El jesuita francés Antoine Poidebard ostenta la etiqueta de padre de la arqueología aérea. En la década de 1920, al principio de la edad de la aviación, el cura, que había pilotado un biplano durante la I Guerra Mundial, se subió a un avión para documentar desde el cielo y con una cámara más de un centenar de fuertes y estructuras romanas en una zona que hoy abarca las actuales Siria, Irak y Jordania. Según concluyó en una monografía titulada La Trace de Rome dans le desert de Syrie (1934), todas estas instalaciones habrían formado una línea defensiva de más de 1.000 kilómetros en la frontera oriental del Imperio romano.
Si bien sus hipótesis han sido desde entonces bastante aceptadas por la comunidad académica, Poidebard no logró aventurar la verdadera dimensión de este sistema de fortificaciones. Revisando una serie de imágenes desclasificadas tomadas por satélites espías de la CIA estadounidense durante la Guerra Fría, en las décadas de 1960 y 1970, un equipo de arqueólogos ha descubierto 396 fuertes inéditos o estructuras similares —la mayoría son cuadradas y miden entre 50 y 80 metros por lado, aunque las hay el doble de grandes y más complejas con múltiples edificios—, que se suman a los 116 identificados por el explorador jesuita y que modifican la teoría más aceptada hasta ahora.
La disposición espacial de los nuevos yacimientos localizados —habría que confirmar in situ, con excavaciones arqueológicas, que todos se remontan a la época romana— forma más bien una línea de este a oeste siguiendo los márgenes del desierto interior que conecta Mosul y el río Tigris con Alepo, en el oeste de Siria. Poidebard propuso que los romanos desarrollaron una línea defensiva de fortificaciones de norte a sur, a grandes rasgos desde las antiguas ciudades de Palmira y Raqqa, en el Éufrates, hasta Nisibis, en el sur de la actual Turquía.
"La distribución de estos fuertes surgiere que no funcionaron como una muralla fronteriza con una serie de torres y campamentos fortificados diseñados para frenar las incursiones hacia el oeste de los ejércitos persas o de las tribus nómadas en aldeas de agricultores. Nuestros hallazgos respaldan la hipótesis alternativa de que tales fuertes sustentaban un sistema de comercio, comunicaciones y transporte militar interregional basado en caravanas", escriben los investigadores, liderados por Jesse Casana, del Dartmouth College de New Hampshire (EEUU), en un artículo publicado en la revista Antiquity.
Las 396 estructuras inéditas, en este sentido, habrían sido un esfuerzo de la maquinaria imperial por garantizar el comercio entre las provincias orientales y los territorios que no se encontraban bajo el gobierno de Roma, así como enclaves para que los viajeros se tomasen un descanso en su recorrido por el desierto e hidratasen a los camellos y al ganado. Es decir, un limes mucho menos rígido de lo que se creía.
Las dataciones de algunos fuertes de la zona de Oriente Próximo que se han realizado en otros estudios apuntan a una cronología que va desde el siglo II hasta el VI d.C. Poidebard, que hizo sondeos en algunos de estos sitios, había propuesto los siglos II-III d.C. para la construcción las fortificaciones, coincidiendo con las inversiones que se realizaron en el limes oriental del Imperio romano durante los reinados de Septimio Severo y Diocleciano.
Las imágenes empleadas en este estudio forman parte del primer programa de satélites espías del mundo —el CORONA y su sucesor HEXAGON— llevado a cabo en un momento de gran tensión geopolítica entre Estados Unidos y la Unión Soviética. Según los investigadores, estas fotografías aéreas de alta resolución conservan el aspecto de un paisaje que se ha visto gravemente afectado en las últimas décadas por los usos modernos de la tierra. Muchos de los yacimientos identificados gracias a estas capturas han desaparecido en la actualidad por nuevas construcciones o por explotaciones agrícolas.