Permítanme que cierre esta temporada de 'La Serendipia' poniendo en tela de juicio otro de los binomios tan establecidos en nuestro imaginario colectivo y del que no somos ni tan siquiera conscientes para someterlo a juicio. Aunque he de reconocer, con cierto orgullo, que a lo largo de este año y medio largo de esta columna (y en sus antecesoras 'Mundanal Bit' y 'Actualizando', con las que ya sumaría más de cinco años de esta puntual y seguramente innecesaria opinión) ya hemos puesto este tema sobre la mesa en más de una ocasión.
Hablo, como no podría ser de otro modo, de la simbiosis entre digitalización y sostenibilidad, los dos 'niños mimados' de los fondos europeos de recuperación. Dos palabras que con tan sólo decirlas nos llenamos de orgullo, de ilusión por un futuro en el que la tecnología contribuya a configurar un modelo productivo menos dañino para nuestro planeta (y para nosotros mismos).
Pero, como suele decirse, no es oro todo lo que reluce. Y no, no nos referimos únicamente al impacto medioambiental de los centros de datos. La misma estructura o entendimiento que tenemos de la digitalización esconde trampas que debemos comprender, primero, y evitar, después.
Esta misma semana, y a raíz de un encuentro de la firma de análisis IDC, pudimos recabar algunas cifras preocupantes y pasadas por alto con demasiada frecuencia. Por ejemplo, que el 50% de los ordenadores y portátiles son pasados de manos entre empleados, lo que además de las implicaciones directas en materia de ciberseguridad, también significa que no se produce la ansiada renovación por equipos de mejor rendimiento energético.
Pero hay más (y peor): el 80% de la infraestructura tecnológica que sostiene nuestras vidas y empresas digitales es obsoleta. No es ningún secreto que seguimos manteniendo, en el corazón de las compañías, mucho 'legacy' que no sólo no es eficiente desde un punto de vista de sostenibilidad, sino que además "impide movernos a un entorno más flexible como pueda ser la nube".
La actitud de los CIO tampoco es precisamente coherente (o quizás su capacidad de acción esté limitada por otros menesteres, llamémosles presupuestos o lo que ustedes prefieran). Así se explica que, si bien el 72% de las empresas tienen la sostenibilidad como una prioridad de negocio, menos del 50% tiene políticas concretas para la reducción de emisiones de CO2.
Les dejo este verano que muchos de ustedes, queridos lectores, ya estarán disfrutando, para reflexionar sobre este asunto. Debemos replantearnos nuestras políticas de ejecución, las tasas de renovación de la tecnología, la obsolescencia programada y la evolución a modelos TIC más eficientes. Y hemos de hacerlo antes de que la explosión digital que vivimos nos absorba hasta el punto de que sea imposible reconstruir las bases de un castillo de arena sin parangón.
Disfruten de un buen verano, sean buenos en mi ausencia. Nos encontramos de nuevo en septiembre, coincidiendo con el habitual aterrizaje en Santander con el no menos clásico congreso de la patronal tecnológica Ametic.