Hay momentos en los que es imposible no detenerse y mirar hacia atrás. Estos días he retrocedido a 2005 y he visto al Reino Unido europeo al que íbamos muchos jóvenes españoles a estudiar o a empezar a trabajar. El desastroso error de cálculo de David Cameron trajo el brexit. Este verano volveré por allí, pasaporte en mano y con la libra a 1,12 euros. ¡Qué bien hubiera vivido una recién licenciada europea con ese tipo de cambio! Pero lo que nos muestra hoy es la encrucijada en la que se han metido los británicos.
Salto a 2007. Ya en Madrid. Hacía calor cuando en la redacción se empezó a hablar de Fannie Mae y Freddie Mac. Dos firmas enredadas en un negocio hipotecario que sonaba a chino, llamado subprime.
Había miedo bursátil, pero sonaba lejos, en Wall Street. En España, el Ibex 35 iba camino de acercarse a los 16.000 puntos. En noviembre marcaría su máximo histórico. Los concesionarios de coches vendían como si no hubiera un mañana, las financieras prestaban de manera fácil, se construían casas, se hipotecaban... Y todos contentos. Las cuentas públicas tenían superávit.
Han pasado 16 años y el Ibex no ha vuelto a soñar con esos niveles. Cerró el pasado viernes a 9.333 puntos. Estamos a la espera de conocer el dato de cierre de déficit de 2022, pero rondará el 4,5% con una deuda pública que supera el billón y medio de euros. Hablar de superávit en España es ya una quimera.
Una parte de esa deuda es herencia de la crisis de 2012. Y lo que ocurrió entre 2007 y 2012 es de sobra conocido. En julio de 2008, cayó el primer ladrillo del edificio de espejos que reflejaba aquella ilusión y quebró Martinsa-Fadesa. En septiembre, en EEUU declaraba la bancarrota Lehman Brothers.
La llegada de la crisis financiera ya era oficial, pero aquí no teníamos motivos para preocuparnos porque contábamos con "la banca más sólida del mundo", según nos explicó José Luis Rodríguez Zapatero.
Luego supimos que no era tan "sólida", aunque la bomba de relojería estaba en las cajas de ahorro, esas entidades gestionadas por políticos que tomaron riesgo especulativo en el sector inmobiliario y a las que hubo que terminar rescatando con un coste económico y social del que no nos hemos recuperado.
"Han pasado 16 años y el Ibex no ha vuelto a soñar con esos niveles. Hablar de superávit en España es ya una quimera"
Grecia, Irlanda, Portugal... Las cosas empeoraron, los mercados atacaron y los errores en la arquitectura del euro empezaron a disparar la prima de riesgo. Zapatero tuvo que acometer el mayor recorte de gasto social conocido hasta la fecha y firmó su sentencia de muerte en las urnas.
En 2011, Mariano Rajoy ganó las elecciones y logró una tregua de los mercados hasta que se fue a Bruselas a levantar las alfombras del déficit público y supeditó la presentación de sus primeros Presupuestos al calendario de unas elecciones en Andalucía en 2012. Lo que vino después también nos suena a todos. La prima de riesgo se disparó, hubo que rescatar a Bankia, firmar un MoU con Bruselas para acceder a una línea de crédito [rescate] y los inversores nos llevaron al abismo hasta que Mario Draghi pronunció sus palabras mágicas en el verano de aquel año.
Recuerdo que en aquella época, Rosa Díez andaba presentando un informe de UPyD que ponía el foco en el sobrecoste de un Estado ineficaz inflado al calor de una burbuja que había estallado un lustro atrás.
Fue por entonces, cuando un conocido banquero de inversión me dijo: en España teníamos tres crisis una inmobiliaria, otra financiera y otra política. Las dos primeras van camino de resolverse. La tercera no.
De aquellos polvos, estos lodos. En 2023, los españoles recogemos el fruto de las semillas que la nueva política que vino después ha contribuido a regar.
Podemos empezar por Barcelona, donde la semana que viene arranca el MWC. En 2008, tuve que cubrir mi primer Mobile en una ciudad cosmopolita que aspiraba a ser un referente tecnológico en el Mediterráneo. Llegó 2012, con los recortes de Artur Mas y la huida hacia adelante con el independentismo para tapar errores de gestión y corrupción... La semana que viene cuando se inaugure esta feria, los periódicos estarán pendientes de si hay saludo a Felipe VI en una Cataluña que ha sido superada por Madrid en términos de PIB. Los taxistas darán gracias al cielo porque el MWC haya sobrevivido a los desastres de Ada Colau.
Las duras consecuencias de la crisis financiera abrieron paso a la toma de conciencia de la desigualdad. Un movimiento nacido en las calles, el 15-M ha llegado al poder. Ahora, un presidente socialista, Pedro Sánchez, que votó como diputado los recortes de Zapatero y vivió de cerca el desastre de las cajas de ahorro nos habla de 'los del puro'.
Su Gobierno aprueba impuestos a las grandes energéticas y bancos como parches en busca de más recaudación. Y los tribunales se pronunciarán sobre esos parches. Hasta que no lo hagan, los españoles no sabremos si esos ingresos fiscales son reales o habrá que devolverlos en unos años.
