La campaña presidencial argentina ha vuelto a poner sobre el tapete la discusión sobre qué régimen monetario ha de adoptar la República austral para atajar una tasa de inflación que, en agosto, escaló hasta el 124,4 por 100 en términos interanuales.
El fantasma de la híper ha vuelto a salir de su sepulcro en un país que ya la experimentó en los años 80 del siglo pasado y que, desde 1945, ha registrado, en promedio, inflaciones de dos dígitos. En este contexto, Javier Milei, el candidato de La Libertad Avanza a la primera magistratura de la nación, ha planteado la dolarización como la mejor alternativa para matar a la hidra inflacionaria.
Dolarizar consiste en renunciar por completo al uso de la moneda propia, el peso en el caso argentino, y adoptar como unidad monetaria de curso legal la de los EE.UU. Ecuador y Panamá eligieron esta fórmula para lograr la estabilidad macroeconómica que eran incapaces de conseguir con sus instituciones y políticas domésticas.
Ahora, el Sr. Milei quiere hacer lo mismo en el supuesto de lograr acceder a la Presidencia de la Argentina. Ante esta iniciativa es interesante recordar los pros y los contras de implantar esa iniciativa en un país que adoptó en la Era Menem un modelo parecido, la caja de conversión (currency board en la terminología anglosajona) que estableció la paridad 1 dólar=1 peso y logró acabar con la hiperinflación heredada de Alfonsín.
Desde una perspectiva general, la dolarización es un medio para evitar las crisis monetarias y de balanza de pagos. Si la moneda nacional no existe, no puede depreciarse y, por tanto, los incentivos para las salidas de capital ante el temor a su devaluación desaparecen.
El fantasma de la híper ha vuelto a salir de su sepulcro en un país que ya la experimentó en los años 80 del siglo pasado
A su vez impulsa una relación más estrecha de la economía argentina con la estadounidense y la mundial al disminuir los costes de transacción y asegurar la estabilidad de los precios en términos de dólares. Por último, la imposibilidad de financiar el gasto público mediante la maquina de imprimir billetes del banco central fortalecería las instituciones y crearía un clima favorable para reactivar la inversión privada.
Por lo que respecta a Argentina, un beneficio inmediato de dolarizar sería reducir la prima riesgo del país y, en consecuencia, los tipos de interés. Ambos movimientos, junto a una menor volatilidad de los movimientos de capital, reducirían el coste del servicio de la deuda pública y, también, estimularían la inversión y el crecimiento.
En la nación de Alberdi, esos dos efectos serían muy potentes dada la persistencia histórica, acentuada ahora, de un diferencial muy abultado entre las tasas de interés en pesos y tasas de interés en dólares. De hecho, cuando se aprobó el Plan de Convertibilidad Menem-Cavallo en 1991, aquel se estrechó de manera significativa.
En el plano de las finanzas públicas, la dolarización proporciona un ancla y una justificación para llevar a cabo una reducción del triángulo gasto-déficit-deuda público. El Gobierno no tiene posibilidad alguna de cubrir sus desembolsos mediante su monetización como ha hecho la Administración Fernández-Kirchner durante su mandato.
Por lo que respecta a Argentina, un beneficio inmediato de dolarizar sería reducir la prima riesgo del país y, en consecuencia, los tipos de interés
Ello forzaría a un hipotético Gobierno Milei a poner en marcha una agresiva estrategia de consolidación presupuestaria. En el programa de Milei, eso pasa por una severa reducción del peso del Estado en la economía con el ambicioso y difícil objetivo de alcanzar el equilibrio del Presupuesto en el primer año de su Presidencia.
Al margen de los escollos políticos para aplicar esa terapia, las indudables ventajas finales de la dolarización plantean problemas de transición cuya resolución es básica para su éxito. En primer lugar, para adoptar el dólar, retirar la moneda nacional de la circulación y sustituirla por la divisa estadounidense, el Gobierno ha de "comprar" el stock de moneda nacional en poder de los particulares y de los bancos.
En segundo lugar, las autoridades monetarias renuncian a futuras ganancias de señoreaje, derivadas del flujo de la nueva moneda impresa cada año para satisfacer el aumento de la demanda de dinero. Argentina debería redimir alrededor de 5,5 miles de millones de pesos y su nivel de reservas en dólares está en mínimos.
Lo señalado en el párrafo anterior es de una extraordinaria importancia. Una vez completada, la dolarización disminuye la probabilidad de que se produzcan corridas bancarias. Con todos los activos monetarios ya dolarizados, los depositantes tendrán más confianza en el sistema financiero patrio.
Las indudables ventajas finales de la dolarización plantean problemas de transición cuya resolución es básica para su éxito.
Ahora bien, en la fase de tránsito hacia ella, la capacidad de las autoridades para hacer frente a una repentina y generalizada pérdida de confianza es prácticamente inexistente. Este peligro crece cuanto mayor sea el retardo en lograr la dolarización total de la economía y la resistencia social y política para llevarla a cabo. Por eso, es básico, por ejemplo, exigir a los bancos un alto nivel de liquidez durante la fase de tránsito. Y esto incrementa los costes de la intermediación financiera y restringe la oferta de crédito de manera temporal.
Por otra parte, Argentina forma parte del Mercosur lo que plantea dificultades y potenciales distorsiones en el funcionamiento de esa zona comercial cuando el mayor socio de ella, Brasil, mantiene una tasa de cambio flotante.
La disparidad entre el modelo cambiario argentino y brasileño conduciría a incrementar la volatilidad de los tipos de cambio reales de los estados miembros que puede resultar problemática tanto en el plano político como en el económico. Quizá por eso, Milei siente escasa simpatía hacia el Mercosur y muestra un claro deseo de salirse de él.
Dicho lo anterior, la voluntad dolarizadora de Milei es consistente y racional. Supondría un shock de credibilidad. De forma permanente, el banco central argentino ha mostrado su incapacidad para resistir a las presiones sociales y gubernamentales para imprimir dinero y crear inflación. ¿Conseguirá Milei ejecutar su plan? Para eso ha de ganar las presidenciales y, también articular una mayoría parlamentaria dispuesta a soportarle. ¿Logrará ambas metas? Es imposible saberlo.