Saúl Jiménez Fortes camina por los pasillos de Inacua vestido con un pantalón corto azul marino y un polo rojo. Su uniforme es el mismo que el de la inmensa mayoría de personas que vienen a hacer ejercicio a este centro deportivo, situado a pocos metros del Martín Carpena.
Pese a este mimetismo, la sola presencia del malagueño arroja una diferencia abismal. No es el capote que lleva bajo el brazo junto a la muleta y al estoque; tampoco sus andares, firmes y seguros, sobre el parqué del suelo. Lo que distingue a Fortes del resto de los mortales es el brillo que nace de las cicatrices de sus gemelos, cosidas con el hilo invisible de las cornadas e iluminadas por las bombillas de la galería central.
De cada surco que se recrea por sus carnes, como el cauce de un río, surge una luminosidad que deja cegado el dolor y el susto, inmovilizados en cada punto cicatrizado. El torero muestra sus heridas con naturalidad, convencido del valor que tienen para cualquier persona que desfila por el albero sin saber si será o no la última vez. Pero esa verdad con la que Saúl enseña su cuerpo es la misma con la que entrega su espíritu.
En esta conversación con EL ESPAÑOL de Málaga, no solo hay un matador. También hay un padre convencido de la responsabilidad que supone sacar adelante una familia. Un marido que confiesa que Mabel Cáceres, su mujer, es su primer y único amor -con permiso de la tauromaquia- desde los 16 años. Un niño que jugaba al fútbol después de vender almohadillas en Benalmádena y que comenzó a estudiar Ingeniería para acabar coqueteando con la muerte de tarde en tarde.
Un ciudadano preocupado por el precio de la vivienda ("mi profesión, además de tener un alto riesgo, no da ninguna fiabilidad y eso limita mucho el acceso a una casa") y una persona que vive la epilepsia que padece con toda la normalidad del mundo: "Yo he decidido que nadie ponga límites a lo que puedo y no puedo hacer".
Todas estas cosas se encuentran en él, en su metro noventa y algo, su apretón de manos firme, su tono de voz sereno y su sueño que retorna cada mes de agosto: abrir la puerta grande de La Malagueta. El miércoles 16 aguarda.
Lo normal es que la gente venga a Inacua a nadar, hacer yoga o coger fuerza en el gimnasio. ¿Qué cree que piensan cuando ven a alguien toreando de salón en una de las salas?
La verdad es que no lo sé porque no se han dado las circunstancias de que yo sea el que lo vea (bromea). Notas que se despierta la curiosidad en la gente; se acercan, miran… Les resulta estético y rompedor. A mí me gusta darle naturalidad. De hecho, defiendo que puedas practicar tu arte y tu profesión en cualquier lugar y con libertad, igual que hacen otros con un deporte o un arte marcial. Esto le da cierto carácter transversal al toreo.
Transmite el mensaje que el toreo es algo vivo en cualquier entorno, y no solo en los espacios que estamos acostumbrados a ver en las producciones audiovisuales.
Sentirse torero va en tu espíritu, por lo que ahondar en tu tauromaquia no tiene nada que ver con el lugar en el que estés. Evidentemente, entrenar en la plaza te da muchísima más intuición a la hora de elegir los terrenos y los espacios que se han de utilizar, pero a mí me han facilitado este lugar que es diferente, transversal y a la vez cotidiano.
¿Cómo es el día a día de un torero?
Después de dejar a mi hijo en la guardería me vengo a Inacua. Centro una parte del entrenamiento para mejorar a nivel cardiovascular, por lo que hago bici, corro y me centro en la fuerza. Luego me gusta dedicar una parte a ejercicios de alta intensidad porque en la corrida de toros manejas pulsaciones muy altas que tienes que recuperar en muy poco espacio de tiempo. Así, intento hacer entrenamientos de intervalos y alguna clase de cross, además de centrarme en la flexibilidad. Para eso también practicamos yoga.
Finalmente necesito algo de relajación muscular o combinar algún entrenamiento más pasivo, por lo que bajo a la piscina a hacer natación. Todo ello sin quitarle espacio a la base, que es el toreo de salón.
Ahora que hablamos de nadar, ¿nunca le han dicho que se parece a Michael Phelps?
No me lo han dicho nunca, pero desde luego que nadando no me parezco (ríe). Soy poco acuático y aunque me gusta, no tengo buena técnica.
Con unos padres dedicados al mundo del toro, ¿ha sido realmente libre para elegir una profesión que no tuviera que ver con este sector o estaba predestinado a ello?
