"Queremos asegurarnos de que nunca más habrá influencia política en nuestras estadísticas". Eran las palabras de Algirdas Semeta, el Comisario Europeo de Estadística en abril de 2012. Tres años antes, Grecia había desvelado un abultado déficit público, oculto tras el velo de las estadísticas aportadas oficialmente a la Unión Europea, que llevó al rescate en tres actos y a diez años de cinturonazo para el pueblo griego. Terrible.
Pero no somos los españoles quienes podemos mirar por encima del hombro a nadie. En el año 2012, Semeta también estaba preocupado por la posible "excesiva" manipulación estadística en Portugal, Italia y en España, que estuvo bajo la lupa, cuando el Gobierno de Rajoy declaró que se había encontrado un déficit público heredado del anterior Gobierno muy superior al declarado oficialmente. Es fácil de entender que el ex-ministro de finanzas lituano, economista y matemático, tuviera la mosca detrás de la oreja al respecto.
Por eso, en el año 2012, la Europa de los 27 decidió otorgar más poderes a Eurostat, la oficina estadística de la Unión Europea, y los miembros accedieron a someterse a la metodología y los criterios de la misma.
Siendo tantos países, se aseguraba que el criterio sería la eficiencia, y también se cuidaba de que los organismos estadísticos nacionales tendrían más fácil mantener la independencia del poder político, al servicio de los ciudadanos, no de los partidos.
Las nuevas normas permitían a la UE aplicar sanciones a los países que no salvaguardaran la independencia de los institutos nacionales de estadística o realizaran nombramientos por motivos políticos, y se recordaba que los jefes de estadística deben ser "totalmente autónomos en su trabajo”.
Me imagino la cara de dejà vu de Algirdas Semeta al enterarse de la dimisión del presidente del INE a cuenta de las "orientaciones" del Gobierno español respecto al cálculo del PIB diario, fuera de los cánones metodológicos de Eurostat y del Plan Estadístico Nacional.
Por supuesto, el Gobierno niega todo. No se ha ido por eso. Ha acabado una etapa. Nadie se va a salir del caminito de Eurostat. Bueno, solo faltaría que lo admitiera. No soy capaz de visualizar a Nadia Calviño aceptando que están intentando colar una chapuza, otra, para maquillar a brochazos los datos de crecimiento de España. Porque de los datos de previsión de crecimiento depende la previsión de gasto. No digo más.
La economía es una disciplina, como me decía Manuel Hidalgo bromeando, repleta de sabios que predecimos a posteriori. Y, añado, en mi calidad de miembro del Club de Economistas Cenizos, muchas veces lo hacemos mal, incluso a posteriori. Las estadísticas son necesarias para vislumbrar tendencias, no para marcar la senda futura.
En todo caso hablaríamos de diferentes grados de probabilidad de que tal variable se comporte de un modo en función de muchos factores. Porque, aunque se nos olvide, la economía es un sistema híper-complejo y como tal debemos entender lo que pasa en su ámbito.
Alimenta más el ego adoptar un punto de vista reduccionista y escribir libros de recetas económicas. Pero son tan irreales como los horóscopos. Una muestra de la fragilidad de las previsiones económicas la tenemos en el magnífico trabajo que realiza BBVA Research, con Rafael Domenech como director de Análisis Económico.
En el Informe Fiscal del segundo trimestre del 2022, hablando de las previsiones del crecimiento del gasto explica que seguirá moderado "en la medida que los efectos de la Covid-19 disminuyan y compensen parte del esfuerzo para mitigar los efectos de la guerra".
Se espera que el déficit sea peor del previsto (un 6% del PIB en lugar del 4,8% del PIB) "en este contexto". Y si consideramos que las medidas aprobadas por la guerra son temporales, se puede esperar que se reduzca el año que viene hasta el 4,6% del PIB. También se señala la deuda pública como una vulnerabilidad de nuestra economía en un entorno global condicionado por la guerra de Ucrania y los efectos económicos que se han desatado y que inyectan toneladas de incertidumbre extra.
El cuidado del estudio en el tratamiento de datos, en su expresión, la cautela en sus predicciones es una prueba clara de la necesidad de no jugar con los datos, sino respetarlos y entender que detrás de un dato hay una persona que lo maneja y lo interpreta.
¿Cómo no va a haber indignación entre quienes amamos la economía ante el atropello del INE?
¿Cómo no va a haber indignación entre quienes amamos la economía ante el atropello del INE? No nos pilla de nuevas. Ya han tenido lo suyo con el Banco de España, otro organismo que debería estar al servicio de los ciudadanos y no de los partidos políticos.
La desconfianza hacia la fiabilidad de las estadísticas económicas no es nueva. El mismo Adam Smith, hombre culto y entre cuyos amigos se contaban especialistas como Alexander Webster, uno de los mejores estadísticos de la época, es un buen ejemplo. Webster destacó por realizar el censo de Escocia más completo de entonces.
Adam Smith le contaba en una carta a Georges Chalmers que, poco antes de morir, Webster le confesó que los resultados de su investigación, a la que había dedicado muchos años de su vida, estaban severamente equivocados. Smith le comentaba a Chalmers: "No tengo una gran confianza en la Aritmética Política". Smith dudaba de la fiabilidad de las estadísticas de la época con razón, porque eran realmente bastante pobres.
Pero la postura más clara acerca del problema de las estadísticas la encontramos en el economista francés Jean Baptiste Say.
Say había comprobado cómo la burocracia y la estadística eran complementarias, debido a que el Estado francés había justificado varias políticas intervencionistas apoyándose en el cálculo estadístico.
En el Traité d'Économie Politique (1803) declaraba: "El ver que no ha habido ninguna empresa detestable que no haya sido apoyada y determinada mediante cálculos aritméticos, me lleva a pensar que es en sus números donde está la ruina del Estado”.
¿Cómo fiarse de las políticas emprendidas a partir de estadísticas si han sido manipuladas en favor del príncipe y para dar bases a reglas de conductas y ofrecer suposiciones como si fueran verdades? Pues eso me pregunto yo.