La rivalidad política que acabó con la República romana: mejor el suicidio que rendirse a Julio César
El historiador Josiah Osgood reconstruye la feroz pugna que mantuvo el militar con el senador Marco Porcio Catón y su papel en el desarrollo de la autocracia en Roma.
2 febrero, 2024 09:42Los historiadores se han afanado durante décadas en tratar de explicar por qué Roma, una de las repúblicas más longevas del mundo, cambió la libertad de la autonomía política por la seguridad de la autocracia. Si los siglos iniciales mostraron la eficacia del sistema, el último, el I a.C., puso de relieve cómo los anhelos de gloria egoístas e individualistas de la élite pervirtieron sus resortes de control institucional. La consecuencia fue que para alcanzar el poder, para acabar con los adversarios, se normalizó la violencia.
Para Josiah Osgood, profesor y director del departamento de Clásicas de la Universidad de Georgetown (Washington D. C.), existe un factor crucial por encima de todos que explica la caída de la República romana: la rivalidad política y personal entre Julio César y Marco Porcio Catón, dos políticos enfrentados en sus propuestas para el gobierno de la Urbs, pero también de personalidades opuestas. El primero, el disciplinado general, era un derrochador que perseguía la popularidad entre los ciudadanos, el otro senador, más joven, se erigía en defensor de la austeridad y la tradición y en acicate de la lucha contra la corrupción.
Su pulso escaló hasta límites tan extremos que fomentó un clima de confrontación y una política fuertemente partidista que condujo de nuevo a la violencia, al estallido en el año 49 d.C. de una brutal guerra civil con decenas de miles de muertos. Esa es la tesis que el historiador defiende en César contra Catón (Crítica), la primera biografía dual de dos maestros de la maquinación política que se reconstruye e indaga en la magnitud de su duelo y en las consecuencias que tuvo para el devenir de la República romana.
"César y Catón imaginaban para Roma unos futuros que no podían coexistir: un imperio que ejercía su poder para el pueblo frente a un Senado que protegía al pueblo de los todopoderosos constructores de imperios. Su querella ilustra el choque entre dos maneras de ver el mundo y, como resultado, deja al descubierto los desafíos a los que se enfrentaba la República", escribe el también autor de El legado de César (Desperta Ferro). Osgood atribuye a esta rivalidad y al papel del senador una mayor relevancia en el origen del conflicto que la figura del otro general en liza, Pompeyo.
"Las acciones que llevaron a cabo en vísperas de la guerra, pero también años anteriores, provocaron una situación de estancamiento y les proporcionaron suficientes aliados como para arrastrar a todo el mundo romano a la refriega", apunta en la introducción de su obra. "Puede que su rivalidad no fuera la única razón de la guerra, pero esta no habría sido lo que fue, ni sus ramificaciones tan devastadoras, si esa enemistad no hubiera avivado las llamas".
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Lección para el presente
Uno de los pocos puntos de unión entre ambas figuras fue que crecieron en los años de la tiranía de Sila y compartían un mismo rechazo por los excesos y ejecuciones cometidas entonces, una época en la que la violencia se convirtió en una herramienta recurrente y habitual. De hecho, llegaron a colaborar durante una causa común en uno de estos juicios contra los seguidores del dictador. Pero César y Catón [el Joven] eran tan diferentes como el blanco y el negro: al atractivo físico, ropas holgadas y apetito por los placeres sensuales del primero se contraponía la imagen de otro hombre que paseaba por Roma descalzo y con la ropa sucia, siempre con un libro de filosofía estoica bajo el brazo.
El origen de la disputa se remonta a finales del año 63 a.C. Durante un debate en el Senado para decidir el castigo de cinco conspiradores que apoyaban un levantamiento armado de Lucio Catilina, un político casi en bancarrota que no había logrado ser elegido cónsul, César abogó por no ejecutarlos, defendiendo que como ciudadanos debían de ser sometidos a un juicio. Su propuesta, que parecía la más apoyada por el resto de senadores, consistía en encarcelar a los criminales de por vida en varias ciudades de la Península Itálica y confiscar todos sus bienes.
Sin embargo, la situación cambió a raíz de la intervención de Catón: el joven senador, un recién llegado a la alta política romana, instó a sus compañeros a actuar con prontitud para cortar la conspiración de raíz: siguiendo la práctica ancestral, había que ejecutar cuanto antes a los cinco acusados. Al final, esta fue la intervención que recibió más apoyos en una votación. Pero fue tan solo el primer round de una rivalidad constante.
En una ocasión, los seguidores de César lanzaron piedras contra Catón y se lo llevaron en volandas cuando impedía la aprobación de unas leyes en la asamblea popular. El futuro dictador, como cónsul, intentó otra vez encarcelar a su oponente, pero el senador, en lugar de amedrentarse, pronunció discursos en los que acusaba al militar de enriquecerse a base de saqueos durante la guerra de las Galias —incluso llegó a pedir que fuese entregado a sus enemigos bélicos—. Era una lucha sin cuartel, y sin marcha atrás: cuando se hizo evidente el fracaso de la causa republicana, Catón prefirió suicidarse antes que acogerse a la política de clementia cesariana.
La narración de Josiah Osgood no solo es sugerente por los episodios que relata, sino porque en ellos encuentra lecciones para el presente. Según su punto de vista, la historia del enfrentamiento entre César y Catón "ilustra hasta qué punto puede hacer estragos el partidismo": "La polarización no siempre acaba en guerra civil, pero todas las grandes guerras civiles empiezan por ahí".