La vida de un padre y la vida de un hijo están llenas de desconocimiento que solo el amor puede convertir en la odisea más hermosa. La frase no es mía, es de Manuel Vilas en su libro Alegría y me sirve como inspiración para contarles mi experiencia cofrade a través de mis hijos. Me he criado en una familia cristiana pero de poca tradición cofrade. Mis padres nos llevaban a las procesiones aunque no había costumbre en casa de pertenecer a una hermandad. La Semana Santa formaba y forma parte de nuestra identidad en toda su dimensión, esto es, desde la religiosidad hasta la tradición, entendiendo ésta como vínculo afectivo con nuestros antepasados. Pero lo de pertenecer a una cofradía en su sentido más amplio no iba en nuestro carácter. De adolescente salí alguna vez de nazarena en la cofradía victoriana del Amor, por aquello de estar donde estaban algunos amigos y seres queridos que tenían vinculación con los Agustinos de Málaga. Pero aquello no lo tenía yo interiorizado, ya que muchas veces los ritos se desarrollan en un determinado contexto de historias y de circunstancias, hasta que nacieron mis hijos. Entonces se me ocurrió hacerlos hermanos de esa misma cofradía que había frecuentado en mis años mozos. Sin saberlo estaba sembrando la semilla que un día germinó.
Hoy por hoy para mí la cofradía del Amor son esos primeros años de mis hijos como nazarenos cuando apenas recorrían unos metros, si acaso las primeras calles del barrio de la Victoria. Cada año avanzaban un poco más lejos hasta que llegó el día en el que me dijeron: este año hacemos el recorrido entero. Entonces comprendí que esto ya no tenía vuelta atrás y comenzaron a aparecer las primeras señales de que querían aprender y respetar la Semana Santa de su ciudad sin condiciones y sin piedad para con sus pobres progenitores, que tuvimos que “aguantar” pacientemente todo lo que ideaban. Construían tronos con cajas de cartón, nos obligaban a patear cada rincón cofrade de la ciudad y lo que peor llevábamos: escuchar marchas procesionales en mitad del mes de agosto y ver en bucle retransmisiones repetidas de Semana Santa en todas las estaciones del año. Un hermano del Amor me dijo el otro día, con cierta ironía, que las nuevas generaciones cofrades habían salido de fábrica corregidas y aumentadas. No le faltaba razón.
Mis hijos, Andrés de 19 años y Juan de 16, son actualmente auténticos cofrades, con sentimiento de hermandad, de los que se arremangan para echar una mano en lo que haga falta durante todo el año. Y lo hacen junto con otros jóvenes de su generación que entienden que la cofradía constituye una verdadera fuerza de acción social, donde todo es corazón y verdad. Ellos me han enseñado a querer la Semana Santa de mi ciudad y a mirarla con otros ojos. Gracias a ellos he aprendido que aquello que pensé que ya no podría llamar nunca más mi atención ni generar afecto, ahora se produzca. Ellos me han mostrado que hay momentos y días en el año en los que no se piensa, solo se siente.
Se habla mucho hoy en día de la crisis de valores en la que nuestra sociedad anda inmersa. Pues desde estas líneas me gustaría decir que debemos sentirnos satisfechos de que en Málaga haya familias y hermandades donde se enseña cada día a ser verdaderos cofrades.
Me siento orgullosa de ser la madre de dos nazarenos del Amor.
*Esther Luque es periodista en Cadena SER Málaga