La verdad sobre la famosa frase de Blas de Lezo de "todo español debe mear mirando a Inglaterra"
El marino y general de la Armada fue el decisivo defensor de Cartagena de Indias en 1741, uno de los mayores desastres navales de la historia de Inglaterra.
11 julio, 2024 14:13La azarosa relación histórica entre España e Inglaterra suele rescatarse cada vez que los deportistas de ambos países se enfrentan en alguna gran competición. A veces las pulsiones patrióticas del pasado hierven con motivo de una enconada polémica, como ocurrió durante en la Eurocopa de 2004. Las críticas de la prensa británica a Luis Aragonés por sus controvertidas palabras para motivar a José Antonio Reyes —"dile al negro que usted es mejor que él", le pidió en referencia al galo Thierry Henry, su compañero en el Arsenal—, fueron respondidas por el técnico español con un: "Sé lo que es ser racista, me acuerdo de las colonias inglesas". Carnaza para los tabloides que recurrieron a todos los mitos: el exterminio de indígenas, la Inquisición...
La actual edición de la Eurocopa enfrenta este domingo en la final a Inglaterra y España, y si bien no se ha registrado ningún episodio como el de hace dos décadas, las redes sociales son caldo de cultivo ideal para bromas e invocaciones históricas de todo tipo. Nada más acabar el partido de su selección, el historiador británico Tom Holland, por ejemplo, tuiteaba el retrato de la reina Isabel I con el que se celebró la victoria sobre la llamada Armada Invencible de Felipe II en 1588. Desde la Península Ibérica se ha optado por abanderar de nuevo una figura harto reivindicada los últimos años: Blas de Lezo, ilustre marino de la Armada y decisivo defensor de Cartagena de Indias en 1741.
Lo cierto es que hay una célebre sentencia del general vasco cojo, tuerto y manco que se está repitiendo y compartiendo en la previa del enfrentamiento futbolístico: "Todo buen español debería mear siempre mirando a Inglaterra". ¿Pero es verdad que Blas de Lezo pronunció esas palabras o se le atribuyeron después de su muerte?
"Esa 'famosa frase' no consta en ningún documento que yo haya visto, estudiado o encontrado referencia fiable alguna. Sinceramente creo que es totalmente apócrifa", explica a este periódico Gonzalo M. Quintero Saravia, doctor en Historia de América por la Universidad Complutense y autor de una de las biografías más completas del marino, titulada Don Blas de Lezo (Edaf).
No fue el hombre que sirvió cuarenta años a Felipe V, y cuya figura acabó empañada por la sed de gloria de un virrey egoísta, un fanfarrón en sus palabras, pero sí hay constancia de sus dotes dialécticas con las que sorteó a su gran némesis: el vicealmirante Edward Vernon.
Toreando a Vernon
El marino británico sí era bastante fanfarrón, como refleja su promesa como parlamentario en la Cámara de Comunes de que le bastarían seis buques de guerra para tomar Portobelo. Es cierto que lo logró en 1739, pero la plaza, cuya importancia estratégica había disminuido —era solo ya un punto de encuentro entre las caravanas de las mulas cargadas con la plata del virreinato de Perú y la Armada de los Galeones—, contaba entonces con unas defensas calamitosas. Vernon, de quien se acuñaron monedas conmemorativas con su efigie y los seis barcos, envió a sus emisarios a las negociaciones con el coronel Bernardo Gutiérrez Bocanegra porque no lo consideraba un homólogo digno para tratar con él.
El siguiente objetivo de su plan era Cartagena de Indias, la joya de la Monarquía Hispánica en el Caribe. Sintiéndose amo de la situación, Vernon decidió liberar a parte de los prisioneros españoles y remitió una carta a Blas de Lezo, fechada el 27 de noviembre de 1739, en el que hacía referencia a la magnanimidad de la nación inglesa en cuanto al trato de los cautivos se refiere. El marino vasco le contestó con ironía: "La manera con que dize V.E. a tratado a sus Enemigos es muy propia de la generosidad de V.E., pero rara vez experimentada en lo General de la Nación (sic)".
Vernon pretendía que su oponente respondiese con la misma moneda para disponer de información de primera mano de las defensas de la plaza y sus preparativos. Pero el general de la Armada no cayó en la trampa: "En quanto al encargo que me hace V.E. de que sus Paisanos, hallaran en mi misma correspondencia que los mios han experimentado en esta ocasión, y que solicite que los factores del sur sean remitidos a Jamaica, inmediatamente diré, que no dependiendo esta providencia de mi arbitrio, no obstante, practiqué las diligencias convenientes con el gobernador de esta Plaza, a fin de que se restituisen a esa Ysla; pero parece que sin orden del rey no puede practicar esta disposición".
Impregnado de un inquebrantable sentido del honor y de carácter serio y recio, Blas de Lezo aceptó el reto de su oponente y le dijo, en esa carta fechada un mes más tarde que la de Vernon, que estaba esperando su ataque en Cartagena de Indias: "(...) puedo asegurar a V.E. me obiera hallado en Portovelo para impedírselo, y si las cosas ubieran ido a mi satisfacción, aun para buscarle en otra qualquiera parte; persuadiéndome que el ánimo que faltó a los de Portovelo, me ubiera sobrado para contener su cobardía".
Contra todo pronóstico, Cartagena de Indias resistió la embestida. Seis navíos de guerra y unos 3.000 hombres lograron detener una fuerza invasora diez veces superior. "Este feliz suceso no esperado según lo consternada que estaba la tropa, no debemos atribuir á causas humanas si no á las misericordias de Dios, por que en lo natural debían con la fuerza que trajeron, y la poca que había en el cerro, haberse hecho dueños de él", comentó el propio Blas de Lezo.
Los ingleses contabilizaron 4.500 muertos —por 600 españoles— a consecuencia y de un brote de fiebre amarilla y seis naves incendiadas y una veintena tan averiadas que no se podrían reparar. "Nunca más los ingleses se atreverían a montar una expedición a gran escala contra las posesiones españolas en América", explica en su libro Gonzalo M. Quintero Saravia. El desastre naval, como ya había ocurrido dos siglos antes con la Contraarmada de 1589, fue silenciado.
Blas de Lezo murió a las ocho de la mañana del 7 de septiembre de 1741 a consecuencia de las heridas recibidas en la defensa de Cartagena de Indias, que se le habían infectado. A pesar de que en una estatua en Cádiz le atribuye unas gloriosas palabras de despedida -"Dile a mis hijos que morí como un buen vasco, amando y defendiendo la integridad de España y del Imperio, gracias por todo lo que me has dado mujer (…) ¡Fuego! ¡Fuego! ¡Fuego!"-, al parecer tampoco las pronunció nunca.