Por primera vez en la historia, algunos países están planteándose aplicar restricciones a la producción global de plástico, con el objetivo de reducirla en un 40% en un plazo de quince años tomando como base la producción de 2025. Un acuerdo que, de producirse, sería fundamental de cara a cumplir con los objetivos del Acuerdo de París y con la protección ya no solo del medio ambiente, sino de la salud de las personas.
El plástico es uno de los mayores desastres que la humanidad ha producido en toda su historia. Se estima que entre los años 1950 y 2017 se fabricaron 9,200 millones de toneladas de plástico, más de la mitad de las cuales se produjeron desde el año 2004. Tan solo en el año 2020 se produjeron 400 millones de toneladas de plástico, y si las tendencias mundiales en la demanda de plástico continuasen sin restricción alguna, se estima que en el año 2050, la producción mundial anual de plástico alcanzaría más de 1,100 millones de toneladas.
El problema, claro está, es el que todos conocemos perfectamente, por mucho que hayamos decidido cerrar los ojos y hacer como que no nos enteramos: el plástico no es prácticamente reciclable, a pesar de las muchas mentiras que nos cuentan al respecto, y cada año, mientras los porcentajes de reciclaje no pasan de una sola cifra, alcanzan el océano unos once millones de toneladas de plástico.
Lo sabemos perfectamente. Hemos escuchado y leído sobre el llamado Great Pacific garbage patch, una enorme isla de basura formada por un vórtice de corrientes oceánicas que arrastran partículas de plástico, y más recientemente se han descubierto islas similares tanto en el Atlántico Norte como en el Pacífico Sur. Su descubrimiento es complicado porque no salen en la mayoría de las fotografías satelitales ni aparecen en los radares, pero son una buena prueba del desastre que supone el plástico.
El plástico proviene de las mismas compañías que han provocado la emergencia climática, las petroleras, y la inmensa mayoría de los polímeros plásticos provienen de los combustibles fósiles. Pero dado que su producción es relativamente sencilla y barata, y sus usos prácticamente ilimitados —tenemos incluso un término, “plasticidad”, que alude a ello— la demanda ha crecido hasta convertirlo en un símbolo de nuestros tiempos, mientras los mismos que lo fabrican y utilizan se inventaban narrativas sobre un supuesto reciclaje que nunca fue verdad. El plástico es un prodigio de versatilidad. Pero eso no quiere decir que sea bueno, y de hecho, en este caso, esa versatilidad supone nuestra condena.
El plástico es uno de los mayores desastres que la humanidad ha producido en toda su historia
Tan solo cincuenta y seis compañías son responsables de más de la mitad de la contaminación mundial por plásticos, con CocaCola muy claramente a la cabeza (11%), seguida por PepsiCo (5%). ¿Por qué esas dos compañías? Porque ofrecen sus productos en un formato que quieren que sea fácilmente portátil, muy ligero y que pueda cerrarse y abrirse fácilmente a voluntad, algo que el plástico proporciona. Esa conveniencia, la de adquirir productos envasados en plástico, es algo que está matando nuestro planeta y que ya ha hecho que aparezca plástico en absolutamente todas partes, desde todos los ecosistemas del mundo hasta nuestro torrente sanguíneo. Y simplemente, porque les es muy barato envasar en plástico, aunque eso suponga lo que supone.
Es fundamental que semejante irresponsabilidad, tanto de esas compañías como nuestra como clientes, se encuentre con restricciones. Si fabricar y envasar en plástico es tan desmesuradamente barato, tenemos que hacer que deje de serlo, gravando a los envases de plástico con cantidades que hagan que realmente solo se planteen utilizarlos cuando no haya absolutamente más remedio. No solo eso, sino además, obligar a que el plástico producido pudiese de verdad someterse a un esquema de economía circular, es decir, que realmente compensase económicamente recoger, reutilizar o reciclar todo el plástico producido.
Estamos muy lejos de esos objetivos, y que la iniciativa de este pacto de reducción en la producción de plásticos sea exitosa es ahora mismo algo fundamental para nuestro planeta y nuestro futuro. Pero como en otros pactos de este tipo, estamos hablando de impactos económicos sobre algunas de las compañías más grandes y poderosas del planeta, como las empresas petroleras —las mismas que ya sabían en los años ’70 a qué futuro nos estaban abocando— y algunas de las más importantes de productos de consumo.
Dado que los dos países proponentes del pacto, Perú y Ruanda, tienen escaso peso en el panorama internacional, es muy posible que esta iniciativa termine convirtiéndose en un brindis al sol. Pero al menos, que sirva para hacernos pensar, y para plantearnos hasta qué punto podemos, desde nuestras posibilidades como consumidores, reducir el consumo de plásticos y dejar de comprar a las compañías que constituyen la parte más importante del problema, y que se refugian en que “mis clientes quieren plástico”.
Un desastre de escala planetaria, demasiados interesados en que nada cambie… y muy pocas balas. Buena suerte.
***Enrique Dans es Profesor de Innovación en IE University.