Hay muchos dichos que se repiten cada año cuando llega San Blas, el santo que se celebra este 3 de febrero. Sobre todo relacionados con la meteorología y con la llegada de las cigüeñas. Pero no todo el mundo sabe que en Madrid, uno de los distritos históricos lo celebra como el patrón que fue de su pueblo hasta que se anexionó a la capital en 1949. Y mucho menos que en una iglesia de la capital se guardó durante siglos una reliquia del santo que ahora está desparecida.
La fiesta por San Blas se celebra en Canilla, donde se levanta la construcción más antigua de Hortaleza, la Ermita de San Blas, del siglo XVII. Además, las panaderías y pastelería de la zona se llenan de las famosas rosquillas que son imprescindibles si queremos conseguir el favor del santo y curarnos la garganta.
Las rosquillas de San Blas son parecidas a las famosas "listas" que se comen por San Isidro, con un glaseado de azúcar blanco por arriba. Aunque la receta no es exactamente la misma.
Edad Media
La fe por San Blas se remonta a la Edad Media, justo cuando llegan los primeros habitantes a la zona de Canillas. De hecho, estos habitantes se asentaron en la orilla del arroyo de Rejas, un riachuelo que circulaba por lo que ahora es Gran Vía de Hortaleza.
No muy lejos de allí, en lo que ahora es la calle de Montalbos, se levantó la ermita de San Blas gracias al impulso del primer conde de Canillas, Baltasar Molinet. Era 1698. En aquella época, Molinet tenía muy buena relación con Felipe II y fue el monarca el que un regaló una figura de San Blas a la ermita y al pueblo que incluía una reliquia del santo que estuvo expuesta durante siglos y que ahora se encuentra desaparecida.
La iglesia, que funcionó como el templo principal del pueblo de Canillas, sigue siendo el epicentro de la fiesta que incluye una procesión de la imagen por las calles de alrededor al grito de ¡Viva San Blas! ¡Vivan los canilleros!
Según cuenta su hagiografía, San Blas fue un médico del siglo III y IV. Fue obispo de Sebaste, en Turquía, e hizo una vida como ermitaño la mayor parte del tiempo eligiendo una cueva como refugio y sede episcopal. La historia dice que fue torturado y ejecutado durante el gobierno del emperador romano Licinio en las persecuciones a los cristianos que se dieron en el siglo IV.
Cuando se habla de sus milagros, siempre se le relaciona con el cuidado de la garganta (es el patrón de los enfermos de garganta y de los otorrinolaringólogos) después de que, según cuentan, salvara a un niño que se moría tras habérsele clavado una espina en la garganta.