Recientemente saltó a la actualidad por albergar un after en su sótano, pero el número 3 de la calle Antonio Grilo ya había copado titulares décadas atrás. Este edificio ocupa un lugar especial en la crónica negra madrileña por los terribles crímenes que allí se sucedieron. “La casa maldita”, “la casa de los locos", “la casa más macabra de Madrid”... Los apelativos que ha recibido en la historia reciente no dan lugar a dudas.
El rastro de sangre se remonta a 1915, cuando un hombre fue degollado frente al portal. Pudo ser casualidad, que pasara por ahí, y que el lugar elegido por el asesino para asestar la cuchillada mortal fuera fruto del azar. Nunca se supo. 30 años después, la sangre volvió a aparecer. En esta ocasión, ya dentro del edificio.
Fue el 8 de mayo de 1945, en plena posguerra. Aquel día Felipe de la Braña Marcos apareció muerto de un golpe en la cabeza. El hombre, camisero de profesión, fue hallado por su casero unos cinco días después del asesinato.
En su mano se halló un mechón de pelo, lo que indicaba que hubo lucha previa al crimen. El piso estaba totalmente desordenado y revuelto, por lo que la hipótesis principal es que fuera víctima de un robo.
Su cuerpo no estaba tiroteado ni tenía heridas de arma blanca. La causa de la muerte fue un fuerte golpe con un objeto contundente, como un martillo. El crimen nunca se resolvió y fue cayendo paulatinamente en el olvido.
La carnicería del sastre
17 años después del crimen del camisero tuvo lugar el suceso más macabro de esta negra historia. Pocos sucesos más brutales se recuerdan en la historia reciente de Madrid. Dejó siete muertos en una noche, cinco de ellos, niños pequeños.
El 1 de mayo de 1962, el sastre José María Ruiz Martínez, de 48 años, mató a sus cinco hijos, a su mujer y a sí mismo. Fue el propio asesino quien llamó al 091 para avisar de lo que había hecho. “Por su forma de expresarse, el funcionario de servicio dedujo que se trataba de un perturbado”, narró el periódico Abc en la crónica del día siguiente.
El sastre se negó a dar sus señas al policía que le atendió al otro lado del teléfono, pero este consiguió alargar la conversación lo suficiente como para localizar la llamada a través del número de teléfono y consultar en las Páginas Blancas el apellido del titular de la línea.
Dos patrullas se trasladaron al lugar de los hechos e intentaron hablar con el sastre, que ya había consumado los asesinatos de su familia. Los policías intentaron que José María les abriera la puerta del 3º D, pero fue imposible. El parricida reclamó a voces ver a un padre carmelita para recibir confesión.
Un coche patrulla se trasladó hasta la cercana Iglesia de Santa Teresa y San José, templo de la citada orden, y recogió al padre Celestino. El cura consiguió hablar con el sastre asesino desde el balcón de enfrente. Para entonces, decenas de vecinos eran testigos de los hechos, agolpados en la calle Antonio Grilo.
El asesino vestía un pijama ensangrentado y empuñaba una pistola del calibre 5’35 mm. Para demostrar lo que había hecho ante el sacerdote llegó a exhibir desde el balcón los cadáveres de tres de sus cinco hijos.
El asesino consiguió lo que quería: logró confesarse vía telefónica con el padre carmelita y obtener la absolución, pero dejando muy claro que después se suicidaría. Desde el punto de vista de la doctrina católica, de poco le sirvió la confesión, ya que el suicidio es un grave pecado. Dios te da la vida, solo Dios puede quitártela, y eso. Terminada la llamada, José María realizó un último disparo, el último gesto de su vida.
La escena del crimen era terrible. En el suelo de la vivienda encontraron el cadáver de su mujer. A los pies de la cama, a su hija de dos años degollada. Su hija de 14 años había intentado refugiarse en el baño, donde falleció a causa de los disparos de su padre. La macabra escena la completaban su hija de 12 años, otro de 10 y un quinto de 5. Las armas empleadas fueron un martillo, un cuchillo de cocina y un martillo.
Pocos días después, el periódico El Caso publicó que José María había perdido la cabeza por arrastrar problemas con el juego y deudas. El diario Abc entrevistó al doctor Fernández Armayor, que diagnosticó al sastre, a la luz de los hechos, con “una grave depresión vital”, y lo definió como “un auténtico ciclotímico en una fase depresiva endógena”.
Sus familiares incluso declararon en el Juzgado de Instrucción número 8 de Madrid que el sastre “llegó a exclamar que sentía haber traído cinco hijos al mundo para sufrir”.
Y Pilar mató a su hijo
El último asesinato del que se tiene constancia en este edificio de la calle Antonio Grilo es un infanticidio. Ocurrió en abril de 1964, dos años después del caso del sastre, cuando Pilar Agustín Jimeno, vecina de la primera planta, fue detenida por el asesinato de su hijo.
La mujer, una veinteañera soltera, ahogó a su hijo recién nacido con sus propias manos. “Para ocultar su deshonra”, confesó más tarde. La mujer envolvió el cuerpo de su hijo en una toalla y lo ocultó en un cajón de una cómoda. Dos días después, su hermana, la tía del niño, lo encontró allí.