Inflación, inflación...
La pérdida de poder adquisitivo será una realidad para una gran masa de asalariados.
En un hipotético mundo sin dinero, basado en el trueque, la inflación no puede existir. El incremento de precios de un bien implicaría automáticamente la reducción del precio del bien con que se intercambia. Es por ello que Milton Friedman consideraba que, en el largo plazo, la inflación sostenida era siempre un fenómeno monetario, fenómeno que tardaba varios años en cristalizar y era consecuencia de un incremento de la cantidad de dinero en circulación en una economía por encima de su crecimiento económico real, siendo este un factor difícil de modificar porque es dependiente del capital físico y humano disponible en un país, junto a la tecnología utilizada para combinarlos de forma adecuada.
Ahora bien, es bueno recordar que, cuando la producción de un país está por debajo de su nivel potencial, el incremento de la cantidad de dinero no tiene por qué producir inflación y lo mismo pasa si los agentes económicos deciden atesorar la provisión de dinero incremental en vez de gastarlo.
A partir de los años 80 el mundo inició un proceso de desinflación, proceso vigente hasta nuestros días. Esta dinámica ha generado un profundo debate entre los economistas acerca del incremento generalizado de los precios de una economía, lo que se entiende como inflación. Muchos de ellos vaticinaron en su momento que la inflación había muerto y ya no volvería a ser un problema, dado que los bancos centrales entendían la naturaleza del problema mismo y no volverían a repetir los errores de un pasado ya lejano.
A raíz de las medidas monetarias extraordinarias introducidas durante la pandemia, un grupo reducido de economistas empezó a considerar que la tendencia de los últimos años iba a cambiar y que estábamos en la antesala de una nueva era de inflación. ¿Han acertado estos economistas?
¿Será transitoria esta inflación, como argumentan las principales autoridades monetarias?
En la actualidad estamos viendo registros de precios inéditos desde la Gran Crisis Financiera, como consecuencia de la recuperación de la demanda reprimida por la pandemia, después de haberse evitado un shock de demanda gracias al despliegue de un arsenal de medidas monetarias y fiscales sin precedentes, que se combina con un shock de oferta por la disrupción de las cadenas de producción al desincronizarse los confinamientos de los distintos países y destruirse parcialmente el tejido productivo más pequeño y, por ende, vulnerable.
¿Será transitoria esta inflación, como argumentan las principales autoridades monetarias? Los bancos centrales se encuentran sumidos en un importante dilema. Este dilema se produce siempre que la economía se da de bruces con un shock de oferta, como es el escenario presente. De hecho, muchos bancos centrales son contrarios a acometer restricciones monetarias ante una inflación con origen en un shock de oferta.
Así sucedió en el año 2008, cuando Bernanke no subió tipos de interés como consecuencia del incremento de los precios del petróleo, justo lo contrario que, erróneamente como se confirmó con posterioridad, hizo el BCE. En el momento actual el problema es diferente porque ya hay una inyección monetaria sin precedentes realizada con anterioridad y no se habla de implementar medidas monetarias restrictivas, sino de empezar a neutralizar la expansión desplegada.
Destejer la red de seguridad monetaria, una vez que la demanda se ha recuperado, y, por tanto, contrarrestar la inflación que estamos viendo, implicaría menor crecimiento económico y menor generación de empleo, elevando el riesgo de abocar a las principales economías a una recesión. No hacerlo, conllevaría la amenaza de otorgar a la inflación un carácter más estructural, porque cuánto más tarden en actuar los bancos centrales, más probabilidad hay de entrar en una espiral precios-salarios que conlleve consecuencias más negativas a largo plazo.
La pregunta que puede hacerse la gente es: ¿por qué es tan mala la inflación? Si estuviésemos en un mundo donde todo estuviese ligado a esta variable, ¿no debería darnos igual? En ese caso, no estaríamos empobreciéndonos, ¿verdad?
La realidad es que no todo está ligado a la inflación. En la práctica, el incremento de los salarios depende de cada convenio y, por tanto, no hay obligación de aplicar el IPC de manera automática, salvo que ese convenio establezca una cláusula de revisión salarial. Por tanto, la pérdida de poder adquisitivo será una realidad para una gran masa de asalariados.
Destejer la red de seguridad monetaria, una vez que la demanda se ha recuperado, y, por tanto, contrarrestar la inflación que estamos viendo, implicaría menor crecimiento económico y menor generación de empleo
Aunque todo estuviese ligado a la inflación, seguiría siendo un fenómeno muy negativo. En una economía de mercado, los precios son su faro y, por tanto, el de la economía global en su conjunto. Toda la información necesaria está sintetizada en éstos, mandando una información clara con un incentivo aparejado. Como decía Hayek, "el mercado resuelve el ingente problema de la asignación de recursos escasos concentrando la información sobre los usos de todos los bienes afectos en una economía en una sola referencia, el precio de mercado".
En general, políticos y consumidores no suelen entender bien el mecanismo de los precios. Por ejemplo, después de un desastre natural es habitual ver incrementos de precios en algunos bienes (generadores, sierras, madera, etc.), los más demandados por las circunstancias en un momento determinado. Pero no tardan en llegar las quejas de los consumidores, lo que lleva a los políticos a valorar el establecimiento de controles de precios. Esto se produjo, por ejemplo, al inicio de la pandemia con el precio de las mascarillas.
Pero, en esencia, el significado es mucho más simple. Ese incremento es un faro con un incentivo, "hoy necesitamos producir más de este bien a costa de otros". Con el tiempo, el incentivo del precio hará que se destinen más recursos a producir ese bien, sacrificando otros, y se acabarán satisfaciendo las necesidades del consumidor, propiciando que los precios terminen bajando. Esto no se produciría si se estableciesen precios mínimos.
Cuando la inflación se dispara es más difícil para los agentes económicos discernir si el incremento de precios es consecuencia de una mayor demanda real en la economía o si se trata de un fenómeno monetario no respaldado por demanda real. A partir de ahí, la asignación de recursos en la economía empieza a funcionar peor.
Por tanto, la inflación es el "gran peligro" porque implica una economía disfuncional y un empobrecimiento general de la población. Aunque también hay grandes beneficiarios, los agentes endeudados, entre ellos uno muy importante… los Estados.
Estando los bancos centrales en una situación complicada por todo lo comentado, a la vista de los datos contemporáneos que estamos conociendo, no deberían tardar mucho en empezar a retirar las medidas extraordinarias de estímulo implementadas, con independencia del riesgo, no muy probable a día de hoy, de precipitar una nueva recesión. Lo contrario implicaría posibilitar una inflación estructural con unos tipos de interés por debajo de la racionalidad económica, escenario que, en el largo plazo, sería mucho peor. Esta segunda opción sería el síntoma de una economía enferma.
Esperemos que la retirada gradual de estas medidas no se demore mucho y sea absorbida de manera adecuada por la economía e imposibilite entrar en una espiral inflacionista.
**Pedro Mas Ciordia es director general de Santander Private Banking Gestión.