Ir a un concierto de Calamaro es como ver un partido de fútbol donde tu equipo siempre va ganando. Andrés es el máximo anotador y asistente. Un pelotero nato que levanta al estadio con solo alzar la mano. “Oé, oé, oé, Andrés, oé” rugió el Cervantes a cada instante. Fue imposible mantener al público sentado. Se formó una energía tan fuerte en la sala que casi daba calambre. Cambiaron a los silenciosos y comedidos asistentes del teatro por una barra brava que se emocionó y cantó en cada momento. Un capotazo por aquí, un recorte por allá; el artista argentino salió a hombros en su paso por Málaga y el resto ya es historia.
A las ocho y media de la tarde, hora prevista del evento, la megafonía del Teatro Cervantes avisó de que el concierto se retrasaría media hora. Numerosos asistentes nerviosos por ver a la gran leyenda argentina salieron a la calle a esperar. "No me lo puedo creer, voy a ver a Calamaro en directo" decía un chico de acento gaucho con una camiseta del tour Agenda 1999. "Gracias, Pedro Sánchez, por el bono cultural, después de esto y de ir a ver a la Pija y la Kinki [un podcast juvenil], ¿cómo no lo vamos a votar?", comentaba con gracia otra chica joven en la entrada.
El Teatro Cervantes estaba absolutamente abarrotado, no cabía ni un alma más, y eso que el precio de las entradas no era barato. A la hora renovada, e incluso dos minutos antes, se cortó la música que habían puesto de fondo. La gente se puso en pie y Andrés Calamaro y su banda fueron recibidos entre gritos y aplausos como verdaderos Rolling Stones. Ahí su público se dio cuenta de que no sería un concierto para sentarse a pesar de las butacas. Se veía venir desde el instante en el que las botas de cuero del músico argentino pisaron el tatami del mítico salón malagueño.
Comenzaron tocando la 'intro' de Kashmir de Led Zeppelin. Vimos una ilusión. Al público siempre le gustan estas referencias clásicas que todos reconocen y se levantan en vítores. Rápidamente, Kashmir se transformó en El día de la mujer mundial y dio inicio el concierto. Más duele le siguió de cerca para dar paso al himno pop 40 Principales, Te quiero igual. El público enloqueció una vez más. No sé si el Cervantes ha estado así de exaltado alguna vez, seguro que sí, pero en este caso faltó pista para bailar. La gente salió al pasillo central del teatro en una fiebre descontrolada y el concierto apenas llevaba diez minutos en marcha.
La banda que Andrés llevaba acompañándole era simplemente asombrosa. Sin grandes decorados ni una iluminación especialmente pensada, el espectáculo hacía que se te cogiera el pecho con los potentes graves y lo bien plantados que estaban los músicos. Todos sabían cuál era su lugar. Incluso el guitarrista Brian Figueroa, que se paseaba por todo el escenario dándose arrumacos con todos los instrumentistas, no se atrevía con el gran jefe. Un planteamiento a la vieja usanza: una banda bien engrasada y un puñado de buenas canciones.
El músico argentino levantó la mano con el reverso atendiendo a las filas de arriba y se dispuso a hacer reverencias mostrando sus pequeños ojos tras sus Rayban aviador. Muy en forma a sus 61 años y un poco ajeno a todo lo que pasaba en el teatro. La interacción con su banda es discreta y con los asistentes, medida, pero cercana. Realmente, Calamaro presentó su gira y el concierto con la frialdad de un comunicado de prensa. También se aventuró a narrar lo maravillosa que es Málaga a través de la anécdota de Keith Richards y La Malagueña. “Si el famoso guitarrista de los Rolling Stones toca esa canción como símbolo de lo que él cree que es el flamenco, solo puede significar que estamos en una gran ciudad’’, remató el músico argentino.
Flaca terminó de matar la noche. Es de las pocas concesiones que Calamaro hace en su selección de temas para la gira. El resto de las canciones pertenecen todas a Honestidad Brutal, el álbum que vino a conmemorar al festival malagueño Terral. Obviamente, es la canción que más móviles levantó en la sala. La corrida estaba terminando y los compases finales de esta, antes del normativo bis, los marcó Paloma. El artista de Buenos Aires calló en el estribillo y dejó que el público rematara la faena. Fueron unos becarios perfectos, pues el coro sonó llenísimo.
Tras la pausa normativa y la correspondiente vuelta al oscuro escenario después del ya clásico "oootra, oootra", Calamaro y su banda cerraron la noche del martes con Los Chicos. “Muchos amigos se fueron antes que yo y me dejaron solo”, recitó el argentino acompañado de un final lleno de solos muy a lo rock clásico. La última canción del set se engancha con la outro de I Want You (She’s So Heavy) de los Beatles. Pura fantasía.
El Cervantes hizo su alzamiento final. Andrés Calamaro, como ya acostumbra, se quitó la chaqueta y la empuñó a modo de capote. Dio un par de recortes toreando a la gran masa que le aplaudía y le gritaba como una hinchada. Lanzó unos besos al aire. El diestro había salido por la puerta grande del teatro, a hombros y con alguna oreja en la mano. Un provocador nato, un artista difícil e incluso un agente polarizador. Todo lo que quieras. Andrés Calamaro es muchas cosas, pero sobre todo es un artista que se ha ganado a pulso capear en las más grandes plazas. Por supuesto, la de Málaga, la tiene más que sentenciada.