La operación especial de los Tercios españoles que infundía terror entre sus enemigos
La encamisada consistía en infiltrarse en el cuartel enemigo por la noche, vestidos con camisas blancas, y acuchillar a los enemigos que dormían.
1 mayo, 2024 10:55En septiembre de 1572, durante la guerra de Flandes, el duque de Medinaceli encargó a Fadrique de Toledo una operación militar nocturna con el objetivo de sorprender a una fuerza enemiga alojada en el pueblo de San Sinforien, a las órdenes del príncipe de Orange, y que intentaba socorrer a la plaza de Mons, cercada por las tropas de la Monarquía Hispánica. El mando táctico se confió al maestre de campo Julián Romero, leyenda de la batalla de San Quintín, a la cabeza de 400 arcabuceros españoles guiados por cuatro capitanes y con varias unidades más como apoyo en retaguardia.
El plan consistía en ejecutar una encamisada, una de las tácticas más mortíferas y sorprendentes de los Tercios. "Se trataba de un golpe de mano nocturno, que preferiblemente se asestaba en el denominado cuarto de guardia de 'la modorra', pasada la media noche, cuando el enemigo dormía y a sus centinelas les costaba más combatir el sueño. Idealmente, el tiempo se calculaba para que el ataque en sí se produjera de forma que cuando hubiera terminado, empezase ya a clarear, lo que permitía efectuar la retirada a la luz del día, al amparo de las fuerzas de cobertura que siempre se disponían con esa finalidad", explica Julio Albi de la Cuesta en su clásico De Pavía a Rocroi (Desperta Ferro).
Aquella noche de 1572, los arcabuceros llevaban tapada la mecha de sus armas para que el resplandor no les delatara. Tras degollar a los centinelas, la pequeña fuerza irrumpió en el lugar, pasando a cuchillo al mayor número posible de enemigos, desbarrigando a los caballos e incendiando el campamento. El príncipe de Orange logró salvarse de milagro gracias a que los ladridos de su perro le sobresaltaron cuando dormía plácidamente. Tras una hora de ataque, el balance fue de 300 "rebeldes" muertos y 60 bajas entre los asaltantes, la mayoría provocadas por no obedecer la señal de repliegue.
Aunque el ejército de socorro flamenco lanzó un intento de persecución, este fue frenado por la caballería católica y el tronar de muchas trompetas que hizo creer a sus adversarios que todo el ejército imperial estaba desplegado y listo para la batalla. Poco después, el contingente del príncipe de Orange se retiró y la plaza de Mons cayó en manos españolas.
"Fue una encamisada casi modélica, por su minuciosa planificación, que incluyó prever las eventuales reacciones del contrario, al que se logró no solo sorprender, sino engañar sobre la fuerza real española, mediante la estratagema de las trompetas", analiza Albi de la Cuesta. "No participaron en ella ni mosqueteros ni piqueros, por ser sus armas demasiado embarazosas para esos trabajos. Se recurrió, en cambio, a los que se podría describir como elementos ligeros de los Tercios, arcabuceros y alabarderos. De los primeros habría que destacar la frecuencia con la que se acudía a ellos, prácticamente como fuerzas de élite. Habría que anotar la presencia de los segundos, en misión de cobertura frente a la caballería. Por último, señalar tanto la utilización de españoles como la demasiada osadía de estos, un problema recurrente en ellos".
Las encamisadas fueron uno de los movimientos más sorprendentes y arriesgados desarrollados por los Tercios. Los soldados que participaban en estas operaciones especiales cortas y violentas eran como fantasmas, vestidos con camisas blancas —de ahí su nombre— para no confundirse con el enemigo en la oscuridad, que resultaba sorprendido mientras dormía en la tienda o junto al fuego. Los yelmos también se solían cubrir con tela blanca, utilizando servilletas o pañuelos. El número de tropas era muy variable, pero solía ser un número de cierta entidad para obtener un resultado significativo. Requería además dosis de disciplina y coordinación entre los implicados tanto a la hora de ejecutar el golpe de mano como a la de replegarse.
El riesgo de las encamisadas era enormemente elevado —el propio Julián Romero recibió un arcabuzazo en el brazo y tendrían que amputárselo—, y no todas salieron bien. Pero algunas fueron célebres, como la de Pavía de 1525, que precedió a la famosa batalla en que las fuerzas españolas capturaron al rey francés Francisco I. Durante el asedio a la plaza de Castelnuovo en 1539, armados únicamente con daga y espada, los españoles provocaron el pánico en las filas otomanas y hasta la retirada momentánea del almirante Barbarroja a su nave.
"Aunque los españoles tenían predilección por ellas, no faltaban algunos especialmente quisquillosos que las despreciaban 'por vergüenza', creyendo poco caballeroso dar de estocadas al enemigo mientras dormía", recuerda el historiador, gran experto en la historia de los Tercios. "Pero la mayoría no compartía esos prejuicios, más acordes con tiempos pretéritos, que se dejaban de lado ante las posibilidades de distinguirse que brindaba la encamisada. Ello no obsta para que se reprochase a los españoles lo mucho que les costaba guardar el silencio que esta exigía, lo que con toda probabilidad era una acusación justificada".