Políticamente los lazos entre Cataluña y el resto de España están rotos. Sin embargo, empresarialmente, siguen siendo estrechos. Así lo cree el presidente de los empresarios madrileños, Juan Pablo Lázaro, quien se reconoce un “enamorado” de Cataluña.
Vivió allí durante cinco años mientras presidía Agbar Global Market, y aprovechó para estudiar catalán. Ahora vive en Madrid, pero viaja con frecuencia para visitar las sedes de su empresa en la región. ¿La última? El día antes de recibir a EL ESPAÑOL.
Una visita rápida que le sirvió para reafirmar la “preocupación” que existe entre muchos catalanes ante la deriva nacionalista. Está convencido de que en esto de la independencia “hay mucho desconocimiento”. Como prueba un botón: su madre le dijo que tuviera cuidado ante la situación que se vive en Cataluña. ¿Su respuesta? “No pasa nada. Allí la gente hace su vida normalmente. La vida en los polígonos es otra cosa”.
¿Hemos llegado a un punto de no retorno entre España y Cataluña?
Creo que todavía hay tiempo para encontrar una solución. Es verdad que la desafección en Cataluña ha aumentado en los últimos años en una parte de la sociedad, y habrá que estudiar por qué ha ocurrido. Habrá que analizar sensibilidades y buscar fórmulas, pero serán más emocionales y afectivas que otra cosa.
De lo que se trata es que el día 2 empiecen a restituirse los puentes que se han roto. En buena medida tendremos que ayudar a Cataluña a que se sientan queridos otra vez, a que entiendan que son una parte importante de España. Y en ello hay que trabajar.
Eso sí, dejando claro que la solución no pasa por dar más a unos que a otros. Y sabiendo que el problema de Cataluña no es de Cataluña; es el problema de España y de la Unión Europea.
¿Cuáles deben ser los pilares de esos puentes?
Los empresarios lo hacemos a diario. Nos sometemos al escrutinio de nuestros clientes en un mundo en el que no hay fronteras físicas, ni regionales, ni autonómicas. Eso es algo que hay que entender. Vivimos en un mundo globalizado.
Para que eso ocurra es necesario que se cree un marco institucional de negociación, y generar puntos de encuentro entre ambas partes.
El problema de Cataluña no es de Cataluña; es el problema de España y Europa
¿Aunque eso conlleve cambios en la Constitución?
El papel de los empresarios no es el de hablar desde el punto de vista político. La Junta Directiva de CEOE lo dejó muy claro la semana pasada. No se habló de nada que no fuera economía. Nosotros tenemos que hablar desde el punto de vista económico.
Cualquier cambio que suponga aumentar la ruptura del mercado supone un problema de competitividad tremendo. Lejos de separar, dividir y crear fronteras, hay que unirse a nivel nacional, europeo y global. Y, sobre todo, tener claro que los impuestos los pagan las personas y no los territorios.
Pero la puerta a la reforma constitucional la ha abierto el presidente de la CEOE, Juan Rosell.
El comunicado de CEOE fue muy claro respecto a lo que hay que hacer. No se aprobó nada que hablara de cambios en la Constitución. Lo que diga cada persona individualmente no puede representar la opinión de la organización.
Le diré más. Soy un gran defensor de Foment del Treball. Allí se fundó CEOE, y cuando estás allí te das cuenta del peso empresarial que tiene la sociedad catalana. Ves que existen distintas formas de pensar. Pero al final, nosotros representamos a la CEOE.
La patronal CEOE no dice nada que tenga que ver con reformas de la Constitución porque no es nuestra labor.
Cataluña ha sido, tradicionalmente, un pueblo con una fuerte trayectoria empresarial e industrial. ¿Cómo es posible que el pueblo de ‘la pela es la pela’ haya tomado una deriva tan anticapitalista como esta?
