Septiembre de 2013. En primera ronda, tras un desempate con Estambul, Madrid queda eliminada para organizar los Juegos Olímpicos de 2020. La elegida, finalmente, es Tokio. Para los españoles, será la elección fallida del ‘relaxing cup of café con leche in Plaza Mayor’. Para los japoneses, la alegría de aquel día ha dado lugar a lo más parecido al hundimiento del Titanic económico.
“Madrid es la base financiera más razonable y responsable en la historia olímpica reciente. El 80% de las inversiones ya están realizadas. Lo poco que queda está plenamente garantizado por el Gobierno”, dijo el entonces presidente Mariano Rajoy. El todavía príncipe Felipe, Juan Antonio Samaranch hijo, Alejandro Blanco y, como no, Ana Botella, también tomaron la palabra.
La inversión madrileña ascendía a 1.940 millones de dólares (1.515 millones de euros). Cantidad a la que habría que sumar otros 192 millones de dólares (150 millones de euros), de gastos en operaciones. El presidente del COI, Jacques Rogge, lanzó un cubo de agua fría sobre sus cabezas al anunciar que Madrid quedaba fuera a las primeras de cambio. Con el paso del tiempo, los escalofríos recorren el cuerpo de los organizadores nipones.
Sobrecoste millonario
Queda poco más de un mes para que arranquen los Juegos Olímpicos. Y los números al final serán rojos. La inversión de Tokio era infinitamente mayor que la de Madrid: 12.300 millones de dólares (10.340 millones de euros). Son los datos que dieron los organizadores al ser nominados. Eso sin contar algunas pruebas que se desplazaban a Sapporo, como la maratón y la marcha.
Solo el estadio olímpico costó 1.400 millones de dólares (1.180 millones de euros). Es decir, casi lo mismo que toda la inversión de Madrid 2020. La diferencia estriba en que la mayoría de las infraestructuras ya estaban construidas. Trasladar la cita de Tokio un año ha incrementado la factura hasta 15.400 millones de dólares (12.950 millones de euros). Según los organizadores, 1.900 millones de dólares más (1.597 millones de euros) por alargar el alquiler de las sedes y gastos laborales derivados, y 930 millones de dólares (782 millones de euros) por medidas de prevención ante la pandemia.
Para hacer frente a este sobrecoste, los organizadores pidieron ayuda a los patrocinadores. Algunos de ellos incluso ya se han mostrado reticentes a que se celebren los Juegos, pidiendo un nuevo aplazamiento, como Toyota, o la cervecera nipona Asahi. Sin público extranjero, no les salen las cuentas. La inversión de los sponsors, de 2.700 millones de euros, se tambalea.
Además, a las cifras antes reseñadas hay que añadir la inversión en infraestructuras, y la construcción de recintos e instalaciones turísticas. Todo tenía que estar perfecto para acoger a los 90 millones de visitantes que esperaba el país. Un público que no llegará debido a las medidas de contención del coronavirus. Se volatilizan los 800 millones de euros estimados en venta de tiques.
Grandes pérdidas
Varios son los estudios sobre las pérdidas que supondrá para Japón la celebración de los Juegos. Los más pesimistas, los que han hecho cuentas pensando en estadios vacíos de público, llegan a la cifra de 19.000 millones de euros. Otros reducen esa cantidad a 3.700 millones, eso sí, solo en gasto relacionado directamente con los juegos. Esa cifra no incluye la reducción de las actividades de marketing, la caída del gasto de los hogares o las actividades culturales paralelas.
Público, de haberlo, será solo japonés. Estadios con aforo reducido. Pero un porcentaje importante de la población está en contra. Por ejemplo, una iniciativa recogió más de 350.000 firmas pidiendo su cancelación. Iniciativa que también suscribe el Sindicato de Médicos. El sentimiento antiolímpico ha cuajado.
Luces y sombras
Desde que el barón Pierre de Coubertin dio el pistoletazo de salida a los Juegos Olímpicos, tal y como los conocemos hoy, allá por 1896, más de 60 ciudades han corrido con su organización. Algunas, incluso, han repetido. Son los casos de Londres, París, Atenas y Los Ángeles. Tokio será la siguiente. Pero no siempre ser elegido ha sido sinónimo de éxito.
En algunas ocasiones, y el caso más claro es Barcelona, ser sede de una Olimpiada es sinónimo de éxito. De poner a la ciudad en el mapa. De proyectarla a nivel mundial. También acarrea mejores infraestructuras. Organizar los Juegos Olímpicos de Barcelona 92 costó 6.730 millones de euros. El impacto económico fue de 18.680 millones de euros.
Aunque también puede ser un batacazo de órdago. Uno de los casos más flagrantes fue Montreal 76. Siempre serán recordados por el gran público por el ejercicio impecable de la rumana Nadia Comaneci. Por vez primera en la historia, una gimnasta conseguía un 10 en su ejercicio. Eso, en el lado positivo. Porque, en el negativo, a quienes no se les olvidaron fue a los habitantes de la región de Montreal.
Ni más ni menos que tres décadas estuvieron pagando la deuda final (2.700 millones de dólares de entonces), los intereses y la finalización de algunas instalaciones. Lo hicieron pagando una serie de impuestos especiales en las bebidas alcohólicas y el tabaco. El fallo estuvo en que los ingresos privados del comité organizador solo sumaron un 5% de los fondos requeridos (de ahí la importancia de los sponsors).
La televisión gana
Pero, para deuda, la de Atenas 2004: 7.000 millones de euros. En su caso, la falta de acuerdo político fue una traba a su desarrollo. Por no hablar de la construcción de grandes pabellones que luego quedaron durmiendo el sueño de los justos. El presupuesto final superó en 11.000 millones de dólares (9.250 millones de euros) las cifras inicialmente previstas.
En el otro lado de la balanza, Los Ángeles 84 consiguió una ganancia de 215 millones de dólares (180 millones de euros); Moscú 80 tuvo un beneficio de 88 millones de dólares (74 millones de euros), y Londres 2012 llegó a los 2.600 millones de dólares (2.200 millones de euros).
El 23 de julio, si nada lo impide, arrancarán finalmente los Juegos Olímpicos de Tokio. Viendo el vaso medio lleno, quienes pueden ser los grandes beneficiados de esta situación serán las televisiones. Con las alas cortadas de los viajes, los fanáticos del deporte aprovecharán para ver las diferentes competiciones desde casa. Y eso también lo pueden aprovechar marcas nacionales de cada país para promocionarse en la ‘caja tonta’. Siempre y cuando no se sigan cayendo deportistas, como Rafa Nadal.