Aunque el color del Lunes Santo es el blanco trinitario por razones más que obvias (ya llegará el momento, aguarden), las primeras horas de esta jornada se tiñen negro y morado en una suerte de narrativa bicromática en la que todos los elementos están pintados con los tonos de la pasión.

Las túnicas nazarenas (larga vida a los cortejos con capa) avanzan sobre el sendero que desemboca en el Cristo de la Crucifixión. Sobre un monte de lirios se erigía la talla del Señor, cabizbajo, implorando clemencia a un público que copaba las aceras de calle Comedias en las primeras horas de la jornada. Los vecinos habían acudido prestos a su encuentro en la salida, tan solo unos minutos antes.

El severo cortejo penitente mantuvo su esencia con la titular mariana. La Virgen del Mayor Dolor en su Soledad lució un cuidado exorno en tonos blancos, destacando el atavío en tablas y las vistas bordadas del manto enmarcando la escena. La seriedad con la que acostumbran a procesionar sigue siendo una de las señas indiscutibles de esta corporación, consolidando la teoría de que ser de barrio y solemne es más que posible. 

Pasión

La Archicofradía de Pasión en la calle sigue siendo una procesión de encuadres. De búsquedas de ángulos imposibles para demostrar una vez más que todas las perspectivas son buenas porque el empirismo, en estos casos, también acierta. Toda la geometría que conforma los contornos se enrosca en un baile de poderes.

La orfebrería de Seco Velasco con las líneas vanguardistas de los capirotes cónicos. El morado y la plata. El esparto y los claveles. El capillo y las rosas. Nexos que solo unen cuando Málaga respira los aires del Lunes Santo.

Reloj del responsable de horarios de Gitanos. Amparo García

Ambos titulares lucieron sus ternos clásicos, ahondando el espectador en la fuerza de las imágenes. Crucetas cuidadas, pasos decididos... Cabe señalar el retraso que la comitiva dejó para acceder al recorrido oficial (cerca de 20 minutos), acentuándose la diferencia con Crucifixión cuando la dolorosa del Mayor Dolor en su Soledad enfilaba Molina Lario y la cruz guía de Pasión entraba en la Alameda.

Pese a lo complicado que sigue siendo encontrarse con la hermandad en la calle (la proximidad con la entrada al RO y el discurrir por vías estrechas no ayuda), cada punto es una oportunidad para el encuentro. El paso siempre exquisito por san Agustín queda grabado en la memoria de muchos. Para enmarcar (si los aforamientos del futuro lo permiten).

Gitanos

El público espera para ver a los Gitanos. Amparo García

Hubo un pregonero que hace años clamó al cielo para que el tiempo se parara; que el segundero se detuviera, al menos, por un instante. Sabedores todos de la utopía propuesta, la única solución en estas eras líquidas pasa por agarrar con fuerza el reloj de bolsillo para notar el movimiento de la manecilla huyendo de los dedos. Así iba el jefe de procesión, sacando de su bolsillo la pieza plateada de la que emana y se seca la vida.

Pero el delicadísimo tictac que se intuía era solo una gota entre el océano de la algarabía caló. Las voces que se escuchaban desde lejos eran la sinfonía gitana de la Málaga penitente. “¡Mira al Moreno, niño!", le decía una madre a su hijo. Las plegarias a Manué llegaron al compás de palmas y guitarras. No hace falta estar cerca del grupo de promesas para escuchar las letras; cualquier vecino intuye el arranque y se suma al soniquete.

Es la fiesta de la pasión andaluza. La romantización de una tradición que a veces muestra en exceso las evidentes contradicciones que supone ver algunas actitudes tras el trono del Cristo. Un trono que, dicho sea de paso, mantuvo el paso firme a tambor cuando las bulerías peleaban por vencer la batalla de la música.

Jesús de la Columna sigue siendo el pilar sobre el que las familias de la hermandad construyen su ser. El ancla de las generaciones a las que se agarran aquellos que encuentran la identidad en su pertenencia. Estas reflexiones se interrumpieron por las coplas: “¡Me tienes loco perdío!”, cantaban. Después vinieron más estrofas, estribillos y letrillas festivas.

Más solemnidad se respiraba en el conjunto de la Virgen de la O. Con sus hachetas y sus mantillas antecediendo el caminar flamenco de la imagen. Las bambalinas siguen retorciéndose en el aire para airear los rostros de la talla. Las marchas acompasadas y las campanillas rugiendo ante la coreografía con la que avanzaron por la feligresía de los Mártires. "¡Cómo viene!", contaba por los micrófonos de la radio un periodista. Y ahí que vino y ahí que fue. 