No lo sé porque siempre he pensado que he sido libre y 100% consciente de lo que elegía. Lo que sí es cierto es que de niño jugaba mucho al toro, pero durante la etapa de los 12 o 13 años dejó de interesarme este mundo. Me centré más en otras actividades como el fútbol, el baloncesto… Esto fue así hasta el punto de que mi padre daba toros los domingos en Benalmádena y yo, tras vender las almohadillas, no entraba a la plaza, sino que me iba a jugar con la pelota.
Fue a partir de los 14 años cuando sentí esa llamada. Mi padre estaba apoderando a un novillero que se llamaba Roberto Gallardo y ahí quise aprender en profundidad. Mi objetivo era ir más allá de las capeas y los tentaderos. Esa sensación me enganchó hasta el punto de querer ser profesional, aunque he de reconocer que cuando me apunté a la Escuela Taurina no lo tenía claro.
Siempre me he sentido muy responsable de haber elegido mi profesión. Por ejemplo, ahora tengo dos hijos pequeños y al mayor le gustan tanto, tanto, tanto, con una pasión y una vocación enorme, que veo un componente innato muy importante. Lógicamente, es algo que alimenta la familia con los comentarios y el apoyo, pero es cierto que hay cosas que se deciden a una edad muy temprana. Con esto no quiere decir que mi hijo vaya a ser torero, pero sí que quizá es algo que en el subconsciente ya está presente y que un día puede florecer. O no.
¿Le gustaría ver a su hijo tomando la alternativa?
No me importaría, no me importaría. Igual que no me importaría que fuera otra cosa. Ahora mismo no me crea un miedo grande, por lo que no lo voy a evitar, pero tampoco me produce un interés tan fuerte como para alimentarlo. Disfruto con él pudiendo compartir una pasión tan nuestra.
Decía antes que hasta la adolescencia no empezó a plantearse ser torero. ¿Qué quería ser Saúl Jiménez Fortes de mayor cuando era niño?
De niño, muy pequeño, jugaba mucho al toro. Es más, recuerdo una anécdota muy graciosa. Con cuatro o cinco años me acerqué un día a Enrique Ponce tras un festival y le dije que yo era torero como él. Literalmente fui hacia él -mi padre tenía mucha relación con el maestro-, le di la mano y exclamé: “Soy torero como tú”. Tiempo después he tenido la oportunidad de compartir ese recuerdo con él.
Pero más allá del juego, que era como entendía el toro entonces, de estudiante me llamaba mucho la atención la rama de ciencia: física, química… De hecho, fue el motivo por el que comencé Ingeniería Industrial y completé casi el primer año, aunque ahora no me atrevería a decir que esa sería mi profesión de no ser matador de toros.
¿Pesa más el traje de luces cuando uno es padre?
Por ahora no tengo esa sensación. De hecho, es una motivación para poder mostrarme. Ser padre me ha dado mucha serenidad y me ha alimentado otros retos de mi vida. Me he dado cuenta de que hay algo que era vocacional y que no lo sabía; lo estoy disfrutando con esa naturalidad. Como torero, también creo que me queda mucho por dar todavía, ahora que va pesando la experiencia.
Con la edad te vuelvas más pragmático. Este arte tiene que alimentarse muchas veces de la fantasía y la ilusión de llegar a un sitio y triunfar; de que sucedan cosas que todavía no han ocurrido. Es como si hubiera una parte de novela que convive con la responsabilidad de la familia, algo que no es fácil. Estamos hablando de una profesión que te absorbe mucho y te exige mucha dedicación… sin saber cuánto te va a aportar. Con 20 años se soporta mejor que con 33, pero teniendo una familia a cuestas te ves obligado a sacarlo adelante.
¿Sus hijos son conscientes de lo que significa que su padre haga el paseíllo en una plaza de toros?
No, no. Además, él lo ve como un juego. A veces hace como que le coge el toro… Pero lo entiende como algo habitual. De hecho, hasta hace un tiempo pensaba que todos los papás toreaban. Todavía no saben lo raro que es que su padre sea matador de toros.
Sé que por desgracia le tocará vivir la otra parte en la que se dé cuenta del riesgo que tiene salir al ruedo, aunque conocerlo desde pequeño le hace verlo con naturalidad. Al final, los toros cogen y te pueden hacer daño, pero también te levantas, te curas y la vida sigue. Me parece que es una buena enseñanza porque le permite entender el trabajo que cuestan las cosas y el riesgo que tiene. Yo no lo veo con miedo, pero sé que hay consecuencias colaterales como el sufrimiento que ha llevado mi mujer y que ellos también pasarán.
