Hay quien dice que ya no debemos hablar de “feminismo”, como un ente compacto y homogéneo, sino de “feminismos”, con afán de que no se convierta en un movimiento por y para mujeres cisgénero -es decir, aquellas cuya identidad de género coincide con su sexo-, blancas, urbanitas y de clase media, sino que la revolución abarque también a las mujeres transexuales, racializadas, empobrecidas, rurales, etc. Aquellas que sufren opresiones dobles y triples, aquellas que viven aún más discriminadas por el sistema, aquellas que casi nunca acostumbran a salir en la foto.
Son muchos los debates internos que respiran en el movimiento feminista; son muchas las corrientes en diálogo -y, a veces, tristemente, en guerra-. Hoy, 8 de marzo, es un buen momento para reivindicar lo que todas tienen en común: el deseo feroz por la igualdad, pero también sigue siendo conveniente la conversación argumentada sobre las disidencias del movimiento. Aquí algunas de las cuestiones principales que están sobre la mesa. Mejor, con respeto, sin hacernos sangrar.
1. La teoría queer
La teoría queer sostiene que los géneros, las identidades sexuales y las orientaciones sexuales no están esencialmente inscritos en la biología humana, sino que son resultado de una construcción social. Como explica Loola Pérez en Maldita feminista, “la palabra queer hoy se utiliza para designar a todas esas identidades sexuales que han sido históricamente marginales con respecto a la heterosexualidad, como es el caso de las personas gays, lesbianas, bisexuales, transexuales, transgénero, intersexuales, etc”. Ojo a El género en disputa (1990), de Judith Butler, una de sus grandes teóricas. Ahí está el pastel.
“El feminismo queer responde a una revisión crítica del sujeto del feminismo y al cuestionamiento de las identidades fijas y excluyentes”, es decir, rompe con el binarismo de género (masculino/femenino, hombre/mujer), por eso “ha encontrado algunas resistencias en el feminismo radical y cultural (…) y ha generado cierto malestar al pretender ampliar el sujeto del feminismo, que tradicionalmente se había definido como ‘mujer’”, apunta Pérez en su ensayo. Claro: si la teoría queer pretende eliminar los conceptos “hombre” y “mujer”, ¿destruiría también el feminismo histórico, que se basa en la idea de que la mujer es oprimida por el simple hecho de haber nacido mujer?
Este es el problema principal que las feministas de toda la vida -llamadas “radicales”- tienen con los anteproyectos de ley de derechos trans y LGTBI de Podemos, amén del proyecto de Ley de Libertad Sexual. La filósofa Victoria Sendón, por ejemplo, arremete contra el concepto “autodeterminación de género”: esto es, que una persona es de su género sentido y no de su género asignado al nacer, que uno es lo que se sienta y que puede sentirse lo que quiera (hombre, mujer, fluctuante, etc).
“Hay movimientos que se quieren subir al carro del movimiento feminista, pero representan el 0,1% de la población. Lo LGTBI no implica necesariamente feminismo. Podemos lo ha puesto bajo el mismo epígrafe y ha sido un lío. No tenemos objetivos ni intereses comunes. Siempre hemos apoyado el movimiento trans y gay, pero no somos la misma cosa", ha relatado la filósofa.
Lo cierto es que tanto el feminismo como el colectivo LGTBIQ han luchado juntos contra el “patriarcado”: es decir, contra la supremacía del hombre heterosexual y contra la idea de que hay una única manera de ser hombre, la viril, la grave, la competitiva, la temeraria, la física, la que no llora, la que lidera. Porque el mismo machismo que ha aplastado a las mujeres ha fustigado también a los gays, a las personas trans, a los bisexuales y a los queer. A estos últimos les ha ridiculizado y perseguido por “salirse de la norma”, por no responder al patrón hegemónico de la heterosexualidad y de la identidad masculina. Hay algo más: las mujeres trans se sienten identificadas también con las reivindicaciones del feminismo histórico. Hay cruce de caminos.
Sería interesante quedarse con los puntos en común: también la mayor parte del feminismo histórico reconoce que las mujeres trans son mujeres, que deben tener sus mismos derechos y que sus reivindicaciones son las mismas. Pero otras -las TERF, feministas transfóbicas- se centran en las diferencias biológicas: que las trans son personas que “nunca menstruarán, nunca podrán ser madres, nunca tendrán menopausia, nunca sabrán lo que es un aborto” o que nacieron con sexo masculino y, por tanto, con privilegios masculinos. Las TERF consideran a las personas trans “usurpadoras” y creen que no son “mujeres de verdad”. Las TERF excluyen a las mujeres trans de sus reivindicaciones: de hecho, ni siquiera las considera mujeres, sino “hombres travestidos”.