Dolores del Puente

El Cristo del Perdón, por El Perchel. Amparo García

Los barrios son la fuente de la que emana la pureza del pueblo. Huir de su proximidad y de su cercanía es asomarse a un abismo de incomprensión. Afortunadamente, la Semana Santa de Málaga sigue siendo una ventana abierta a los tiempos pasados que un día fueron presente. A las historias que contaban las madres y las abuelas para vivir por siempre en la tradición popular.

Este es quizá el único espacio al que El Perchel puede aspirar en nuestros días. La condena a la extinción no es de ahora, sino que viene de décadas atrás. Cualquier parecido con la realidad... Ya saben. Cualquier tiempo pasado... Discutible. Pero hasta que sus callejones yazcan por siempre en montañas de escombro, la vitalización del entorno renace por estas fechas. 

La cofradía de los Dolores del Puente pasó por sus casitas bajas cuando la luz del sol comenzaba a tornarse de blanco a amarillo. Algunos rayos naranjas también querían sumarse a la penitencia. Ver a los nazarenos vestido de negro entre el albero de las paredes es volver a ver el cartel de José Antonio Jiménez. El que tenga ojos... 

El Cristo del Perdón procesionó en su nuevo trono después de una década y media desde sus primeros pasos. Tambor ronco y pasos al frente, como pedía el capataz, recorrió los primeros metros de su itinerario. La hilera de la sección de la Virgen serpenteaba por el laberinto perchelero, encontrándose el devoto con los Dolores de Castellanos tras avanzar por el estrechísimo hueco de los recovecos

Este es quizá el único lugar que El Perchel tiene en nuestros días. Pero hasta que sus callejones sean un simple recuerdo, los cirios seguirán iluminando sus fachadas y plazuelas. Aunque en ellas solo habite el espíritu de lo que un día. 

Cautivo

El Cautivo a su paso por el puente de la Aurora. Amparo García

Málaga es un territorio que cada Lunes Santo desempolva el traje de fanboy para rendir pleitesía a Jesús Cautivo, la verdadera estrella de la ciudad del paraíso. Sería fácil abrir una hoja y establecer los paralelismo existentes entre el Señor y, por ejemplo, David Bowie (gracias, Lazarus). Los aplausos, los móviles, los vítores. Las carnes que se abren en precario para dejar salir la pulsión emocional con las que el pueblo llevaba meses peleando para que no escapara.

Pese al gran nivel de la banda de cornetas, hay momentos en los que resulta difícil escuchar los instrumentos porque todo es una ovación inmensa. Though nothing/ Nothing will keep us together/ We can beat them/ Forever and ever. Luego más vivas, luego más ¡guapo!, luego más verdad y después más Málaga.

Antes, los más incondicionales, habían aguardado horas al sol, delimitando el trazado que seguiría la comitiva desde la casa hermandad hasta la plaza de la Constitución. Mármoles, Cisneros, Especerías… Todo era una hilera de personas. Testigos privilegiados del momento exacto en el que la luz del atardecer atravesó la túnica blanca. Se descubrió la silueta de la talla de José Gabriel Martin Simón, deshaciendo en un instante la decisión de aquel obispo que quiso cubrir al Señor de seda para que no se viera su cuerpo.

La Virgen llegó al Centro de Málaga con toda la candelería encendida, de banda en banda, adueñándose de la calle y acabando con las dimensiones a las que nos creíamos acostumbrados. El malva brilló, convertido en cielo de dorados y rosas que fueron el cobijo de la Trinidad.

Estudiantes

El hermano mayor de Estudiantes pide la venia.

Cerró la noche la cofradía de los Estudiantes, que en ese afán imposible de ser infinitos en el minúsculo espacio del Centro, llenó de nazarenos las calles de la ciudad. Capirotes rojos y verdes que deambulan por Císter y Alcazabilla para, rato después, enfilar uno tras otro las vías por las que celebrarán su penitencia. 

Sones y encuadres clásicos donde los haya. La hermandad mantiene el sabor que tiempo ha llevó. Con los portadores trajeados (está la excepción de los del manto de la Virgen) y la banda de música tras el Cristo, la estampa sigue siendo la misma (aunque mejorada) que se vivió en otro ayer. Especialmente bien lució el conjunto de la Virgen, mostrando una estética acorde a los cambios que se han producido el trono en los últimos años.

¿El detalle de la jornada? Las sonrisas de los niños con sus faraonas yendo a pedir la venia, sin saber muy bien en qué consistía todo aquello pero conscientes de la importancia que supone ir de la mano de los mayores frente a la tribuna principal. Una inclinación de cabeza... ¡Y a seguir!

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