Si hace unos días el economista Nouriel Roubini advertía contra una estanflación que él prevé podría llegar similar a la de los años setenta del siglo pasado, ahora es el profesor de Harvad, y antiguo jefe económico del FMI, Kenneth Rogoff, el que realiza la misma comparación temporal.
Todo esto antes de ver la sesión en los mercados financieros de este martes, en el que esos miedos llegaron a los inversores, con máximos de precios energéticos que pueden empujar aún más arriba la inflación, y una percepción de ralentización en el crecimiento que motivó que el Ibex, por ejemplo, se desplomara un 2,59%.
Este martes se vieron máximos de tres años del precio del crudo y de ocho años del gas natural, lo que llevó a que la rentabilidad de la deuda subiera a máximos de tres meses puesto que se teme que esta situación lleve a los bancos centrales a, primero, retirar estímulos y, después, acabar subiendo los tipos de interés.
A esto hay que sumar el miedo a un desabastecimiento energético, la posible quiebra de Evergrande, el techo de deuda en los EEUU, la falta de liderazgo en Alemania...
Un cóctel explosivo de expectativas y realidades que, como hoy mismo vemos en España con el récord del precio de la luz, cada día parece más palpable para el ciudadano corriente.
Lo que dice Rogoff
En un tono menos hiperbólico que el de Roubini, Rogoff va incluso más allá de lo económico y entra en lo geopolítico, estableciendo un paralelismo entre la salida de los Estados Unidos de Afganistán de 2021 con la retirada de Vietnam de 1973:
“Estados Unidos sufre una derrota humillante a manos de un adversario mucho más débil, pero mucho más decidido (Vietnam del Norte entonces, los talibanes hoy)”.
Y apunta: “¿Un período sostenido de alta inflación se ha vuelto mucho más factible? Hasta hace poco, habría dicho que las probabilidades estaban claramente en contra. Hoy, no estoy tan seguro”.
Él mismo reconoce que “la larga lista de similitudes entre los años 1970 y hoy es inquietante”. En el frente económico, cita que la economía global sufre una desaceleración prolongada de la productividad, como entonces.
Y añade: “La economía global sufrió un gigantesco shock de oferta en los años 1970, cuando los países de Oriente Medio aumentaron masivamente el precio del petróleo que le cobraban al resto del mundo.
Hoy, el proteccionismo y un retroceso de las cadenas de suministro globales constituye un shock de oferta negativo de iguales consecuencias".
También habla del enorme gasto público (tan similar a la situación actual): “Los aumentos del gasto surgieron en parte de los programas sociales de Lyndon B. Johnson en los años 1960, y luego fueron amplificados por el creciente costo de la Guerra de Vietnam. Primero Johnson y después Nixon eran reacios a aumentar los impuestos para cubrir estos costos. Temían una pérdida de respaldo político".
Esto lo relaciona con la suma de los recortes impositivos de Trump primero más los gastos asistenciales después provocados por la pandemia y, en la actualidad, con los planes de Biden de expandir la red de seguridad social… todo “ha afectado fuertemente el presupuesto federal”.
Problemas actuales
Rogoff cita los desafíos que implica mantener a las poblaciones que envejecen se han vuelto mucho más difíciles en las últimas cinco décadas:
“Los planes de pensiones públicas infra-financiados probablemente sean una amenaza mucho mayor cuantitativamente para la solvencia del presupuesto gubernamental que la deuda”.
También cita la importancia de la desigualdad en el debate político y añade: “Confrontar el cambio climático y otras amenazas ambientales, casi con certeza, ejercerá una presión adicional en los presupuestos y ralentizará el crecimiento.”
Cree que el marcado incremento de las deudas gubernamentales inevitablemente hará que a los bancos centrales les resulte más doloroso desde un punto de vista político aumentar las tasas de interés nominales si las tasas reales globales empiezan a subir.
La deuda privada, que también se ha disparado durante la pandemia, quizá sea un problema aún mayor: “Si hubiera incumplimientos de pago privados generalizados, tendrían un enorme impacto fiscal como consecuencia de una menor recaudación impositiva y costos más elevados de la red de seguridad social.”
Menos pesimista que Roubini
Rogoff muestra más fe que Roubini en la labor actual de los bancos centrales: “Las tasas de interés reales ultrabajas de hoy a nivel global ofrecen a los gobiernos de los países ricos mucho más espacio para tener déficits del que tenían en los años 1970”.
Y añade un punto optimista: “Recordemos que luego de los años 1970 vinieron los años 1980 y 1990, y un gran resurgimiento del crecimiento en las economías avanzadas, aun si no fue tan inclusivo como habrían querido los responsables de las políticas”.
Aunque luego apunta: “Pero sucede que para los años 2030 falta mucho.”
Qué pasó en los setenta
Antes que ambos, en mayo, Stephen S. Roach, miembro de la facultad de la Universidad de Yale y ex presidente de Morgan Stanley Asia, ya realizó la misma comparación.
Él contó cómo en 1973, cuando los precios del petróleo de EEUU se cuadriplicaron luego del embargo de petróleo de la OPEP a raíz de la guerra de Yom Kippur de 1973, el entonces presidente de la Fed, Arthur Burns, decidió que no tenía nada que ver con la política monetaria, la Fed debería excluir el petróleo y los productos relacionados con la energía (como el petróleo para calefacción doméstica). y electricidad) del índice de precios al consumidor.
Luego vino el aumento de los precios de los alimentos, que Burns supuso en 1973 se debía a un clima inusual. Así pues, obvió de golpe dos factores que suponían el 11 y el 25% del total del IPC estadounidense. Y siguió despreciando el riesgo de inflación. “La política monetaria necesitaba centrarse en tendencias inflacionarias subyacentes más estables”, argumentó Burns, que estuvo en el cargo hasta 1978.
En cierto sentido, se parece a lo ahora hace la Fed insistiendo en que los recientes aumentos en los precios de los alimentos, los materiales de construcción, los automóviles usados, los productos de salud personal, la gasolina, el alquiler de automóviles, los electrodomésticos, la escasez de mano de obra dispersa, el aumento de los precios de las viviendas… reflejan factores transitorios que desaparecerán rápidamente con la normalización pospandémica.
En concreto la tasa del IPC se disparó de 2,7% en junio de 1972 a un récord de 14,8% en marzo de 1980. Incluso la tasa de inflación subyacente (es decir, la tasa sin alimentos ni energía) saltó de 3% a 13% durante este período.
Comparación forzada
Es cierto que en los 70 la Fed ignoró las noticias inflacionarias, y que creyó que eran temporales, como ahora. Pero el factor clave entonces fue que el precio del petróleo se multiplicó por 11 de comienzos a final de esa década, mientras que en la actualidad simplemente está volviendo a precios que, si bien doblan los de los mínimos de 2020, son similares a los de los últimos años.
Hay riesgos inflacionarios pero también una economía globalizada y más tecnológica que lleva años presionando los precios a la baja. Y es cierto que los citados riesgos son más coyunturales que estructurales.
Probablemente la actual situación no sea comparable a ninguna anterior ya que nunca ha habido tanta deuda y nunca se ha dependido tanto de la política de los bancos centrales para poder afrontarla.
De ahí que ocurra algo tan sorprendente como convivir con tipos de interés negativos e IPCs que superan por mucho el 2% marcado como objetivo por los constructores de la actual política monetaria.