Influyen varios factores. El primero: la crisis, que ha sido un acelerador del descontento. No se han puesto las bases para que no vuelva a repetirse, y sus consecuencias las pagarán nuestro nietos.
Los efectos de la crisis se han notado, sobre todo, en la clase media, que actúa como un estabilizador del sistema. Cuando éste se desinfla, cuidado con lo que puede ocurrir.
A eso hay que sumarle el cambio tecnológico, que ha dejado fuera del sistema a mucha gente. Y también el desacoplamiento de los emergentes. Ahora hay clase media en Brasil, China… Es el efecto de la globalización, que ha hecho que la radicalidad haya aumentado en algunos segmentos de la población.
Esos serían causas racionales. Sin embargo, decía usted antes que tenemos que actuar en el plano emocional.
Es que una vez que se dejan de analizar las cosas racionalmente la cosa se complica. Si entran las emociones –como ha ocurrido- ya no manda el cerebro.
En España no existe el anti catalanismo. Ni tampoco anti españolismo en Cataluña. Son estereotipos que se han vendido. La realidad en los polígonos es totalmente distinta: la gente se levanta, trabaja, habla…
Y ahora, en Cataluña, mucha gente está muy preocupada por lo que puede ocurrir si la independencia sale adelante. Se lo digo porque ayer estuve allí.
La independencia de Cataluña sería nefasta, no somos el único país para invertir.
¿No le parece que han tardado ustedes mucho en posicionarse?
En absoluto. En CEIM tenemos el mismo mensaje desde hace dos años. Lo primero, es que Cataluña es una región muy querida por todos los españoles. Lo segundo, es que una parte no puede decidir por el todo; y que futuras negociaciones que se puedan producir no pueden primar a unos sobre otros.
Ahora añadimos un punto más. La solidaridad con todos los empresarios catalanes, que lo están pasando mal, que están sufriendo, y que requieren ser apoyados.
Sí, pero precisamente por ese apoyo que muestra a los empresarios catalanes, había muchas voces internas –sobre todo en CEOE- que reclamaban una postura contundente desde hace semanas.
Nuestro deber no es el de hablar de política. Nuestra obligación, como empresarios, es explicarle a la gente las consecuencias que pueden tener una ruptura.
Lo que hay que tener claro es que la independencia sería mala para España, y nefasta para Cataluña. Lo dicen todos los datos: la balanza comercial, la deuda que tendría Cataluña independiente, la imposibilidad de acceder a la financiación.
Y además, hay que decirle a la gente que Cataluña vende más a Cantabria que Estados Unidos; a Madrid que al Reino Unido. Y así sucesivamente.
¿Y qué otras consecuencias puede tener?
Hasta ahora no ha habido grandes deslocalizaciones, pero habrá muchas empresas que digan que se marchan.
Además, hay muchísimas más esperando a ver qué sucede. Una independencia no son buenas noticias. Y muchas veces las decisiones no son tan analíticas como parece. Las cosas son mucho más simples. Hay que tener claro que no somos el único país para invertir, y la empresa va donde menos pegas le ponen.
Por ejemplo, con el Brexit –que ya es una realidad- dicen que si tienen que elegir entre un mercado de 65 millones u otro de 500 millones, se quedan con el grande. Si esto lo trasladas a Cataluña, es lo mismo: si hay que elegir entre un mercado de siete millones u otro de 500 millones, las empresas se quedan con la Unión Europea.
Sin embargo, los mercados por ahora están tranquilos. Incluso hay quien cree que el Ibex iría mucho mejor sin la incertidumbre de Cataluña.
Los mercados no han descontado nada porque creen que estamos ante un proceso inverosímil. No le dan credibilidad. Yo creo que les preocupan más otras cosas como Corea del Norte. Pero también es verdad que muchas veces se equivocan.
¿Podría ir mejor? Eso son expectativas y es muy complicado medirlo. ¿Podría ser? Pues a lo mejor, pero quién sabe.
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