Menos ego, más impacto
Y no lo digo yo, fue uno de los comentarios más aplaudidos de la jornada dicho por el renombrado economista y profesor de la Universidad de Nueva York, Nouriel Roubini, durante su intervención en el evento Green Accelerator en Davos.
Hace ya unos cuantos años que el discurso sobre la importancia de la inversión de impacto empezó a colarse en el Foro Económico Mundial. En un primer momento, se presentó como una oportunidad de inversión, alternativa de nicho, pero atractiva, con la intención de interpelar al tipo de público convocado en este foro tan particular. Una suerte de 'Caballo de Troya' en un contexto en el que la urgencia aún no se percibía tan apremiante, y la crisis climática no era algo de interés en el mundo de la inversión.
Davos es un lugar extraño en el que al llegar rápidamente entiendes que conviven dos mundos muy diferentes. Una hilera interminable de coches oficiales atasca la avenida principal, al tiempo que la sobredimensionada sección de sándwiches preparados del '24 horas' congrega a los jóvenes changemakers, CEOs de la próxima gran startup verde.
Llegar al pueblo más alto de Europa no es tarea fácil para los segundos, pero su presencia es vital. En un acontecimiento de difícil acceso, en el que se aglutina la élite económica mundial sin una clara intención de cuestionar (ni hablemos ya de cambiar) el statu quo, son las conversaciones entre los que nos movíamos a pie, que son la que me han hecho entender la importancia de estar.
En 2023 parece que los desafíos medioambientales, sociales y, por lo tanto, económicos, a los que nos enfrentamos a nivel planetario, forman parte oficial de la agenda, pero para cualquiera que esté familiarizado con los problemas del cambio climático resulta preocupante el tono en el que se habla acerca de la inversión de impacto.
En los escenarios principales se exponen tecnologías de captura de carbono, de creación de agua potable, de explotación para la conservación de las selvas..., pero extraña averiguar cómo muchas de estas iniciativas están intensamente respaldadas por las grandes potencias empresariales generadoras del problema en primera instancia, y que su crecimiento solo puede darse en un contexto en el que el problema al que responden permanezca.
Parece que se ha perdido de vista que antes de achicar agua, el primer paso debe ser cerrar el grifo. En otras palabras, centrarnos en curar la herida en lugar de ampliar el catálogo de torniquetes.
Después de haber asistido a interesantísimas charlas dimensionando la situación a la que nos enfrentamos para la supervivencia del planeta, y presentaciones de proyectos de impacto realmente innovadores, lo que queda claro es que la magnitud del desafío requiere inversión comprometida y audaz.
Como bien apuntó Jason Jay, director del Sustainability Initiative en el MIT Sloan, necesitamos capital catalizador que no espere al momento de subirse a la ola, sino que asuma la misión de crearla. Una ola con la fuerza de transformar el modelo que claramente no funciona y que se aleje de innovaciones enmascaradas que solo tienen sentido si las cosas siguen como están. Inversión paciente, que apueste por proyectos de largo recorrido, con ratios de retorno de la inversión inevitablemente más bajos en el corto plazo, pero con potencial de regeneración y transformación más alto.
Tal y como concluyó Gustavo Petro, presidente de Colombia, en su intervención el pasado miércoles, “el capitalismo que podría superar la crisis climática tendría que hacer unos cambios fundamentales en la manera de vivir, de existir y de hacer la política y el poder”.
Enfoque colectivo, colaboración, regeneración, prosperidad frente a crecimiento, honestidad, responsabilidad, son valores que deberían regir este nuevo sistema económico, siendo la inversión de impacto la que tiene la oportunidad de catalizar esta transformación.
Si bien este discurso no parece haber calado aún entre los pasajeros de la hilera de furgones negros amontonados en la entrada de los principales hoteles en Davos, una realidad muy diferente es la que compartimos en la estación junto al resto de jóvenes emprendedores, todos alojados a varios pueblos de distancia, compartiendo sandwiches y un profundo convencimiento de que el cambio viaja en tren y no en coche oficial.
*** Mariana Gramunt es CEO y cofundadora de T_NEUTRAL.