Esta semana se celebró el 8-M, el Día de la Mujer, fecha señalada en el calendario para reivindicar la igualdad de género en todos los planos de nuestra vida. Un día, tan sólo un día, para representar tamaño ideal, cuando la acción debe perseguirse jornada tras jornada en cada pequeño gesto y en cada agigantado paso.
En Disruptores e Innovadores preparamos por esta ocasión un especial muy ambicioso con el que llamar la atención sobre este tema, como cada año, al igual que lo hacemos por el 11-F (Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia). Esta vez, con un potentísimo diálogo entre la joven Valeria Corrales (ValPat) y Conchita Polo (Maximiliana), de 80 años, para mostrar que la innovación y el emprendimiento no sólo no entienden de género, sino tampoco de edad. Al mismo tiempo, hicimos un notorio despliegue de datos para exponer las cinco dimensiones que explican la desigualdad en el sector digital.
Pero como decía, esto es una carrera de fondo y no un ejercicio de fuegos de artificio una vez al año, como si de unas fiestas patronales se tratase. En ocasiones me encuentro, e incluso he tenido que contenerme en persona en debates públicos, con responsables de otros medios de comunicación que defienden a capa y espada los mayores esloganes feministas, cuando en sus plantillas hay una mayoría aplastante de hombres. E, incluso, que a renglón seguido despiden o penalizan a sus compañeras por tener hijos o querer conciliar su vida profesional y personal en una labor, la del periodismo, muy ingrata en estos casos.
Por ello, aquel dicho de que debemos predicar con el ejemplo se antoja como la mejor vía para alcanzar la noble meta de la igualdad. En D+I, y con orgullo digo que no ha sido nada buscado a propósito, contamos con mayoría aplastante de mujeres en nuestra plantilla, con grandísimas profesionales sin las que este medio no sería ni una décima parte de lo que es hoy. A ellas se honra el 8-M, sí, pero también el resto del calendario.
Y predicar con el ejemplo también nos obliga a resaltar que la innovación juega y ha de jugar un papel trascendental en esta lucha. Todos hemos oído los discursos políticos que pregonan cómo la tecnología rompe muchas barreras de entrada al acceder a profesiones de gran valor antaño restringidas a hombres. O cómo las habilidades de ellas -mayoría en carreras de marcado peso STEM, como matemáticas- pueden ser extraordinariamente útiles en el devenir de la digitalización.
Pero no hay nada como echar la vista atrás para comprobar que esto no es sólo un discurso muy conveniente, sino una receta que ya ha dado sus frutos en el pasado. La profesora Daniela Vidart, en un artículo publicado en la Revista de Estudios Económicos hace escaso un mes, analizaba cómo la electrificación en Estados Unidos entre 1880 y 1940 permitió que la participación laboral femenina creciera de forma notable (una cuarta parte del incremento de mujeres trabajadoras en esa época estaría íntimamente relacionado con este avance técnico) y que se redujeran las horas de producción doméstica a su cargo.
¿Podrán el despertar de la inteligencia artificial, la hiperconectividad e incluso la computación cuántica replicar este éxito? No cabe duda de que así será. La pregunta más pertinente es si estaremos dispuestos, como sociedad y como gobiernos, no sólo a aceptar esos cambios, sino a darles el impulso que tan urgentemente demandan.