El 25 de diciembre de 2022 estará siempre marcado a fuego en el corazón de Montse Soto, una malagueña afincada en Extremadura, como uno de los peores días de su vida. En el día donde toda España se reúne para celebrar la Navidad en familia, ella perdía de golpe a su madre, Charo; y a su madrina, Meli; en un accidente de tráfico.
Un vehículo se les cruzó de frente por el carril que circulaban, en la A-357. El conductor de este segundo coche, de 59 años, también perdió la vida en el siniestro. Lejos de guardarle rencor, cuando están a punto de cumplirse dos años del fatídico suceso, Soto reconoce que ha aprendido a gestionar y, sobre todo, perdonar lo que ocurrió. Algo que no es tarea fácil, pero que recomienda para vivir en paz.
Montse ya es capaz de hablar de aquel día, aunque reconoce que ha trabajado mucho con ella misma –no ha necesitado ayuda psicológica– para superar la gravedad de los hechos acontecidos.
Aquellas fiestas, ella y su hermano tenían previsto pasar la Nochebuena y la Navidad con la familia de sus respectivas parejas, así que invitaron a sus padres, que también residían en Cáceres como ella, a que bajaran hasta Málaga esos días para que estuvieran acompañados y, la semana siguiente, pasar juntos la Nochevieja.
Montse se despidió de su madre el día 22 de diciembre. Recuerda que fue una despedida “normal” con los clásicos “avísame cuando llegues” y “tened cuidadito” por bandera. No sabía que sería la última vez que la vería con vida. Sus padres pasaron la Nochebuena con su tía y sus primos e hicieron videollamadas con ellos en la distancia para darse una felicitación.
El plan de sus padres y su madrina, al día siguiente, era trasladarse a Campillos, de donde Charo era natural. Querían pasar allí un par de días con la tercera de las hermanas, que residía en esta localidad malagueña. “Aquel día, yo no hablé con mi madre. Aún me pregunto el porqué. No lo sé. Fue muy raro, porque siempre lo hacíamos”, recuerda Montse.
Sobre las seis de la tarde, cargaron el coche en Málaga capital para viajar hasta Campillos. Su padre, cordobés de nacimiento, iba al volante. Su madrina iba en el asiento del copiloto, pues sufría una enfermedad degenerativa, y así podía tener más espacio. En el caso de su madre, se sentó justo detrás de su marido, en la parte trasera del vehículo.
En el trayecto, en la A-357, a la altura de Casarabonela, sufrieron un impacto frontolateral. Un vehículo procedente del sentido contrario invadió su carril justo cuando se cruzaban con ellos.
El peor golpe se lo llevó su padre, aunque resultó ser el único superviviente del vehículo que conducía. Perdió la consciencia y despertó en la ambulancia. No recordaba nada del golpe. Respecto a su madre y su tía, ambas fallecieron en el acto.
Charo, la primera, tenía 71 años, y Meli, 68. El conductor del otro vehículo, de 59, también murió por el impacto, aunque no lo hicieron sus acompañantes, que pese a quedar bastante perjudicadas, también sobrevivieron.
El impacto ocurrió a las 18.30 horas. En ese momento, Montse se encontraba con la familia de su marido en un restaurante de Peñaranda de Bracamonte, en Salamanca. Le extrañó que su madre no le hubiera hablado ese día y, como “una cosa brujería”, justo a la hora del accidente, Montse comenzó a sentirse muy mal. Le dijo a su pareja que creía que estaba sufriendo un corte de digestión.
“Parece que mi cuerpo me estaba avisando de lo que estaba ocurriendo en Málaga”, dice. Nadie más se había puesto así en el restaurante, por lo que, de inicio, su malestar no se debía a ingerir un alimento en mal estado. No fue hasta muy entrada la noche cuando Montse se entera de lo que había pasado.
