A un país con un sistema de salud pública tan desarrollado como España le toca muy de cerca el cambio de paradigma que está provocando la convergencia de avances tecnológicos en disciplinas como la biología, la genómica, la informática, la estadística y la ingeniería.
Los principales vectores de cambio son, a grandes rasgos, dos: la denominada medicina de precisión, que combina la captación y el análisis de datos con soluciones de inteligencia artificial para anticipar y, en su caso, ofrecer la terapia que mejor se ajuste a cada paciente en tiempo real; y un nuevo modelo de negocio emergente, conocido como sanidad basada en valor, del que han comenzado a desarrollarse los primeros proyectos piloto en nuestro país, como el acuerdo entre la multinacional Medtronic y el Hospital Sant Pau de Barcelona para conocer con exactitud los resultados de un tratamiento y amoldar la gestión a partir de ellos.
Al margen de otras consideraciones de carácter técnico, ambos asuntos han centrado la atención de la prestigiosa Bio International Convention que acaba de celebrarse en Boston (EEUU), uno de los hubs mundiales de biotecnología.
El presidente de la conferencia, Jim Greenwood, prácticamente calcó su intervención del año pasado: «A los médicos y hospitales se les paga cada vez más no por la cantidad de atención que brindan, sino por el resultado o la calidad de la atención que reciben los pacientes. La tendencia emergente en la atención médica consiste en recompensar el valor, en lugar del volumen. Este es el futuro, habrá menos enfoque en el número de pruebas o tratamientos que recibe un paciente y nos centraremos más en si la salud de un paciente mejora». Este es el nuevo modelo de negocio que se impone. Habrá que ver si nuestros gestores deciden entrar en este juego exento de ideología, sin autonomías que valgan, en el que se trata de mejorar la eficiencia.
Otro obstáculo que debe superar la revolución sanitaria es el enlozado receptáculo de datos del paciente. Europa ha querido complicar más el asunto -por si no fuera suficiente con la escasa interoperabilidad- con el Reglamento de Protección de Datos (GDPR), cuyo impacto en el big data ha sido calificado por los expertos en BIO como «escalofriante».
El responsable de política de salud de la convención, Jeremy Isenberg, advirtió de que «algunos pacientes pueden simplemente no estar dispuestos a participar» y dar acceso a sus datos, lo que equivaldrá a «no querer ‘saber’ que pueden tener una enfermedad incurable en el camino». Complejo panorama el que se presenta para los gestores de una sanidad que queremos que sea eminentemente pública. Pues nada: a trabajar.