Incluso para muchos madrileños, el edificio neoclásico que corona una pequeña montaña al sur del Retiro es un misterio. Algunos piensan que se trata de algún anexo al propio parque, para otros es algún edificio asociado al cercano Ministerio de Agricultura o al Jardín Botánico. Lo cierto es que con quien más relación tiene es con este último, en tanto que fue diseñado por el mismo arquitecto -Juan de Villanueva- en el eje de su autoría que también incluye al Museo del Prado.
Construido en 1790, se trata del Real Observatorio de Madrid, el lugar desde el que durante décadas se calculó la hora en nuestro país o se resolvió el problema de la longitud en el mar para facilitar las exploraciones navales. Y, ahora, además de un edificio de ensueño, también es epicentro de algunas investigaciones de la Agencia Espacial Europea.
No es de extrañar, por tanto, que sea en este paraje extraordinario donde la ESA (fundada en tiempos más recientes, 1975) haya mostrado algunos de los detalles tecnológicos que acompañan a las misiones más conocidas de esta agencia. Y no, no hablamos de cohetes, satélites o ingentes telescopios, sino de los datos que a todos ellos acompañan y que son la base de la ciencia astronómica y multitud de aplicaciones comerciales en tierra firme.
Si el Real Observatorio de Madrid es el escaparate, la verdadera magia sucede en los distintos centros especializados de la ESA repartidos en algunos de los 22 países miembros, cuatro asociados, Canadá y otros cinco europeos con acuerdos especiales. Entre ellos, el ESAC en Madrid, desde donde se pretende abrir "una ventana al universo".
Son palabras de Rubén Álvarez, Science and Operations IT Manager en la Agencia Espacial Europea (ESA). Él es el responsable de cómo se captan, transmiten y procesan las enormes cantidades de información que generan las distintas misiones espaciales para que pueda ser aprovechada de manera sencilla, eficiente y eficaz por parte de la comunidad científica y, también, de las empresas.
Magnitudes de otro planeta
Pongamos algunas cifras para contextualizar el desafío al que se enfrentan Álvarez y su equipo: desde 1957, se han lanzado 6.370 satélites al espacio, con un peso total de 10.700 toneladas. Y tan sólo una pata de actividad, como es Copernicus y sus Sentinel (dedicada a la vigilancia de la tierra, mar y aire de nuestro planeta), genera 16 terabytes de datos al día. Y todos y cada uno de esos datos se almacenan y procesa para ser puesto a disposición, gratuita y abiertamente, a todo aquel que lo desee.
Gracias precisamente a la magia de la información recogida por sus satélites, en el reciente terremoto de Turquía se pudo identificar zonas dañadas o potencialmente dañadas con una precisión nunca antes vista. En ese sentido, Sentinel fue capaz de detectar movimientos de tierras con una precisión de +-3 metros, siendo un instrumento fundamental para guiar las labores de rescate y reconstrucción.
Pero no es la única aventura de la ESA en manejar este orden de magnitudes. Por ejemplo, la sonda Rosetta fue lanzada en 2004 para capturar y aterrizar en un cometa. Su misión completa duró 12 años, 6 meses y 28 días, durante los cuales generó 218,25 Gb de datos. Pueden parecer relativamente asequibles, no en vano cabrían en muchos discos duros domésticos de la actualidad, pero si le unimos la complejidad de que fueron transmitidos a una velocidad de 14 a 91 kbps, la cosa cambia. Por situarnos, la primera generación de módems ADSL permitía transmitir datos a 1.5Mbps. Y es que esa información tuvo que recorrer nada menos que 7,9 billones de kilómetros para que pudiéramos hacer uso de ella.
Los observadores cósmicos
Misiones como Gaia y Euclid son otro exponente destacado de la hazaña épica que la ESA tiene que llevar a cabo cada día para asegurar que toda la información generada en el espacio llegue sana y salva a casa. Ambas aventuras están englobadas en la exploración del universo, por pura vocación científica y con la curiosidad por bandera, en este reto no menos mayúsculo de conocer algo más que el escaso 5% que se calcula dominamos en la actualidad.
Gaia se encuentra situada a 1,5 millones de kilómetros de la Tierra, en el punto conocido como L2. Desde allí, envía cada día entre 15 y 100 Gb de datos con un propósito que roza los límites de la ciencia ficción: hacer un mapa en 3D de todo el universo. O, al menos, de los dos billones de objetos que tenemos identificados y que, sin embargo, apenas suponen el 1% de la Vía Láctea.
Esta información -que suma alrededor de 1 petabyte- es almacenada y procesada en seis centros de datos distintos en toda Europa, incluyendo dos en España (ESAC en Madrid y el Barcelona Supercomputing Center, usando tecnología de diferentes fabricantes comerciales, como NetApp). Algo parejo a lo que sucederá con Euclid, aunque en este caso subiendo la apuesta: de 10 a 20 petabytes en total en nueve centros de datos.
La librería digital del universo
"Los datos de todas las misiones son un tesoro, porque contar con esta información podemos facilitar que se respondan algunas de las grandes preguntas de la Humanidad", explica Rubén Álvarez. "Cada vez tenemos mejores instrumentos y mejor tecnología digital para ver mejor el universo. Y, de forma periódica, refrescamos y reprocesamos los datos con las nuevas soluciones a nuestro alcance para ver si podemos mejorar la calidad de la información que tenemos almacenada de todas las misiones".
El experto de la ESA no se limita a tildar de tesoro este almacén de datos, sino que se atreve incluso a darle nombre: la "biblioteca digital del universo". Quizás sea la biblioteca más espectacular que haya conocido el hombre, a la que acceden alrededor de 18.000 personas de forma habitual -principalmente científicos- para encontrar algún resquicio, alguna respuesta a las cuestiones trascendentales que todos conocemos: ¿cómo surgió el universo? ¿estamos solos en el espacio? ¿qué hay más allá de donde nos alcanzan la vista y los telescopios? ¿hay vida en algún otro planeta? ¿cuál será el final del universo tal y como lo conocemos?