Está anunciado en la Feria de Málaga en uno de los carteles estrella del ciclo. ¿Eso demuestra que uno puede ser profeta en su tierra?
Sí, desde hace varios años me siento muy reconocido y acogido en Málaga. Aquí he hecho grandes faenas, como la del toro de Victorino, el de Torrealta en la Picassiana o el de Cuvillo. Estoy bien tratado por la empresa, además de querido y esperado por el público. En los últimos años quizá sea el torero de la ciudad que más representación ha tenido en agosto, lo cual es también un reto para mí.
¿Pisa Málaga con una responsabilidad diferente?
Sí. Al final, no deja de ser mi tierra. Un bastión que tengo que defender y una plaza que me ha visto torear a buen nivel. Tengo que mejorar cada año para dar algo más. Nunca he abierto la puerta grande como matador de toros y, pese a que ha habido faenas que quizá me hubieran permitido hacerlo en Madrid, no se ha dado esa circunstancia. A veces por la espada, a veces por la presidencia…, pero es algo que tengo presente.
Su tarde de 2022 acabó con una imagen espeluznante: tendido en el suelo, con la espalda contra el albero y completamente inconsciente. ¿Se han ido los fantasmas?
Tengo mala memoria para esas cosas (afirma con una sonrisa), por eso creo que he conseguido borrar tantas cosas que me han ocurrido en mi vida. Paso página rápido y no le doy más importancia de la que tiene. Fue un mal golpe, pero a los pocos días pude torear en Antequera. Lo que realmente me duele de esa tarde es que no me pude mostrar.
Cuando desperté y tomé conciencia, estaba en la ambulancia; allí empecé a verlo todo con claridad y me dio coraje: la tarde se había terminado. Tanto tiempo de espera, tanto trabajo, tantas cosas… Ya ha pasado y no ha sucedido nada relevante. Hay gente que me dijo que fue lo mejor de la tarde, pero eso no es lo que uno quiere. Reflexionando sobre lo que sucedió, al final yo perdí el conocimiento y no me enteré, pero para la gente que estuvo allí sí fue más angustioso.
Sobre la feria taurina de Málaga. ¿Hay posibilidad de que vuelva a ser lo que un día fue?
Puedo entender ambas partes. A mí me gustaría que se volviera a esa feria de ocho o diez corridas de toros y dos novilladas, pero también comprendo al empresario que tiene que ser sensato con los tiempos que corren y con el público que va a las plazas. Creo que estamos en esa fase de ir aumentando el número año a año; para ello tiene que ser sostenible por sí sola.
Hay veces en las que me fijo en lo bonita que está Málaga, tan atractiva, llena de gente… En esos momentos piensa que a lo mejor, durante otras fechas, cabrían un par de espectáculos o novilladas por la noche. Tampoco sé si funcionaria.
Me gustaría preguntarle sobre la epilepsia y las cogidas. ¿Son lesiones que le han impedido hacer el día a día con normalidad?
Hay gente que piensa que la epilepsia está relacionada con que haya tenido más o menos cogidas, pero no tiene que ver.
El motivo de las cornadas está en ponerse donde los toros cogen.
Exactamente. He tenido suerte de que ninguna cogida me haya dejado secuelas. La verdad es que me encuentro sano y me siento bien. He tenido mucha suerte porque, pese a haber sufrido tantas cornadas, no me veo afectado en mi día a día.
Cuando caminábamos hacia la cafetería, me he fijado en su gemelo. Está completamente cosido.
Sí, por eso me parecía interesante ir en pantalón corto; me parece que es algo muy ilustrativo. Con respecto a la epilepsia, es algo que he decidido que no me afecte ni me importe, aunque esto no es algo que se puede considerar como normativa, ya que conozco a otra gente a la que le impide desarrollar su vida. Yo he decidido que nadie ponga límites a lo que puedo y no puedo hacer. Siempre con sensatez y responsabilidad, pero sabiendo que no me voy a hacer daño a mí mismo ni a los demás. Si conduzco, que sea porque puedo; si toreo, que sea porque soy capaz… Y el día que no pueda, pues no lo haré.
Es cierto que en una ocasión, un médico me recomendó que dejara la profesión y me dedicara a otra cosa tras hacerme un estudio a fondo. Yo no lo hice caso porque creo que la responsabilidad sobre mi salud y mi trabajo ha de recaer en mí.
Los toreros, como parte de la escena cultural, también están presentes en los debates públicos sobre los que orbita la ciudad. En este sentido, me gustaría saber su opinión sobre algunas cuestiones, como es la torre del Puerto.