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Mientras, en la patronal estalla el lío del sueldo de Antonio Garamendi y abona el campo para seguir desprestigiando a los empresarios. La CEOE también comete -y ha cometido- errores. El legado del que fuera su presidente, Gerardo Díaz -condenado por blanqueo- llenó de agua la regadera con la que Ione Belarra se mete ahora con otros empresarios honrados y exitosos.
"Me pregunto cuánto cobran Gerardo Cuerva (Cepyme) y Lorenzo Amor (ATA)"
¿Gana mucho o gana poco Garamendi? Pues bien, la CEOE es una organización privada y si lo considera oportuno puede pagar un salario de 380.000 euros a su presidente. Ahora bien, en la patronal no solo está representado el Ibex 35 capitaneado por presidentes que compiten en la liga salarial de la Champions League mundial. También están los autónomos, las pymes y las micropymes. Y para la gran mayoría de esas empresas ese salario probablemente no es adecuado. Me pregunto cuánto cobran Gerardo Cuerva (Cepyme) y Lorenzo Amor (ATA).
Nos perdemos en el morbo de los detalles, pero lo mollar es que si se hubieran hecho bien las cosas aprovechando el estímulo monetario del BCE de los últimos 10 años, la CEOE representaría hoy a muchas más empresas lideradas por un CEO. Empresas medianas y grandes donde prácticamente no se cobra el SMI. Con un motor económico más productivo y competitivo, quizás hoy hablaríamos de otras cosas.
Y es que lo que ha ocurrido en estos años con la política monetaria también es para hacérselo mirar. Recordarán que a las puertas de la recesión de 2008, el BCE de Jean Claude Trichet decidió subir los tipos de interés. Mientras, la Reserva Federal de EEUU los bajaba para ayudar a la economía.
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Años más tarde, ante el daño causado a los países del Sur por su propio banco central vino la redención con Draghi. Pero fue su sucesora, Christine Lagarde, quien apuntaló la borrachera monetaria con la que primero Mariano Rajoy y más tarde y ya de forma exagerada, Pedro Sánchez, han financiado su agenda política.
Ahora hay que combatir una inflación que nos empobrece a todos -o nos coloca ante el espejo: nos creíamos ricos porque nadamos en una deuda pública monetizada-. Y Lagarde dice que está determinada a hacerlo, pero los mercados no se lo creen. Una vez más de aquellos polvos, estos lodos.
Esta semana vendrá de visita una delegación del Parlamento Europeo para intentar descifrar en qué se está gastando el dinero de los fondos europeos. En realidad, es una buena noticia que se pida a los gestores políticos una rendición de cuentas clara del dinero del contribuyente.
Vuelven -aunque nunca se fueron del todo- los hombres de negro, pero vestidos de blanco y comandados por una mujer, Monika Hohlmeier. Las líneas de crédito que en 2012 se llamaron rescate, ahora son fondos europeos. Es cierto que la mitad es dinero 'solidario' que llega a España a fondo perdido. Pero hay otros 70.000 millones que habrá que devolver.
"Vuelven -aunque nunca se fueron del todo- los hombres de negro, pero vestidos de blanco y comandados por una mujer"
En estos 16 años, sí hemos avanzado en algo, en más Europa. El euro no ha vuelto a estar -de momento- en cuestión, tenemos una unión bancaria (incompleta) y las grandes decisiones sobre España se toman en Bruselas. Pero también el próximo viernes se cumplirá un año desde que en Europa se viene librando una guerra por la invasión de Ucrania. Y viene otro invierno difícil en el que -en terreno económico- en lugar de hablar de líneas de crédito lo haremos de envíos de gas.
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En este repaso, aún no he mencionado la pandemia y lo haré ligado a la toma de conciencia que se ha producido en este tiempo del problema de la conciliación. El 8 de marzo de 2018 una marcha transversal llenó las calles de muchas ciudades españolas por el feminismo. Aquella imagen se ha politizado y este año, la chapuza de la 'ley del solo sí es sí' es lo que marcará una agenda dividida.
En la Covid-19 hubo ayudas para casi todo, menos para las familias. Después, PWC constató que la situación de la mujer en el mundo laboral se llevó la peor parte. Al margen de la pandemia, se han puesto en marcha medidas, como la equiparación de las bajas paternales para avanzar en eso que llamamos la 'corresponsabilidad'. Pero el Ministerio de Igualdad anda muy ocupado en otros menesteres como para analizar con rigor los datos y ver si la igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres frente a la brecha que se abre con la maternidad va por el buen camino en un país en el que cada vez hay menos niños.
Nada de lo que ocurre hoy en España es casualidad. Y en los últimos casi cuatro años, lo he venido contando en esta columna. En este momento, tengo que pulsar el botón de pause. Es verdad que este año van a pasar muchas cosas. En un tiempo, podría volver a encender el play. Pero ya les avanzo que mucho me temo que será con un déjà vu. Hasta entonces, mucha suerte a todos.