El filósofo Georg Wilhelm Friedrich Hegel hubiera sido feliz en estos tiempos, de haberlos conocido. De manera inesperada, todo se está convirtiendo en su contrario. La recuperación económica, que caminaba a un ritmo explosivo, está sufriendo un claro desfallecimiento.
Los partidarios más conspicuos de la “Agenda Verde” están quemando carbón como si de los tiempos de la primera revolución industrial se tratara. Los costes de fletar contenedores por vía marítima pasan en dos días de estar por las nubes a reconducirse a lo que serían precios medio normales.
Los países que lideraban el desarrollo económico hace cincuenta años han entregado su estrategia industrial y geopolítica a sus enemigos declarados, y solo están esperando que la benevolencia de éstos o la necesidad de un mercado al que vender sus productos les haga olvidar sus ambiciones imperiales. Y así sucesivamente.
Hasta el partido político que gobierna en España, y que tiene su 40 congreso dentro de pocos días, ha decidido (a juzgar por lo que dicen los medios de comunicación) entregar su fortuna a la que es la Némesis de quien lo lidera, obcecados con triturar a quien ya les ha demostrado que sale siempre fortalecida de cualquiera de los choques que han mantenido con ella.
Parece que es como si quisieran celebrar, profundizando en el error, una efemérides que les resultó nefasta: el primer aniversario del primer y único estado de alarma dirigido exclusivamente contra el gobierno de una comunidad autónoma, la de Madrid (recuérdese que este puente espléndido del Pilar lo estaban celebrando los madrileños hace un año bien recogidos y aislados dentro de su ciudad, sin el alegre desparrame por la geografía patria al que estamos asistiendo en estos días).
La expansión económica que se devora a sí misma avanza a buen ritmo y, en EEUU, puede que esté ya rozando el crecimiento cero. Parece exagerado, y es que lo es. Al menos según la estimación que hace el Servicio de Estudios de la Reserva Federal de Atlanta (con su método de cálculo, conocido como “PIB Ahora”) y que sitúa el crecimiento del PIB USA para el tercer trimestre en 1,3%. Pero hay que tener en cuenta que este es un dato anualizado (según la costumbre americana de expresarlo de esa manera, cosa que no se hace en Europa) por lo que el crecimiento sin anualizar se quedaría, de ser acertada la estimación, en un 0,32% trimestral.
El crecimiento económico en China se está debilitando también y debido a los problemas de suministro eléctrico (complicado por los brotes de la COVID-19 en algunos puntos del país) hay empresas que han decidido parar. Y
si China para las máquinas (dicho sea de forma colorista) siquiera sea parcial y temporalmente, como no hay “nada” que exportar, no hay nada con que rellenar los contenedores, lo que lleva a que el coste de los fletes para algunos plazos y rutas se derrumbe. Así, el índice Harpex, que sigue la evolución de esos costes, se ha estancado desde hace tres semanas mientras que el precio al contado de enviar lo más rápidamente posible un contenedor de 40 pies (12 metros) desde China a Los Ángeles ha caído a la mitad en apenas unos días.
De modo que la subida estruendosa de los costes de enviar contenedores por mar se ha transformado en el fenómeno asombroso de verlos caer sin apenas solución de continuidad.
Alemania, el país con el partido verde más poderoso de Occidente (y con un gobierno de coalición en trámite de negociación, en el que ese mismo partido verde podría jugar un papel decisivo) está expulsando en este momento a la atmósfera más gases de efecto invernadero de lo que lo había hecho en ningún momento de los últimos treinta años.
Mientras, en California, otro ejemplo paradigmático de lo que es una Agenda Verde avanzada, el gobernador Gavin Newsom ha pedido a las empresas que tienen generadores propios de electricidad que no se corten en quemar todo el diésel que haga falta en los momentos en que, de lo contrario, habría que proceder a restricciones en el suministro eléctrico.
De modo que los más fanáticos adversarios de la energía nuclear y de los combustibles fósiles se ven obligados a echar mano de éstos últimos por no haber previsto que la transición a las energías renovables sería muy cara y muy difícil de alcanzar sin una energía limpia de la que echar mano en las situaciones apuradas como la actual. Los contribuyentes van a ser conscientes por primera vez de que son ellos quienes van a pagar esa factura y las consecuencias de la imprevisión.
Todo esto en medio de una crisis alarmante de las viejas geoestrategias en que se ve a Alemania (y al resto de Europa) temblando porque se avecina un invierno en el que el suministro del gas ruso podría convertirse en un arma de presión (por decirlo suavemente) en manos de Putin. A la vez, desde EEUU se observa con aprensión creciente los vuelos militares de la aviación china haciendo incursiones cada vez más agresivas en el espacio aéreo de Taiwán.
Y no es que se trate solo, con ser gravísimo, de que un eventual ataque del ejército chino a Taiwán pudiera ser un “casus belli” entre EEUU y China, sino que, en un momento en el que la carencia de microchips está ralentizando el crecimiento económico mundial, poco se recuerda que buena parte de las importaciones occidentales de ese componente clave en el día a día de las industrias y servicios, así como de los individuos y las familias, proceden de Taiwán.
Allí están algunos de los mayores fabricantes: TSMC (la que tiene los nodos tecnológicos más avanzados), United Microelectronics Corp., etc.
No solo Hegel sería feliz en estos tiempos a la vista de las contradicciones que afectan al globo en general y a los países occidentales en particular, también un discípulo aventajado suyo, Vladímir Ilich Uliánov, alias Lenin, estaría complacido viendo cómo uno de sus pronósticos más ferozmente expresados, se convertía en realidad: “el último capitalista nos venderá la soga con la que le ahorcaremos”.
Pero, para seguir siendo dialécticos y hegelianos, hasta esa frase habría que adaptarla y ponerla del revés: “el último capitalista se ahorcará él solo con el último microchip que le hayamos vendido”.
O, mejor dicho, con el siguiente microchip que no queramos venderle. Que, en el caso de Europa, tendrá su propia versión, procedente de la mismísima Rusia: “… se ahorcará él solo con el gas que no querremos suministrarle”.
Pero ¿suena todo esto verosímil? Bastante poco, dado que ni China ni Rusia pueden pasarse mucho tiempo sin vender sus productos a Occidente (ahora los “vendedores de sogas” son ellos) a menos que una de las dos, o ambas, también le den la vuelta al dicho bíblico de “¡muera yo Sansón y, conmigo, todos los filisteos!”
Sin embargo, hay ya un toque de clarín en Occidente que le forzará a tomar medidas en esta guerra fría de baja intensidad en que estamos metidos. Entre las alarmas que están sonando, la más inmediata y de efectos electoralmente deletéreos para los gobiernos es la que está cuestionando el objetivo de “emisiones netas cero para el año 2050” en un momento en que las expectativas de crecimiento para los próximos años se van rebajando poco a poco.
Lo expresaba de manera muy dramática y concentrada hace unos días en el periódico Asia Times su colaborador David P. Goldman: “El pensamiento mágico de la Agenda Verde financiada por interminables cantidades de dinero creado de la nada irá seguido de una desagradable resaca. Los tipos de interés subirán y la burbuja de los activos estallará”.
Hegel lo dijo de manera aún más drástica, general y sintética: ¡Todo lo que existe, merece perecer!