Aquella noche, la malagueña se encontraba en la autocaravana que tiene su familia en un área de estacionamiento ubicada en un pueblo de Salamanca, Béjar. Ella seguía con la mosca detrás de la oreja porque su madre no le había llamado en todo el día pese a que era Navidad.
“Pensé que estaría entretenida con la familia, con sus hermanas. Le dije a mi marido que cuando terminara de darle de comer a mi hijo la llamaría para echarle la bronca de broma. Jamás me imaginaría lo que estaría pasando”, lamenta.
Sobre las once y media de la noche, suena el teléfono. Es su primo Salva, hijo pequeño de su madrina. Le pregunta si está sentada y si está sola. Tras responder que sí a ambas cuestiones, el joven le cuenta que ha habido un accidente en Málaga y que su padre “está muy mal” y se lo ha llevado la ambulancia. Empezó dándole la noticia más 'positiva' de las que tenía que darle. Montse comenzó a hacer mil preguntas, sin saber que lo peor estaba por llegar.
Creía que le estaba engañando y que su padre estaba muerto. En ningún momento se le pasó por la cabeza que su madre y su tía también iban en ese coche. “Yo le decía que me dijera el hospital, que cogíamos la autocaravana y nos íbamos para allá rápidamente”. Hasta que su primo se armó de valor para darle la otra noticia. “Me dijo ‘prima, prima, espérate… Tu madre y mi madre se han muerto’”, relata, algo emocionada.
Quizá fruto de los nervios y su juventud, su primo no supo cómo darle esa noticia con más tacto. Montse se quedó sin palabras, en estado de shock. Cayó al suelo y comenzó a gritar. Su marido salió de la autocaravana, cogió el teléfono y entendió todo lo que estaba pasando, la peor pesadilla que podrían imaginarse un día de Navidad.
“Mi marido se portó conmigo increíble. Él tiró del carro. Yo estaba muerta en vida. Yo estaba en el shock más absoluto”, reconoce la malagueña. Prepararon todo para bajar a Málaga, no sin antes avisar a su hermano, que estaba celebrando las fiestas en un pueblo extremeño, Jarandilla de la Vera.
Ya le habían llamado, así que al menos no tuvo que darle ella la noticia. Quedó con él a la altura de Plasencia para bajar todos juntos en la autocaravana. Durante el camino, Montse pensó en todo momento que su padre también había fallecido, pero que no quisieron decírselo de sopetón.
“El único hermano varón que tenía mi madre me dijo que mi padre estaba bien, aunque crítico. Que estaba vivo y que había recibido un impacto muy fuerte en el esternón que le había tocado el corazón. Las 72 horas siguientes al golpe eran claves”, asevera. Aquellas palabras le aportaron un chute de tranquilidad en el mar de tristeza en el que estaba ahogada.
Llegaron al Hospital Regional de Málaga sobre las ocho de la mañana. Recuerda como “algo horroroso” el momento de encontrarse a toda su familia, especialmente a los hijos de su tía Meli, que quedaron huérfanos muy jóvenes porque su padre también había fallecido unos años antes.
Ella tuvo que darle la noticia a su padre. Nadie había sido capaz de transmitirle que su mujer y su cuñada habían muerto, ni los médicos, que consideraban que esa misión tenía que ser trabajo de la familia.
Montse le dijo que habían sufrido un golpe muy complicado, que él era un hombre fuerte, pero que ella no había podido resistir el impacto. "Le conté que ya estaban, de otro modo, en otro sitio, descansando", recuerda. A partir de ahí, reconoce que volvió de nuevo el calvario, pues los trámites para trasladar los dos cuerpos a Campillos fueron verdaderamente difíciles, sumado todo ello a que tenía a su padre ingresado.
"Además, aquellos días tuve que luchar con el resquemor que te nace al saber que, entre comillas, todo ha sido culpa de otra persona. La rabia, la incomprensión... hacen que te cueste digerirlo", sostiene.
