A la sombra de los olivos silvestres, en la zona conocida como El Acebuchal, la pala de un vecino de la localidad hispalense de Carmona se topó con la escena de un truculento crimen ocurrido hace milenios. Varios esqueletos en posturas forzadas e inusuales y con huesos machacados vieron la luz del día después de más de dos mil años ocultos bajo tierra. Era 1891 y el personaje se dedicaba al expolio de antigüedades en varios túmulos de olvidadas necrópolis tartésicas en las crestas y colinas de los Alcores, cadena montañosa que controla la vega y el valle medio del Guadalquivir.
"No hacía falta ser un gran observador para llegar a la conclusión, por la posición de los esqueletos, de que estos individuos habían muerto ahí mismo. Las piedras que parecen haber sido arrojadas violentamente a la fosa y los cráneos aplastados son hechos que hablan con elocuencia", explicó en 1899 George Edward Bonsor, arqueólogo e hispanista franco-británico que investigó el lugar y halló nueve de estos "lapidados". Más tarde, documentó más sacrificios humanos en la sierra de Alcores.
Sin embargo, más de cien años después de su descubrimiento y estudio, aquellos enigmáticos esqueletos plantean más dudas que certezas. "Ahora bien, es muy posible que Bonsor fuese víctima de una ilusión disculpable", explica Jesús Manuel Fernández Rodríguez, doctor en Prehistoria por la Universidad de La Laguna y profesor de Enseñanza Secundaria y Bachillerato en La muerte en Tarteso (Almuzara).
Por toda el área tartésica se encontraron otros posibles lapidados o sacrificios humanos que, lejos de aclarar el misterio, añaden nuevas preguntas sobre las nebulosas y variables concepciones del más allá en la protohistoria peninsular. En algunos hay ancianos, en otros, mujeres y niños, y todos encierran decenas de secretos.
Recogiendo los últimos estudios sobre el tema y combinando arqueología, bioarqueología, antropología e historia cultural, Fernández Rodríguez realiza un sugerente viaje a lo más profundo del ya de por sí desconocido y esquivo mundo tartésico. Para ello, utilizando métodos detectivescos, trata de resolver el misterio de decenas de "enterramientos inusuales" ofreciendo una interesante batería de teorías e hipótesis sobre su identidad y los misterios que les envuelven.
La lapidación
En la compleja escena del crimen de la necrópolis de El Acebuchal se encontraron 22 túmulos de finales de la Edad del Bronce (entre los siglos VII y VI a.C.) en los que se mezcla la cremación y el enterramiento. En la cota más alta de la zona, junto a cuatro de estos túmulos donde se enterraron personajes notables de la comunidad, se encuentran las fosas de los 9 lapidados rematadas por pequeñas montañitas de tierra. Un poco más lejos se localizaron algunos pozos repletos de cenizas de fuegos rituales en los que se encontraron huesos de bueyes y caballos.
Los esqueletos que hipnotizaron a Bonsor aparecieron con grandes piedras sobre la cabeza y sus extremidades. Muchos de ellos aparecían mirando al oeste o al suroeste, con las manos cubriendo sus rostros, quizá intentando protegerse de forma fútil.
Esta zona de la necrópolis es la única en la que aparecieron elementos de prestigio como punzones y peines de marfil tallado y broches de cinturón. Uno de estos peines asociado a una fosa de lapidación mostraba a dos guerreros, uno a caballo y otro a pie. El carácter militar de este marfil "representa un argumento añadido para la vinculación del ámbito del sacrificio y el de la guerra y su relación con una posible servidumbre en la cultura tartésica", apunta Fernández Rodríguez.
Miedo a la muerte
Sin embargo, parafraseando a Arthur Conan Doyle, creador del famoso detective ficticio Sherlock Holmes, cuanto más evidente parece un caso, más difícil es resolverlo y las preguntas se suceden unas a otras de forma interminable. ¿Fueron sacrificados en una hecatombe para acompañar al más allá a grandes personajes? ¿Fue una ejecución ejemplar por algún crimen? ¿Fueron realmente lapidados allí mismo?
En realidad, la causa de la muerte se desconoce y bien podrían haber sido envenenados o degollados. Ninguna de estas muertes queda reflejada en los huesos, única prueba con la cuentan los arqueólogos. Nunca se les realizó un estudio osteoarqueológico que indicase sin lugar a duda que murieron de forma violenta a causa de las piedras. Quizá estas formasen parte de la fosa y cayeran con el paso de los siglos aplastando los huesos o quizás fueran colocadas sobre las extremidades para mermar su movilidad y evitar que los difuntos escapasen de la tumba.
"Prácticas como colocar peso sobre el finado, la decapitación, o el uso de clavos y estacas para sujetar el cuerpo son pequeñas muestras de una sociedad que se esfuerza por (re) matar a los muertos, es decir, mantenerlos dentro de la tumba, pacificarlos y asegurar que no vuelvan a atormentar a los vivos", explica el autor.
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Este miedo hacia algunos muertos 'especiales' estaría enfocado hacia personas que han tenido, por ejemplo, muertes poco corrientes que atemorizasen a su comunidad. Algunas de estas muertes poco usuales serían repentinas, debido a accidentes como morir ahogado al cruzar un río, o a elementos naturales como ser alcanzado por un rayo.
También podrían ser parte de un grupo marginal asociado quizá a la brujería o al mundo criminal. En definitiva, una serie de personas que de alguna forma se consideró que afectaban de forma negativa al resto del grupo y, una vez muertos, nada garantizaba a los vivos que su alma realmente descansase y no buscase venganza. De ahí aprisionarlos con pesadas piedras.
Sin embargo, todo el caso se enreda en un poderoso nudo gordiano que parece incapaz de solucionarse. "Los hallazgos de estos cuerpos siguen suscitando preguntas acuciantes y sus historias se reescribirán constantemente", apunta Fernández Rodríguez.
No es el único. En la necrópolis tartesia de Medellín, en Extremadura, se encuentra la calavera de un hombre junto a los huesos cremados de una mujer, ambos de entre 40 y 50 años. ¿Se trataría de un posible culto al cráneo? ¿La cabeza habría caído de un altar? Pasados más de 2.000 años puede que nunca se sepa la verdad, muchas pruebas se han perdido y los casos corresponden a un mundo desaparecido y extinto cuyos símbolos y mensajes resultan casi inescrutables.