Cuando el año pasado nacieron los ‘Maga de Magas’, respondieron a una conversación que mantuve conmigo misma durante meses. Había un grupo de maravillosas mujeres detrás de los periódicos, las revistas y los programas que, en contadas ocasiones, recibían premios. ¿Por qué no hablaban de ellas el resto de los medios? ¿Por qué no se reconocía el mérito de las que inspiran a las que nos inspiran? Todas las respuestas que me daba a mí misma escapaban a la lógica.
Yo llegué a este mundo de la comunicación como una paracaidista y desde arriba, aterrizando con la mochila vacía de muchas cosas, pero llena de otras, no se entienden los vicios aprendidos de cada profesión, ni los prejuicios ni la competición en lugar de la competencia. Ellas son fabulosas y sus trabajos merecen ser reconocidos.
Pero en el acto de la entrega, emocionante, maravilloso y en el que tanto premiadas como asistentes brillaron con luz propia, estuvieron muy presentes la humildad, el talento y la dedicación de cada una de ellas. Además, nos dieron una lección de esas que me gusta compartir con todas vosotras.
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Ese plantel de premiadas a las que todos admiramos o, cuando menos respetamos y reconocemos su mérito nos demostraron que no son personajes creados en vano, sino mujeres curtidas en su arrojo, inteligencia, sentido del deber y que ese camino no se recorre como una senda brillante de seda y oropeles. Ellas hablaron de sus momentos de miedo, de ‘síndrome de la impostora’ e incluso de soledad.
Pedro J. me dijo durante el acto que era incomprensible que todas aquellas mujeres dijeran lo mismo que digo yo habitualmente. A veces, él no alcanza a comprender, por más que lo intenta, mis crisis de autoestima, mis dudas sobre mí misma ni mis inseguridades.
Pero no descubro nada si escribo que todas las tenemos. Seguro que las lectoras también. Por eso quiero haceros el regalo de que leáis lo inverosímil que resulta en boca de mujeres tan excepcionales, algo que es lo que todas sentimos alguna vez, en reiteradas ocasiones o gran parte del tiempo.
Susanna Griso dijo al recoger su premio: ‘Nunca antes me habían premiado en la categoría de creadora de opinión. Me impresiona el epígrafe porque, como le pasará a muchas mujeres -ya que está muy extendido entre el universo femenino- sufro cierto síndrome de la impostora.
Si le entregáis este premio a un hombre, seguro que no lo cuestiona e incluso lo agradece. Yo, en cambio, me pregunto por qué. Siempre me he considerado una curranta y una periodista que levanta con el permiso de Manu Sánchez, la persiana informativa todas las mañanas en Antena 3. Pronto cumpliré 20 años al frente de Espejo Público’.
La siguiente en recibir el galardón fue Almudena Ariza. Después de prestar atención a la reina de las mañanas de la televisión, seguimos escuchando a la corresponsal en la que todos pensamos cuando nos dicen reportera de guerra.
Ella habló sobre la tortuosa conciliación: ‘Recuerdo cuando volví de la guerra de Afganistán porque, como yo había sido una rareza dentro de un mundo tan masculino, me hacían entrevistas en los medios. Siempre me preguntaban por una cosa: por mis hijos. "¿Tienes niños?", "¿Qué haces con tus hijos cuando vas a la guerra?". Un día, cansada de escuchar la misma pregunta, pregunté yo: "¿Por qué esto solo se lo preguntáis a las mujeres? ¿Por qué a los hombres no les preguntáis qué hacen con sus hijos cuando van a la guerra?"’.
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Cuando le llegó el turno a Elvira Lindo escuchamos: ‘Cuando escribimos una novela estamos muy solos en una habitación. No sabes a quién le va a llegar, si va a gustar o no o cuáles serán las críticas. En ella pones alma, corazón y vida. Además, está tu imagen pública. A mí a veces me gustaría firmar con pseudónimo y ser otra persona distinta de la que soy para que la gente no me viera con las ideas preconcebidas. Que me vieran por primera vez y no supieran la edad que tengo, la experiencia... A eso contribuye este premio que dais’.
Yo me iba sintiendo identificada con todas en la parte emocional. Ángeles Caso fue más a un dato objetivo, a ese que me recordó la frase de Virginia Woolf: ‘En la mayor parte de la historia, Anónimo era una mujer’. La periodista e historiadora nos contó: ‘Estoy empeñada, de alguna manera, en volver a contar la historia, de construir el relato historiográfico androcentrista patriarcal que hemos recibido. En él, parece que las mujeres no hemos hecho nada más que parir y gestar -que ya hubiera sido suficiente- y remover bien los garbanzos para que no se quemasen en el fuego. Pero la historia, ha estado llena de mujeres líderes que han defendido su propio proyecto. Algunas en un terreno gigantesco y otras en un terreno muy pequeñito, pero muy relevante también para la condición humana. Han sido borradas por ese relato historiográfico patriarcal. Somos muchas las personas que estamos rebuscándolas en el pozo del olvido, del borrado, que vamos sacándolas poco a poco a la luz’.
Cuando parecía que ya habíamos oído algunos de los fundamentales temas que nos ocupan a todas, Rosa Montero recogió el premio a la trayectoria y nos dijo que estos reconocimientos ‘los sientes como un verdadero abrazo, un abrazo muy necesario porque todos los que nos dedicamos a esto somos de una inseguridad patológica.
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Suelo contar una anécdota que me gusta mucho que es de Goethe, en su autobiografía ‘Poesía y verdad’ decía que iba a una escuela dominical a los diez años. Allí, pedían a los niños (solo eran varones) que llevaran cada domingo unos versos. Él iba tan contento pensado que sus versos eran los mejores de la clase, que seguro que lo eran porque era Goethe. Cuenta que cuando llegó el segundo, tercero o cuarto día, empezó a sentirse muy incómodo porque veía que otros compañeros de clase también pensaban que sus versos eran los mejores. Había otro niño que hacía unos versos espantosos, toda la clase se reía de él, pero él seguía creyendo que los suyos eran los mejores. Goethe empezó a pensar con angustia, yo era igual que ese chico y que a lo mejor toda la clase se estaba riendo de él. Y dice: “ese tormento me duró mucho tiempo”. Yo digo que este tormento le duró durante toda la vida. Porque esa inseguridad, esa falta de agarrarte a algo que te diga, una norma objetiva, que te diga, que lo que estás haciendo merece la pena, que no es una tontería ni un absurdo que se te ha pasado por la cabeza meterte en una esquina de tu casa a inventar mentiras, por ejemplo, en el caso de una novela. Ese agujero siempre es una herida. Y por eso estos premios son terapéuticos. Ayudan a curarla un poquito’.
Seguro que Victoria Prego, otra de las grandes, la sexta premiada asentía con la cabeza esté donde esté. Grandes mujeres que expresan su liderazgo haciendo hincapié en su vulnerabilidad y sus necesidades. Ese es el nuevo modelo de liderazgo, el de las grandes, el de las que se empeñan en que todas sintamos que la perfección no existe y que el tesón y los éxitos vienen teñidos por la sombra de los miedos, esos de los que no escapa nadie y que cada uno customiza a su manera.
¡Larga vida a las Magas de Magas!