Queridas Magas: deshaceos del autoengaño y seréis más libres
El videopodcast ‘Arréglate que nos vamos’ es uno de los pretextos que nos unen cada semana a vosotras. Ya contamos por decenas de miles las personas que os descargáis la conversación dominical que Charo Izquierdo y yo mantenemos con una invitada, como quienes se toman un café con una amiga.
Aprovecho para pediros que os suscribáis en las plataformas de pódcast y que lo recomendéis a vuestras personas más queridas. El otro día una oyente me escribió para decirme que le había parecido muy bueno lo que yo había contado sobre el autoengaño. Y hoy, quiero compartirlo con vosotras.
Hace apenas unas décadas, en España no se contaba que uno acudía al psicólogo por el riesgo a que los prejuicios ajenos le trataran como un ‘loco’. Afortunadamente, esa época pasó, pero creo que aún nos viene bien que personas del entorno nos cuenten que han estado en terapia.
Cada vez se hace más preciso cuidar de nuestra salud mental tanto como de la física. Quizás esto esté condicionado por el cambio en nuestra forma de relacionarnos con el entorno, por la ampliación de nuestros contactos diarios por los dispositivos e internet y por la falta de silencio y de estar a solas con nosotros mismos.
Probablemente sea consecuencia de la suma de muchos factores. Yo tuve que asistir a terapia después de un hecho grave en mi vida. Pronto me di cuenta de que aquello, pese a los tabúes, era buenísimo para mí.
Hablando y hablando, escuchándome en voz alta, haciendo ejercicios y pensando luego sobre todo lo que me ocurría, llegué a conocerme mejor a mí misma. Con mucho esfuerzo, algunas risas y muchas lágrimas, supe cuáles eran mis puntos fuertes, conocí mejor mis debilidades e intentaba tenerlas a raya.
Aprendí a ser una mujer orquesta que, haciendo todo a la vez, se daba más espacio para crecer y sufrir menos. También me liberé de la mayoría de los prejuicios y aprendí a preparar un escudo para los ataques. Desde que lo tengo, le saco tanto brillo que ya no es que pare los golpes, sino que por su superficie casi todo resbala.
Poco a poco, encontré la satisfacción de conocerme mejor. Sabía que mis crisis de autoestima aparecerían, pero ya sabía identificarlas. También me puse frente al espejo con mi afán por trabajar incansablemente de un modo ‘excesivo’, le puse nombre a eso tan mío de ser ‘mari-retos’.
Comprendí que no nos podemos poner a la altura de quienes pierden las formas, porque quienes lo hacen tienen un problema personal que no tiene que ver con el destinatario de los gritos.
Aprendí mucho y comencé a vivir mejor. Entonces, cuando paré a evaluar mis progresos, me di cuenta de que tenía un resorte que me hacía incapaz de ser honesta conmigo en los momentos más complicados. Cuando no quería darme a mí misma una respuesta que me pusiera en una situación incómoda, ponía mi cerebro a trabajar para que me convenciera de lo que me interesaba.
Os pongo un ejemplo que os sonará a casi todas. Alguien os invita a ir a un acto en el que tenéis que participar activamente. Todas las personas que están allí saben más del asunto que se va a tratar que vosotras. Y de repente, vuestro cerebro ha preparado varias respuestas a la carta para que elijáis la que más os guste.
-Ufff… vaya coñ***. Son unos estirados sabelotodo. Me da pereza.
-Imposible. Tengo la agenda como para meter un capricho...
-No me aporta nada y necesito descansar. Esas horas las dedico a mi familia.
-Es que… me viene fatal.
Podría seguir alargando la lista sin piedad, pero lo dejamos ahí. Todos esos argumentos no son ciertos, igual que no eran los que me daba yo a mí misma.
Entonces decidí hacer una terapia para descartar el autoengaño. Elegí a mi psicóloga favorita, Teresa Cruz, y nos pusimos a ello. Qué difícil es llegar a mirarte al espejo, ser honesta contigo misma y decirte la verdad.
En el caso que he escrito párrafos arriba, la respuesta sería:
-No voy porque tengo miedo.
Abordarlo así es duro, muy duro. La sociedad nos establece el prejuicio de que no hay que reconocer las limitaciones y que ser valientes significa disfrazarlas.
Y partiendo de que el miedo es subjetivo y el riesgo es objetivo: ¿me compensa ir? ¿el riesgo es realmente peligroso? ¿qué puedo ganar y qué puedo perder?
No quiero aconsejaros, solo contaros mi experiencia. Yo soy más feliz desde que aprendí a desterrar el autoengaño. Ahora diría: ‘no quiero ir porque tengo miedo’.
Queridas magas: ser valientes es ser honestas con vosotras mismas. A veces, nos enseñan a no escucharnos. Yo busqué ayuda en una profesional y os aseguro que fue una maravillosa inversión, no solo económica, sino también de tiempo.