A nivel estético me gusta más como está ahora. Es cierto que Málaga está creciendo mucho y quizá tendremos que ir haciéndonos a la idea de otras imágenes más modernas y cosmopolitas, pero la primera impresión que tengo al verla es que no me resulta estético. Más allá de eso, sí que soy consciente del crecimiento de la capital; en todo los sentidos: cultural, estético, riqueza, comodidad… Creo que hay mucho potencial.
¿Terminaría la segunda torre de la Catedral?
No, creo que forma parte de la identidad de la ciudad. Hay tantas catedrales que quizá son más… No sé, la dejaría así.
Las obras tienen un principio y un final.
Sí, pero si se termina en otro siglo, fuera de época de una manera más artificial, tendría poco sentido.
Con el verano y la feria, la cuestión del modelo turístico ha vuelto a ponerse sobre la mesa. ¿Es consciente un torero de que esta cuestión está en el centro del debate?
Sí, por supuesto. El hecho de que un vecino esté recibiendo turistas en el piso de al lado, y que a veces crean molestias, puede ser incómodo. Pero creo que también forma parte de la globalización y del crecimiento de la ciudad. El turismo como tal no veo que sea un problema, siempre que se haga con respeto y normalidad. A fin de cuentas, Málaga es una ciudad que acoge, que vive de cara al mar y por la que han pasado todo tipo de culturas. Tampoco creo que vivamos en un lugar que sea cuna de la fiesta y del botellón. Mi parecer es que es bastante respetuoso.
Durante la última campaña electoral, la dificultad para acceder a una vivienda se convirtió en una sucesión de propuestas por parte de los partidos políticos. ¿Cómo lo vive en su situación personal?
Existe esa imagen del torero que puede hacerse rico, comprarse una casa y subir de estatus social. He de decir que la realidad es bien distinta y lo muestro con un ejemplo. Fui al banco a pedir financiación para una casa y me di cuenta de que cualquier persona que trabaje en cualquier lugar, incluso como mileurista, tiene más peso que tú como torero. Aunque en una tarde podamos facturar más que otro trabajador en dos años. Somos un cero a la izquierda y esa situación la he vivido yo, que llegué a la oficina con mis números, modestos, ni mejor ni peor, pero suficientes.
De hecho, recuerdo que me dijeron que pese a haber tenido algunas temporadas buenas, ¿cómo podía asegurar que iba a poder pagar los 20 años de hipoteca? Yo no podía asegurarle nada. Mi profesión, además de tener un alto riesgo, no da ninguna fiabilidad y eso limita mucho el acceso a la vivienda. Más concretamente en Málaga, donde el precio está subiendo muchísimo.
El sueldo de los toreros está regulado por convenio. ¿En qué cifras se mueve?
Sí y se puede buscar fácilmente. En una plaza de primera, depende del grupo en el que te encuentres; esa categorización la marca el número de festejos que torearas el año pasado. En mi caso, que soy grupo B-grupo C, ronda los 12.000 o 13.000 euros, de los cuales hay que dedicar 8.000 a gastos. Para lo que conlleva la preparación de un torero, no se le saca tanto. Como profesión, ahora mismo, no es rentable.
Otra cosa es lo que pueden ganar aquellos toreros que ahora mismo son figuras. Hablando de unas cantidades mucho mayores que no están al alcance de cualquiera, pero para la gran mayoría no es así.
La Feria de Málaga es, para muchos, sinónimo de fiesta. En su caso, coincidía con los días de máxima preparación de su carrera. ¿Ha podido vivir lo típico de esta semana? ¿Salir, beber Cartojal, tener un amor de verano…?
(Ríe) No, sinceramente no. Estoy empezando ahora con los niños a conocer el verano: ir a la playa, a la piscina… Tenga en cuenta que yo me fui con 17 o 18 años a Salamanca para prepararme para ser matador de toros. Incluso antes de eso a mí no me interesaban otros planes. Lo tenía bien claro. Además, se suma que llevo con mi mujer desde los 16, así que tampoco ha dado lugar a enamorarme en la feria. Ella fue mi primer amor.
La Semana Santa sí que la he vivido algo más, pero siempre he estado anclado a la vorágine de la temporada, viajando y yendo por las plazas. Este año sí que iremos al Real y a los cacharritos, pero el Cartojal está descartado porque no bebo.
Si hay puerta grande, la noche del 16 tocará ir al Real.
A lo mejor, en ese caso, no es mala idea para celebrarlo. Nunca es tarde.
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