Con los nervios a flor de piel, una multitud de flamencas se congrega frente al espacio que la familia Molina ha instalado a pocos metros de la Portada de la Feria de Abril. Allí, en la Avenida Flota de Indias de Sevilla, no caben más alfileres que los que manejan los costureros de esta pequeña caseta reconvertida en taller, con el objetivo de traer de nuevo a la vida los trajes de quienes acuden a sus manos, impacientadas por lucir radiantes en una de las semanas más especiales del año.
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La historia de Molina Flamenca, firma desde hace años consagrada en la hispalense, es la de un negocio artesanal que ha sabido encontrar la perfecta sinergia entre folclore, tradición y modernidad en los diseños de sus trajes de gitana.
Sus inicios se remontan a 1969, año en que Francisco Molina —que por aquel momento se dedicaba a la confección industrial— y su esposa Esperanza Taoucedo, decidieron abrir su propia marca de moda flamenca, desde una fábrica ubicada en la localidad vecina de Alcalá de Guadaíra.
Segunda generación de artesanos
Desde entonces han pasado más de cincuenta años, y ahora es la segunda generación de la familia —a través de los hijos del matrimonio— la que viste de volantes a las mujeres de la Feria de Abril.
Tal como cuenta en conversación con magasIN, Francisco Molina ha vivido, y también ha sido partícipe, de la evolución que ha tenido el traje de flamenca a lo largo de las últimas décadas. Desde el acortamiento hasta la rodilla, imbuido por la revolución de la minifalda en los sesenta, hasta la incorporación de nuevos colores y tejidos. "Nuestro traje se distingue de otros vestidos regionales en que sigue vivo, va actualizándose y está en constante rejuvenecimiento", explica el director de la firma.
En una ocasión como esta, no es de extrañar que muchas flamencas quieran innovar con nuevas combinaciones, formas y hasta escotes asimétricos. Aunque las opciones más clásicas también resisten como una garantía de éxito asegurado.
"En la moda flamenca hay tres colores fundamentales, el blanco, el rojo y el negro, y por más tiempo que pase no van a dejar de marcar tendencia", explica.
Igual que la actividad de Molina no se limita a los vestidos —también confeccionan faldas rocieras, mantoncillos y otros complementos de inspiración flamenca—, sus ventas a veces traspasan las fronteras nacionales. "No es algo generalizado, porque pertenece a nuestra cultura, pero sí que hay interés por el baile flamenco y por nuestros trajes fuera de España".
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Una anécdota para la posteridad
Más de una década lleva la firma ofreciendo arreglos gratuitos desde su taller portátil en el Real de la Feria. Pensado para hacer frente a pequeños desperfectos que puedan producirse en los trajes de las flamencas, este punto de asistencia surge por iniciativa de Francisco Molina, que en 2007 presenció "cómo una flamenca abandonaba una caseta llorando después de haberse rasgado varios metros de volante al engancharse con una silla".
Según él, el percance se podría haber arreglado en menos de diez minutos, pero al no haber máquinas de coser cerca era imposible ponerle solución. Así es cómo el sevillano llegó a la idea de crear un proyecto, a coste cero, que salvaría los vestidos que tan cariñosamente habían preparado sus dueñas para la ocasión. El gerente se puso en contacto con la concejal de Fiestas Mayores, Rosamar Prieto, le propuso la iniciativa, y el resto es historia.
Este año, el taller vuelve a la faena con casi un centenar de visitas diarias, y desde la familia Molina viven con entusiasmo unas fechas que les obligan a organizarse por partida doble. Por un lado, desde sus tiendas, a pleno rendimiento desde hace semanas, y por otro, desde la Feria, donde se aseguran de que sus clientas se sienten como en casa mientras arreglan sus vestidos.
Una vez les llega su turno, las muchachas sustituyen su vestido por un batín con el que esperan, desde el probador, mientras los costureros trabajan con maña y dedicación.
Más presentes que nunca
El cariño con el que se trata el traje en los rincones de este pequeño módulo es una manifestación más del respeto que guardan, quienes se congregan frente al Real, por el folclore y sus propias tradiciones. Un sentimiento que, lejos de desvanecerse con el tiempo, se ha reforzado tras el parón ocasionado por la pandemia.
Durante la crisis sanitaria, la moda flamenca fue una de las grandes perjudicadas del sector, pero desde que la Feria ha vuelto a celebrarse no hay sevillano que quiera quedarse en casa. "Hemos aprendido a disfrutar más del momento", comenta Molina.
Sobre el traje de flamenca, que ha repuntado sus ventas en estos últimos dos años, asegura que, lo que lo hace tan especial, es que se queda a vivir en la memoria de toda mujer que vaya a la Feria.
"Desde la primera vez que una se viste, hasta la noche en la que le dan su primer beso sobre el albero", cada ocasión de llevar este vestido constituye una experiencia singular y llena de significado.
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"A veces llega a la tienda una madre con su hija, y nos cuenta que es la tercera generación que se viste con un traje nuestro. Es muy bonito ver cómo el vestido de flamenca puede convertirse en un elemento que une a las familias, en especial a las mujeres", confiesa el director de Confecciones Molina.
Al igual que los farolillos, el albero, el rebujito y los volantes, este negocio familiar con más de medio siglo sobre sus hombros ha acabado convirtiéndose en un símbolo de lo que representa la festividad andaluza. En los próximos años, los artesanos esperan sumar muchas más ferias vistiendo a las flamencas, y seguir reivindicando, a través de sus diseños, una cultura que pervive con más fuerza que nunca.