Desde amplios sectores de la sociedad española se contempla el presente y el futuro con un creciente pesimismo. Las jóvenes generaciones ven un mañana con menores oportunidades de las que gozaron sus ancestros, la clase media ha sufrido un deterioro muy considerable de sus niveles de vida, las rentas bajas se han empobrecido de manera significativa, el desempleo es el más alto de los países desarrollados, el sistema educativo ha dejado de ser un ascensor social, etcétera. El catálogo de los males patrios podría ampliarse para ofrecer un panorama dramático y real frente al mostrado por la propaganda gubernamental.
Sin embargo, este escenario ni es el resultado de una maldición insuperable ni de una enfermedad crónica. Ni siquiera de la resignación de los ciudadanos bien ante lo que consideran inevitable bien a aceptar el encierro y permanencia en un estatus de subvencionados.
La situación de España es la consecuencia directa de la progresiva erosión de los cimientos sobre los que se sostienen y se desarrollan individuos y sociedades libres y prósperas. Esta dinámica se ha visto alimentada por el progresivo dominio del discurso políticamente correcto en la arena pública y por la política desplegada por la izquierda durante los dos mandatos de Zapatero y el de Pedro Sánchez con un Gobierno en medio que no fue otra cosa que el taller de reparaciones de la socialdemocracia y carente de ideario y, por tanto, de proyecto.
"En la Vieja Piel de Toro no se asiste a una profunda reforma, sino a un desmantelamiento en unos casos y voladura en otros de las bases de una democracia liberal"
Fue o ha sido en gran medida la abdicación de las élites no colectivistas españolas a asumir su responsabilidad, su sorprendente pero real connivencia con las ideas que pretenden destruir el hábitat sin el cual no podrían sobrevivir y/o su debilidad moral y argumental frente al envite de la izquierda más débil y anémica de la historia democrática la que ha permitido que la coalición social-comunista haya podido desplegar un proyecto revolucionario, no cabe calificarle de otra manera, en España.
En la Vieja Piel de Toro no se asiste a una profunda reforma impulsada por el Gabinete PSOE-UP, sino a un desmantelamiento en unos casos y voladura en otros de las bases de una democracia liberal y de un sistema capitalista.
Esa es la mala noticia. La buena es que esto no va a durar y se abrirá una nueva oportunidad para modernizar España, restaurar su fortaleza institucional y sentar las bases para una recuperación sólida de su economía, no esta chapuza que no ha logrado recuperar el nivel de PIB de 2019 y al son de las trompetas sus paladines presumen de un comportamiento del mercado laboral con dos rasgos propios de las viejas economías planificadas: la incapacidad de los españoles de trabajar el número de horas que desearían (subempleo) y el camuflaje por el Ejecutivo de los datos reales de empleo y paro. Pero no hay que detenerse en misarías cuando se asiste o debe asistirse al agónico final de un modelo socioeconómico que ha sido un rotundo fracaso y está agotado.
Con un pesimismo ancestral tiende a considerarse a los españoles individuos adictos a Papá Estado. Sin embargo, esta tesis ha de ser matizada. Las reformas liberalizadoras y las medidas de estabilización introducidas en algunos periodos críticos, como 1959 o en la Legislatura 1996-2000 desencadenaron dos largos periodos de crecimiento sano y equilibrado que se extendió a todas las capas de la sociedad. Esto es, las eras que podrían considerarse más liberales de la historia económica española de los últimos 60 años han sido sin duda algunas las mejores mientras todas las lideradas por la izquierda han terminado en crisis: 1996, 2008-2012 o ahora… Esta es la realidad y, si se intentan disculpar esos tristes finales apelando a factores externos, a la incompetencia habría que sumar el ser gafe.
"España tiene todas las condiciones y posibilidades para convertirse en una de las economías más dinámicas de Europa"
España tiene todas las condiciones y posibilidades para convertirse en una de las economías más dinámicas de Europa. Solo necesita la puesta en marcha de las políticas necesarias para crear un marco de estabilidad y seguridad, así como su continuidad durante un espacio temporal que no puede ser breve.
Es imprescindible poner en marcha una estrategia de reducción del binomio déficit-deuda vía recorte del gasto, implantar una agresiva agenda de reformas estructurales que de flexibilidad a los mercados, etcétera. En otras palabras, la macro ha de crear las condiciones de estabilidad imprescindibles para que los agentes tomen sus decisiones y la han de generar con los incentivos adecuados para crecer, crear riqueza y empleo, aumentar la competitividad y productividad, etcétera.
Durante las últimas dos décadas, por no irse más atrás, España ha probado con bastante intensidad las dos modalidades básicas de colectivismo compatible in extremis con una democracia: el zapateril, preludio de su finale con el actual gabinete social-comunista, y el vegetariano, simbolizado con matices por el anterior Gobierno del PP.
Este fue el último ejecutivo socialdemócrata en el sentido clásico del término y quien mostró las insuperables limitaciones de esa política. Sánchez representa simplemente una bacanal económica, consecuencia inexorable de abrazar la mayoría de las recetas de sus socios comunistas ante la inactualidad del discurso socialdemócrata.
Ante este panorama, quizá España debería probar la única política que nunca se ha desplegado salvo de una manera coyuntural y parcial para ser abandonada cuando los problemas creados por las medidas colectivistas eran solventados.