Aprender a perdonar y despedir
Así fue como Montse comenzó un proceso de sanación muy necesario para aprender a perdonar. Sobre el conductor del otro coche, solo sabe que aunque residía en Málaga, era natural de un pueblo de los alrededores de la Serranía de Ronda. Los informes toxicológicos confirmaron que no iba bebido ni drogado, pero a día de hoy, a la familia de las fallecidas no les consta qué le ocurrió aquella tarde.
No saben si miró el móvil, si sufrió un infarto o si iba discutiendo con su acompañante; solo que, por el motivo que fuera, su coche se cruzó con el de su familia causando la muerte de Charo y Meli. Encima en el día de Navidad.
Montse reconoce que la ira le inundó de inicio, porque el cuerpo le pedía buscar una explicación que, normalmente, siempre se centraba en poner a alguien en el centro de la diana como desahogo.
"El objetivo era saber quién ha sido, buscar en redes sociales, tratar de ponerle cara. Solamente leer el nombre en documentos generaba dolor y malestar", explica, alegando que es una parte del proceso del duelo, del impacto, de la negación, de la ira y, por tanto, del enfado. Algo de lo más humano.
"Los primeros meses lo pasé muy mal, estaba llena de resquemor. Empecé a cambiar a los dos meses, cuando me di cuenta de que tampoco podía culpar a este hombre de todo. Que este hombre no quería matar a mi madre y a mi tía. Que ese señor ha perdido la vida en el accidente y que su familia está llorándole. Que, probablemente, tenga unos hijos como tenían mi madre y mi tía. Es ahí cuando empiezas a darte cuenta de que el morirse forma parte de la vida y que, de alguna manera, todos vamos a hacerlo. A él le tocó así, y a mi tía y a mi madre también", relata, con la voz temblorosa.
Cree que lo realmente inhumano es vivir culpando a cada rato a la persona que te ha hecho daño. "El odio solo me genera más dolor todavía", expresa, alegando que solo hay algo más fuerte que el odio y la muerte: el amor. Bajo esa premisa, empezó a cambiar su mentalidad, comenzó a entender el significado del perdón. "Empecé a sentir que tenía que desearle que descansara en paz, que bastante carga había tenido; y que su mujer se recuperara cuanto antes, así como que todos los implicados entendiéramos que el odio no podía ser una opción", explica.
También hizo mucho esfuerzo de autocomprensión, escuchando a su bienestar emocional. "Es primordial pasar página, normalizar la muerte, aunque esta sea tan brusca a veces y provoque un dolor tan intenso. Yo me quedo con que a mi madre no la he visto sufrir. No ha tenido alzhéimer. No ha tenido cáncer. A mi madre la he conocido amando a su nieto y a su familia y a mi madrina igual, siempre sonriendo con esos hoyuelos. Así tenemos que recordar a todos los que se nos van", declara.
Toparse con accidentes de tráfico aún le duele mucho, ya sea en noticias, como en la calle. Hace unos días sufrió un golpe de ansiedad al encontrarse de lleno con uno. Los implicados aún estaban en el lugar del suceso. "Lo pasé muy mal, hasta que llegué al trabajo tuve que serenarme y no pensar. Quizá no he necesitado terapia psicológica nunca y la requiera en el futuro para superar una imagen. Yo no vi a mi tía y a mi madre el día del accidente, pero alguien sin mala fe me relató la escena, diciéndome incluso que mi madre llevaba un jersey rosa. Me cuesta borrar era imagen de mi cabeza", cuenta entre lágrimas.
Cuando llegan los aniversarios y las noticias felices, esas que siempre gusta compartir con las personas que quieres, Montse reconoce que "un poquito de tristeza sale a la luz". Aunque de vez en cuando tenga que llorar para coger un poco de fuerza, la mejor recarga de batería emocional para ella siempre es mirar a su hijo, ese al que tanto querían Meli y Charo, y reír a carcajadas con él. Como a ellas les gustaría.