2. Prostitución: abolicionismo vs regulacionismo
El sector más fuerte del feminismo moderno se define como “abolicionista”, es decir, quiere acabar con la prostitución. En primer lugar, porque cree que es el modo más eficaz de erradicar el esclavismo femenino, esto es, la tragedia de la trata -que sustenta la mayor parte de este negocio-. En realidad, todo el feminismo está absolutamente de acuerdo en que perseguir la trata meramente es cuestión de derechos humanos: la diferencia es que el feminismo radical piensa que se conseguirá antes aboliendo, y el feminismo liberal cree en su regulación.
El feminismo radical también levanta la ceja ante el argumento de que “hay mujeres que se prostituyen porque quieren”. Lo contaban las activistas Towanda Rebels a este periódico: “No hay un perfil único de putero, pero sí hay un perfil de la mujer prostituida, y es perfil tiene que ver con la vulnerabilidad estructural de las mujeres. Mujeres más pobres, racializadas, mujeres inmigrantes que hemos condenado a la precariedad, etc”. El feminismo radical cuestiona la prostitución porque su demanda es básicamente masculina -¿se puede lograr una igualdad real en un mundo donde los hombres pueden pagar por el sexo de las mujeres?- y porque la consideran violencia sexual, dado que el consentimiento de la mujer prostituida está viciado por la cuestión económica. No es un consentimiento real, afirman.
El abolicionismo quiere que el Gobierno persiga al “putero”, no a la prostituta, y que paguen con multas sus prácticas. Alegan que las experiencias de las mujeres prostituidas -ellas no las llaman “trabajadoras sexuales”, sino que las consideran víctimas- las han vuelto abolicionistas: “Escuchar a una mujer prostituida denunciar que ha sido penetrada 20 veces en el día, obligada a tragar semen, que han defecado encima de ella o la estrangulaban mientras la violaban y le daban bofetadas... eso hace cambiar de canal. ¿Y por qué hacen eso con ellas? Porque el putero paga y quien paga exige de ellas todo hasta reventarlas si es preciso. Es la mayor forma de violencia sexual y la más normalizada de todas”, explica la periodista Ana Bernal Triviño en un texto en Público.
Habla también Bernal Triviño de que las mujeres prostituidas “son esclavas, están amenazadas, están atrapadas psicológicamente en el laberinto del miedo y la sumisión”. El feminismo radical se niega a que los cuerpos de las mujeres sean cosificados y explotados por el machismo.
El feminismo liberal, como señalábamos, no habla de “mujeres prostituidas”, sino de “trabajadoras sexuales” y reivindica la regulación de su oficio para que por fin estas mujeres puedan contar con derechos laborales y medidas protectoras. Piensan que los abusos y negligencias que sufren en su trabajo se basan, precisamente, en que no tienen amparo legal y en que se encuentran en un limbo sin regular. Las liberales apuntan que “criminalizar la prostitución” no responde a nada más que a un juicio “moral”, porque todos los trabajadores comercian y explotan partes de su cuerpo.
En palabras de María Blanco, doctora en Ciencias Económicas y Empresariales, investigadora y autora de Afrodita Desenmascarada. Una defensa del feminismo liberal (Deusto): “Si eres terapeuta sexual y masturbas a un cliente porque estás ayudándole a encontrar sus estímulos, ¿es distinto a lo que hace una prostituta? Es una actividad laboral, ¿qué más da qué parte del cuerpo uses? Parece que es más importante el sexo que el cerebro. Cobrar por tener ideas está bien visto, pero ser hábil sexualmente no. Una prostituta es una guarra, pero una escritora o una profesora, no. No lo veo, no lo entiendo: ambas venden, una su sexo y otra su cerebro. La prostituta tiene un don como cualquier otro, y es ser hábil sexualmente”, alegó en una entrevista a este periódico.
También la investigadora Loola Pérez se muestra favorable al regulacionismo de la prostitución en su libro Maldita feminista (Seix Barral): “Defiendo la idea de que es posible elegir la prostitución como una actividad de forma consciente, voluntaria y a su vez condicionada, como cualquier otro tipo de trabajo”, escribe. “Hay quien prefiere ser puta antes que trabajar en un restaurante de comida rápida, y viceversa (…) Las decisiones de las mujeres no son unánimes. Debemos aspirar a tener los mismos derechos pero esto no nos convierte en clones ni asegura que nuestras elecciones se dirijan en una misma dirección”.
Pérez continúa: “El feminismo de sillón proyecta su sentido de la dignidad y de la decencia en las políticas que aplica: follar por dinero te devalúa, pero limpiar el baño donde caga la ilustrísima feminista académica abolicionista debe ser un ejercicio purificante, motivante y revelador para la condición de mujer (…) Ellas jamás se manifiestan contra la pobreza que supuestamente sufren las mujeres que se dedican a la prostitución, sino contra la mercantilización del sexo (…) Para el feminismo abolicionista, el sexo debe ser algo así como sagrado, o se rinde una, con cierto sentimiento de culpa, a la lujuria, pero… ¿por dinero?”.
