Probablemente debería estar escribiendo acerca de los aspectos económicos de los programas electorales. Sin embargo, desde mi punto de vista, somos lo que hacemos y no lo que decimos. A menos que lo que decimos y lo que hacemos se corresponda. Y esto, en el mundo de la política, se da muy poquito.
Podría intentar hacer una radiografía de lo que ha sucedido en las economías de las diferentes comunidades autónomas y municipios para ceñirme a los hechos. Pero los datos cantan a favor de quien los recopila, maneja e interpreta: el dato al servicio del relato. Un relato cada vez menos elaborado, más tuiteable, al más puro estilo clickbait.
Por ello, hoy vengo a subrayar un problema que arrastramos desde hace décadas y al que no se le presta la suficiente atención. Me entero por Ignacio Peyró de que cierra el emblemático restaurante madrileño Arce.
Cierra el emblemático restaurante madrileño Arce.
Se trata de una empresa llevada por Maite Camarillo y su marido, el cocinero Iñaki Camba. Tras 35 años, echa el cierre porque, de sus seis hijos, dos de los cuales se dedican también a la restauración, ninguno ha querido continuar el negocio familiar. Por suerte, Maite e Iñaki lo van a dejar en manos de un amigo y gran profesional como Andrés Madrigal. No será lo mismo. Arce desaparece.
Esta noticia refleja lo que está pasando desde hace años con las empresas familiares en nuestro país: son muy vulnerables a las crisis económicas y, o están siendo compradas o están muriendo.
Según el Instituto de Empresa Familiar, casi un 90% de las empresas españoles son de carácter familiar. Su actividad genera casi el 60% del PIB. Y representan casi el 70% del empleo de nuestro país. A pesar de su importancia están desapareciendo. Los restaurantes, papelerías, comercios “de toda la vida”, la pequeña explotación agrícola, las bodegas familiares no sobreviven.
Uno de los factores que influyen en este fenómeno es común a todas las PYMES españolas: el entorno. Para empezar, la sucesión de crisis, primero la del 2008 y después la derivada de la pandemia. Las políticas económicas que se aplicaron no lograron sacar adelante a nuestra economía al mismo ritmo y con la misma intensidad que en el resto de la Unión Europea.
Casi un 90% de las empresas españoles son de carácter familiar
Ahora, la situación económica en la zona, fruto de la invasión rusa, sus efectos en el precio de la energía, que ya venía alterado desde antes, y la inflación, no son un buen caldo de cultivo para que las empresas familiares se recuperen de los vaivenes económicos de los últimos lustros.
Además, la cultura económica de nuestra élite política en el poder tampoco es favorable: los márgenes de beneficio de las empresas son el objetivo a batir, el endeudamiento es favorecido y el ahorro y la inversión son penalizadas, y a las empresas no les merece la pena crecer, por motivos fiscales.
Pero, a estas cuestiones, que no son exclusivas de las empresas familiares, hay otras específicas que empeoran el panorama. Los herederos tienen expectativas muy diferentes a las de sus padres. Para empezar, en algunos casos, tienen una formación más cuidada y, a la vez, sienten que sus oportunidades son peores, porque emanciparse es mucho más caro, la carga impositiva es alta, prefieren emprender negocios más enfocados al futuro, y la tradición no les resulta nada atractiva.
Por otro lado, en el momento en que una empresa familiar amplía capital y aparecen los accionistas externos, se produce una lucha de poder entre los herederos y los nuevos capitalistas, que, en ocasiones, termina por expulsar a los hijos y se termina perdiendo el legado.
Los herederos tienen expectativas muy diferentes a las de sus padres
Para los padres que, a veces, han heredado el negocio de sus propios padres, es muy complicado transmitir la importancia de perpetuarlo en un mundo que está cambiando a un ritmo vertiginoso.
Alguna de las soluciones que se han planteado hace tiempo pasan por crear Consejos de Familia y Protocolos Familiares para asegurar una sucesión con menos rozamiento. Sin embargo, sigue siendo muy problemático.
Siempre que pienso en la posible solución me acuerdo de los zaibatsus japoneses: estructuras empresariales que aparecieron hacia el siglo XVI y perduraron exitosamente hasta principios del siglo XX. Tras la modernización económica de Japón se obligó a la desaparición de los zaibatsus, muchos de los cuales se reconvirtieron en holdings.
Una ojeada a los más representativos nos dice mucho del alcance de su éxito: Mitsui, Mitsubishi, Sumitomo, Suzuki y Yasuda. Las peculiaridades idiosincráticas del país tienen mucho que ver. La primera es que, en la cultura japonesa, la familia incluye todo el linaje, es decir, los ancestros y los posibles descendientes.
En segundo lugar, tienen una visión de la lealtad y el deber para con la familia diferente. Eran capaces de quitarse la vida si una acción había deshonrado a tu familia. Es un poco radical para mi gusto, pero explica que los hijos estudiaran algo que honrara y pudiera aportar al negocio o ampliarlo y que, cuando acababan sus estudios, regresaran a la “nave nodriza”.
El talento creativo de los jóvenes se canalizaba dentro del zaibatsu, y por ello, los holding estaban muy diversificados. Eso sí, los Consejos de Familia tenían potestad para vetar matrimonios, saltarse el orden sucesorio si el mejor candidato no era el hijo mayor, y todo el mundo aceptaba esa limitación de la libertad. Desde luego, podías irte y montar tu negocio por tu cuenta, pero estaba muy mal visto.
Japón ya no es lo que era. Pero sigo pensando que podemos aprender algo: mirar a la innovación como una oportunidad y no con miedo, como un desafío a lo que creemos que es nuestra esencia.
Para eso sería necesario que encendiéramos las luces largas y contempláramos cada acción enquistada en el hoy, entre el pasado y el futuro; calibrando lo que conservamos, lo que mejoramos y la puerta abierta que dejamos al mañana. Algo tan difícil como que nuestros políticos hagan lo que dicen en campaña.