Cada tarde, de lunes a sábado, hay una manzana en Malasaña que se llena de gente haciendo cola. No esperan para entrar a un espectáculo, pese a que el Teatro Lara esté a pocos metros. Tampoco son los turistas que visitan la zona. Estas personas esperan a que el comedor social de la Hermandad del Refugio y Piedad les dé de cenar.
Personas como Cristina, una camarera de Vallecas 'asfixiada' por la hipoteca. O como William, un joven venezolano sin papeles ni empleo, que okupa un ático en Plaza de España y que llegó a ejercer la prostitución: "Vengo todos los días que puedo, la comida está muy buena".
El comedor social se encuentra a unos 330 metros de la Gran Vía. Está dentro de la sede de la Hermandad, en uno de los edificios de la manzana triangular que cortan las calles de la Puebla, de la Ballesta y la Corredera Baja de San Pablo. Ahí también se sitúa la Iglesia de San Antonio de los Alemanes, que pertenece a la Hermandad. Raúl Mayoral, gerente de esta institución, asegura que nunca antes habían dado tantas cenas como en los últimos meses. Desde julio del año pasado, no bajan de 250 cenas diarias.
La vieja ronda del pan y el huevo
La Hermandad del Refugio y Piedad la fundó el jesuita Bernardino de Antequera en 1615, en un momento en el que Madrid comenzó a crecer en población. El objetivo de la Hermandad era atender a los pobres enfermos y a las personas que vivían en la calle. Para ello, crearon la "ronda de pan y huevo", en la que los hermanos recorrían las calles para dar pan, bizcocho y huevos duros a los hambrientos. También se inauguró el Colegio Purísima Concepción para educar a las niñas abandonadas.
Todo, el comedor, la iglesia, el colegio y el museo de la Hermandad, está en la misma edificación triangular de ladrillo. Fue Felipe V el monarca que, en 1702, cedió el hospital-iglesia a la Santa Hermandad del Refugio. El edificio de los hermanos, anexo a la iglesia, se terminó avanzado el siglo XIX. Desde ese momento, la ronda dejó de salir a las calles y se instaló el comedor social en la sede de la organización.
Hoy, los miembros de la Hermandad se turnan para dar las cenas -no se dan comidas ni desayunos- a partir de las 19 horas. El comedor tiene capacidad para 60 comensales. El menú varía todos los días. Sirven un primer plato de legumbres, patatas, arroz o sopa. El segundo pueden ser fritos, fiambres o huevo cocidos según el día. Además de una pieza de fruta, pan y vasos de leche caliente.
Hay algunas personas que cuentan con un carné que les acredita como comensales asiduos del comedor y no tienen que esperar la cola para entrar. Otros, hacen fila y, si hay hueco y quieren, pueden bajar a cenar. Al resto se les entrega una bolsa con bocadillo doble de fiambre o queso, un paquete de galletas o bollería, fruta y vasos de leche caliente. No se exige condición alguna para recibir la cena.
Además de los donativos de los propios Hermanos, la organización se nutre de comercios hosteleros que donan el excedente del día. También se financian con el dinero que reciben de bancos a través de sus líneas de responsabilidad corporativa. Además, la Hermandad genera ingresos propios de las visitas guiadas a la iglesia, la sacristía, la cripta y el museo.
Mayoral asegura que se trata de una institución "muy monárquica y católica". Eso explica que, en una de las fachadas de ladrillo, cuelgue un cartel con el escudo de la organización y un '¡Viva el Rey!'.
Parados, sin techo...
En abril, un usuario de Twitter compartió un vídeo de la larga cola del comedor y que acumula ya cerca de 250.000 reproducciones.
En la fila que se acumula alrededor de la manzana esperan desde mendigos sin techo y desaliñados a "personas que no dirías tú que están necesitadas", describe Mayoral. El gerente de la institución asegura que han notado un incremento de extranjeros, "sobre todo de venezolanos". También de musulmanes, a los que preparan cenas sin cerdo.
El jueves, 27 de abril, entre las 18:30 y 19:30 horas, también esperaban su turno algunos perfiles más jóvenes. La mayoría de las personas que atiende el comedor, eso sí, son hombres.
Juan Pablo, por ejemplo, tiene 27 años. Es de Perú y no tiene papeles. "Estas iglesias e instituciones nos pueden apoyar para tener una alimentación y poder establecernos en un trabajo. Ahora, sin papeles está bien difícil", explica. El joven cuenta con una tarjeta que le acredita como comensal asiduo y no tiene que esperar en la cola.
A su lado, sentado, hace tiempo William, un venezolano que, tras año y medio en España, desea regresar a su país: "Aquí estoy en una mala situación (...) Actualmente, no me merece la pena, pero viví buenos momentos". Al comedor acude "todos los días" que puede: "La comida es muy buena".
El caso de Mercedes es distinto. Lleva unos cinco años alternando el comedor social y las cenas en su casa. Vive sola en Puente de Vallecas y no tiene familia. "Me quedé sin trabajo en telemarketing porque la oficina en la que estuve cerró. De los 58 a los 61 años estuve cobrando el paro, luego recibí una ayuda de 400 euros y pico y, cuando cumplí los 61, me jubilaron. En esos cuatro años que no trabajé, me penalizó cada año un tanto por ciento y cobro menos que si me hubiera jubilado a los 65 años", lamenta.
Cristina, sin embargo, sí que trabaja como camarera en Vallecas. Empezó a venir durante la pandemia, cuando los precios empezaron a encarecerse. Pese a que no tiene hijos y vive sola, una buena parte de su sueldo se lo come la hipoteca. "Me muero antes [de terminar de pagarla]", bromea. A Cristina no le sorprende la cola que se acumula en este 'triángulo' de Malasaña. Dice que en los comedores que ella conoce "hay mucha gente". "Es exagerado", recalca.