La foto despedazada
¿Cómo fue que miles de discos de Sinéad O’Connor fueran destrozados por una aplanadora?, ¿de dónde vino que Madonna se mofara de ella, que Frank Sinatra le ofreciera una patada en el trasero o que el actor Joe Pesci deseara darle una zurra?
La reacción de Sinatra fue a causa de la negación de O’Connor a que se tocara el himno nacional de EEUU previamente a su concierto en Nueva Jersey en 1990. Para aquel momento, el país americano no solamente estaba librando la guerra del Golfo, además Sinéad estaba apoyando abiertamente a los artistas negros que estaban siendo censurados y rechazados por la Academia Nacional de Artes y Ciencias de la Grabación (NARAS), por lo cual había boicoteado la gala de los Grammy de 1991.
Su segundo y exitoso álbum I do Not Want What I Haven’t Got (No quiero lo que no tengo), que contiene el hit Nothing Compares 2U, tenía cuatro nominaciones, de las cuales ganó una por mejor álbum de música alternativa.
“Quizás si hubiese sido un hombre no se hubiera producido tanto revuelo”, comenta O’Connor en el documental sobre el jaleo en torno al himno de EEUU, “simplemente no se esperaba algo así de una mujer”.
El episodio de los discos destruidos, la mofa y cero empatía por parte de Madonna, la amenaza de Pesci, a lo que se sumaría una mezcla de humillantes abucheos con aplausos en el Madison Square Garden de Nueva York durante un homenaje a Bob Dylan (“el ruido más extraño que he escuchado en mi puta vida”, describe O’Connor en el documental), serían las reacciones ante una acción que dejó pasmados a muchos y maravillados a otros.
Era 1992. Sinéad, en la cúspide de la fama, participaría en el programa Saturday Night Live (SNL). Cantó a capella WAR, de Bob Marley, la que modificó ligeramente.
Al terminar de entonar la canción, mirando fijamente a la cámara sacó la foto del Papa que había sido de su madre. La hizo jirones y dijo sin que le temblara la voz: “Lucha contra el verdadero enemigo”.
“¿Cuándo habíamos visto un acto feminista así en la televisión?”, se pregunta Kathleen Hanna de la agrupación Bikini Kill en Nothing compares. Esa acción feminista tenía además un trasfondo, algo que no se tomó en cuenta en aquel momento cuando una estrella del pop tenía que abrir la boca sólo para cantar.
En esos años empezaban a salir a la luz en varios países las acusaciones de violaciones y abusos a menores en la Iglesia católica. Obviando las consabidas presiones, los medios de comunicación en Irlanda se habían hecho eco de las denuncias.
Sinéad O’Connor, quien seguía muy de cerca el escándalo, se enfureció ante la indolencia de la Iglesia católica quien para ese entonces tenía como Papa a Juan Pablo II.
A partir de aquella noche de 1992, Sinéad escucharía más que nunca las palabras “loca, zorra, desubicada” relacionadas con su nombre. “¿Esta perra dice que hay sacerdotes violando a niños? ¡Por supuesto que les parecía una locura! Por eso no les culpo por odiarme”, se pone en el lugar de aquellos que ignoraban lo que estaba ocurriendo en el seno de la Iglesia católica.
“Lamento que la gente me haya tratado como una mierda”, se escucha su voz en la película Nothing compares, “ pensaron que podían burlarse de mí por tirar mi carrera por el desagüe, pero nunca dije que quisiera ser una estrella del pop, de manera que no deseché ninguna puta carrera”.
Tres décadas más tarde de ese episodio en SNL dice que si bien le hirieron profundamente las reacciones, no se arrepiente. “Fue la cosa más orgullosa que he hecho como artista”.
Tal como escribe en Rememberings, lo que había descarrilado su carrera fue figurar como la intérprete número uno en todas las listas musicales. “Romper la foto”, afirma, “me regresó al camino correcto”.