3. El porno: la polémica
Es un debate filosóficamente similar al de la prostitución. Las feministas también se encuentran divididas: ¿puede el porno ser igualitario? ¿Hay que abolirlo o reconstruirlo? ¿Es cierto que “el porno crea Manadas”, como señaló en una entrevista a El Español la diputada más joven del Congreso, Andrea Fernández, del PSOE? El feminismo radical acusa al porno de cosificar especialmente a la mujer, de denigrarla y de hacer que el show gire entorno al hombre. Por ejemplo, recordarán que este mismo febrero fue cancelado un seminario en la Complutense sobre el porno porque su cartel presentaba a una mujer desnuda y atada. Políticas como Clara Serra alegaron que se estaba apelando al “feminismo para imitar niveles de censura y puritanismo como los del franquismo": “Para esto ya teníamos a la Conferencia Episcopal”.
Las activistas Towanda Rebels, por ejemplo, son muy críticas con el porno y apuestan por una educación sexoafectiva para los niños antes de que accedan a ese material: “En el sexo todo gira en torno al falo, y eso es herencia de la pornografía. Pero muy pocas niñas saben cómo masturbarse, cómo darse placer, cómo pedir. Hay que saber pedir, y para pedir tienes que saber lo que te gusta. Pero a ti te están diciendo “te tiene que gustar esto”. Por eso cuando dicen que la pornografía es libertad, me río. ¿Qué libertad, si responde a una partitura impuesta? No te puedes salir de ahí”, relata Teresa Lozano.
Su posición es intervenir legalmente la pornografía y restringirla hasta los 18, “como el voto, como el alcohol”. Su compañera Zua Méndez dice que “el porno es una fábrica de puteros”: “Se está educando a los hombres en la violencia más extrema contra las mujeres (…) La sociedad les dice “con esas puedes hacer lo que quieras, con ellas puedes hacer lo que ves en el porno”. Ojo a los títulos de las películas porno: “Me follo a tu madre”, “le reviento el culo a mi hermana””.
En el otro extremo, tenemos la visión de la cineasta, actriz porno y activista feminista Anneke Necro. Ella defiende que el porno feminista “es una forma ética de trabajar”: “Una ética laboral: que en los rodajes se tenga en cuenta a las personas que van a trabajar delante de la cámara. Se intenta mostrar una sexualidad más diversa, donde haya cuerpos también fuera de lo heteronormativo. Cualquier tipo de persona cabe en el porno feminista. El contenido ético también es importante: que no sea racista, que no sea sexista, e intentar cambiar los roles de género dentro de las fantasías sexuales”, explicó a este periódico.
Contaba que como actriz porno cobraba entre 300 y 600 euros por escena, mientras que un hombre gana “entre 200 y 400”, y que eso “también es machismo”: “Esto parte de que el estigma de las mujeres es muchísimo más alto que en los hombres. Imagina la perspectiva de los señores directores del porno: para convencer a una mujer de realizar una escena porno tienes que correr riesgos que no son sólo físicos, porque después te van a estigmatizar, y entonces sienten que tienen que convencerlas con dinero… Además la carrera de una actriz es más corta que la de un actor”.
Cree que las feministas radicales tienen “un problema con la sexualidad” y defiende que las trabajadoras del porno vean reconocidos sus derechos: “No tenemos marco legal que nos proteja, así que puede haber tranquilamente abusos durante una escena y lo que me preocupa es que a veces esos abusos no se detectan, porque hay una línea muy fina… al no haber acotado, al no haber hablado de qué es un abuso ni cómo deberían ser los protocolos de un rodaje… por ejemplo, una chica está rodando una escena y de repente se une el cámara, o el de sonido (…) No se puede denunciar. Te van a decir: no, es un rodaje de porno, tú has ido a follar”.
Exige un Sindicato de Trabajadoras Sexuales, que fue muy criticado desde el feminismo radical y desde el propio Gobierno: “Me han criticado personas que tienen seguridad social, derecho a paro, que se pueden sindicar, etc. Y han venido a decirme que yo no, que yo tengo que estar totalmente desprotegida, que no puedo tener convenio que me diga cuánto tengo que cobrar”, expresó. Además, subrayó que “si ganase lo mismo como abogada que como actriz porno, también sería actriz porno”.
4. Vientres de alquiler
Esta es una polémica ya prácticamente superada, al menos dentro del feminismo y una vez muerto políticamente Ciudadanos, su principal valedor. Las feministas radicales consideran el concepto “gestación subrogada” un eufemismo y prefieren hablar de “vientres de alquiler”. Se muestran en contra porque estiman que los derechos humanos deben sortear las exigencias del mercado, y señalan la cuestión de clase: aquí mujeres pobres pariendo para mujeres ricas, que es lo que sucede en los países que ya la han aprobado.
Ciudadanos creía en la gestación subrogada sólo de forma altruista, pero otros sectores del feminismo liberal abogan porque se establezca un contrato que garantice un sueldo a la gestante: entiende que son dos partes libres que quieren llegar a un acuerdo y minimizan las causas por las que una mujer accede a quedar embarazada por otra.