El centro histórico de Málaga se ha llenado de franquicias al mismo ritmo que ha crecido el precio del alquiler y el número de pisos turísticos. Sin embargo, muchos comercios tradicionales han resistido al envite como a numerosas crisis económicas a lo a largo de su vida. Lo puede asegurar de primera mano La Mallorquina, uno de los ultramarinos por excelencia de la ciudad con casi 100 años de historia.
Justo al entrar, un escaparate lleno de conservas, aceites y vinos recibe al visitante. También algunas de sus ofertas como la del jamón malagueño de la Dehesa de Los Montero, hecho a partir de cerdos alimentados con bellotas en el Valle del Genal (incluso celebran el Black Friday). También luce un cartel donde se anuncian los famosos moscovitas, el dulce de Oviedo con misterio ruso elaborado por el obrador asturiano Rialto desde 1926.
La tienda de comestibles ubicada en calle Sagasta, 1, abrió sus puertas en 1928. Su actual dueño, José Palma Medina, no ha dado nunca con la identidad del primer propietario ni conoce su procedencia (quizá de Mallorca). Sí que sabe que le relevó Salvador Postigo en 1943. "Cuando la cogió mi padre ya era un referente en Málaga porque abastecía a todos los hoteles de la costa", asegura orgulloso.
José Palma Aguilar compró el local a la viuda de Postigo, Pura García, en 1982. Este malagueño había trabajado siendo más joven en un ultramarinos del centro. También montó tras terminar la mili con 21 años un puesto en el mercado de Bailén, en calle Mármoles, junto a su mujer Dolores Medina Jiménez, que mantuvo a la par que el negocio. "Tenía muchas ganas de venirse al centro. Era muy emprendedor y trabajador", destaca su esposa en una conversación con EL ESPAÑOL de Málaga.
La familia Palma Medina reabrió el comercio en la víspera de la Inmaculada, el siete de diciembre de 1982. Antes de su inauguración reformaron la tienda porque estaba muy antigua. Ni siquiera tenía escaparate, sino unas ventanitas con postigos a lo antiguo. "Qué feo esto", dije cuanto entré. No lucía y se arregló. La remodelamos por completo e hicimos más cambios en 2002", cuenta Dolores.
Noche sin dormir
Los dueños no durmieron nada la noche anterior al gran día (y la culpa no la tuvieron los nervios). "La pasamos arreglándolo todo. Incluso mi hijo se quedó dormido en el escaparate. Nos fuimos de aquí a las siete de la mañana. Había un dependiente y mi marido se quedó con él", relata Dolores, que explica que se turnaba con él en la tienda. Ella estaba por la mañana en La Mallorquina mientras que él atendía el puesto en el mercado.
La madre del actual dueño lo recuerda desde pequeño ayudando y despachando en lo que podía. "Salía del colegio y se iba al fútbol. Le decíamos: "Cuando termines, a la tienda", hace memoria. El mismo reconoce que el oficio lo ha mamado desde chiquitillo. "Cuando mi padre abrió la tienda tenía siete años. Imagínate", señala. José acabó recogiendo el testigo de su padre hace 14 años.
Productos made in Málaga
La Mallorquina trabaja desde siempre con productores pequeños y artesanos de kilómetro cero de Málaga. "No están en las grandes superficies y son los que nos interesan a nosotros", subraya su dueño. Ellos les proveen de chorizos de Benaoján, en la serranía de Ronda; salchichón de Cártama y de la Cala del Moral; morcilla, zurrapa y lomo en manteca de Ronda; morcilla de cebolla y un jamón de pata ibérico braseado muy bueno de Colmenar.
Entre los productos estrella destaca siempre la charcutería (los jamones, los quesos) y también el bacalao. Sin olvidar su sección de legumbres donde hay judías del Barco de Ávila; lentejas de la Armuña, en Salamanca; y las auténticas fabes de Asturias; o dulces típicos como la torta de Algarrobo de Riogordo; los roscos de Alfarnate; la tarta del obrador Tejero y sus borrachuelos; y los mantecados de La Antequerana (atentos a los de pistacho).
El ultramarinos también ofrece una cuidada selección de vinos de la tierra: desde los dulces a las variedades cultivadas desde hace 15 años en la Serranía de Ronda como la uva Petit Verdot, la Merlot y la Cabernet Sauvignon. "Vieron que la climatología era favorable. Estamos sacando unos vinazos increíbles que no tienen nada que envidiar a los Ribera del Duero y los Rioja", afirma Palma.
Malas rachas
Dolores reconoce que en 40 años de negocio han pasado "rachas malas". "Ha habido crisis. En 2007, cuando murió mi marido, se notó mucho. Además, esta zona se restauró varias veces y nos pilló obras. Hubo una racha de siete años horrorosa", recuerda. En la pandemia lo han pasado regular porque "el centro histórico se ha quedado para el turismo y aquí ya no vive nadie", se lamentan.
La ventaja que tienen es que el local es suyo. "Si nosotros tuviéramos que pagar un alquiler no podríamos estar aquí. Los alquileres en esta zona cuestan de 15.000 euros para arriba", advierte el dueño, que opina que "calle Larios está lleno de franquicias y eso la gente se lo puede encontrar en cualquier parte de España, pero lo que ofrecemos aquí no".
La gente de los barrios no se pudo desplazar durante meses a la tienda, pero los pedidos a domicilio les salvaron. "Somos pequeñitos. Hemos sido previsores y hemos tirado de ahorros", se sincera Medina mientras cuenta que "muchos turistas compran los jamones, los quesos, los vinos y las pasas de Málaga; y se lo llevan a su país para sus casas y para regalar".
Ahora perciben que los clientes se han espabilado un poquito. "Ahora vamos a remontar un poco. La gente viene", dice orgullosa Dolores, que a la pregunta de cuál es el secreto de La Mallorquina, responde: "Tenemos cosas muy buenas y nuestros dependientes son atentos y educados; el buen servicio al público".
En un futuro, el actual dueño está pensando en abrir un espacio de degustación en la trastienda para que la gente pueda probar sus productos en conserva con un poquito de vino. Su hijo, José Palma González, ya se ha introducido en el negocio y le gusta. La Mallorquina tiene asegurado un futuro próspero en su local de 60 metros cuadrados donde no falta el producto artesano a buen precio.