La independencia de la América española fue un proceso sumamente traumático para los ciudadanos españoles de ambos hemisferios. Sus causas y antecedentes son muchos, aunque su detonante inmediato fue la huida de Carlos IV y su hijo Fernando VII a Bayona, mientras las tropas de Napoleón invadían la Península Ibérica.
Es en este momento cuando la compleja figura de Simón Bolívar salta a los libros de historia volcando ríos de tinta y de sangre. Como parte de la élite criolla recibió las ideas de la Ilustración que llevaron a la independencia de los vecinos EEUU en 1783 y la Revolución francesa de 1789. Exultante por los logros "ilustrados" soñó con la independencia de América a cualquier precio, declarando en 1813 la guerra a muerte a "todo español que no conspire contra la tiranía en favor de la justa causa (...) será tenido por enemigo y castigado como traidor a la patria, y por consecuencia será irremisiblemente pasado por las armas".
Este decreto no fue ninguna bravata del libertador. A las pocas semanas, todos los prisioneros peninsulares y canarios fueron fusilados. Eso en el mejor de los casos; en el peor fueron degollados y acuchillados en cruentas ejecuciones para ahorrar munición. Sus casas y propiedades fueron saqueadas e incendiadas. La guerra de independencia venezolana acababa de entrar en su fase más descarnada.
"Navidad Negra"
En Caracas, las órdenes de Bolívar se cumplieron de una manera que hiela la sangre. Los rebeldes americanos celebraron un banquete la noche del 20 de agosto de 1813. Conocedores del decreto del caudillo, los 36 participantes eligieron a un preso en particular. Los elegidos "a la carta" fueron sacados de prisión y ejecutados en la misma plaza de la Catedral.
Con furor jacobino, las matanzas no terminaron ahí. El penal de La Guaira fue vaciado en febrero de 1814 por orden de Bolívar, quien aprobó decapitar a todos los prisioneros españoles, incluyendo militares y civiles. Para engrosar la lista, también se vaciaron los hospitales, cuyos enfermos fueron sacados de sus camas y acuchillados ante la escasez de munición, dejando un inmenso charco de sangre de más de 800 cadáveres.
A pesar de la crueldad demostrada, la guerra no se decantó por ningún bando, sino que se enquistó en lo más profundo de sus víctimas y verdugos. Las fuerzas independentistas, poco a poco, fueron ganando terreno en todo el virreinato. Pasto, en las montañas de Colombia, se resistía. Habitada en su mayoría por indígenas, se habían puesto del lado de la Corona española y derrotaron en numerosas ocasiones a los rebeldes. En 1822 su resistencia se quebró y el general Antonio José de Sucre, siguiendo órdenes directas de Bolívar, se cebó con la población en la conocida como Navidad Negra.
José María Ovando, un testigo de los hechos, recordó con horror que "las puertas de los domicilios se abrían con la explosión de los fusiles para matar al propietario, al padre, a la esposa, al hermano y hacerse dueño, el brutal soldado, de las propiedades, de las hijas, de las hermanas, de las esposas".
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Puede resultar contradictorio, contra el relato común, que los indígenas y mestizos de Pasto se mostrasen afines a la monarquía hispana. Al fin y al cabo, Bolívar era el libertador. Adolfo León González, doctor en Filosofía y Ciencias del Lenguaje, explica que "Bolívar trató de resolver, sobre el papel, el dilema moral que planteaba la guerra a muerte, eximiendo a los americanos del castigo por el pecado mayor de tomar partido contra la causa republicana, mientras los españoles eran condenados a muerte, aún si permanecían neutrales."
Taita Boves
Además de las escabechinas ordenadas por Simón Bolívar, el bando realista también tuvo sus bestias negras. El asturiano Tomás Boves, rubio y de ojos claros, tenía un pequeño comercio en los llanos de la sabana venezolana desde que fue expulsado de la Armada por contrabando a principios del siglo XIX. En un primer momento se sumó entusiasmado al movimiento independentista, aunque no les convenció y fue encarcelado.
Tras salir de prisión, liberado por los realistas en 1812, se lanzó con su caballo a las sabanas venezolanas. Allí reclutó una temible e irregular fuerza formada por negros, mulatos y pardos, es decir, los parias de la sociedad virreinal. Se puso al servicio de las fuerzas realistas y le siguió el juego a Bolívar.
Con sus hombres, tenía en común su odio a la élite criolla blanca, en su mayoría independentista. Llenos de ira, cargaron contra todo criollo que encontraron en su camino saqueando sus enormes propiedades. Para muchos de sus hombres, que habían vivido en un universo primitivo de pobreza, el hecho de ponerse las delicadas camisas de los blancos criollos resultaba toda una novedad.
Su horda, a la que se sumaron numerosos esclavos después de asesinar a sus dueños, fue conocida como la Legión Infernal y atemorizó a los hombres de Bolívar. Con suma brutalidad y siempre a caballo, cargó con sus hombres, que le llamaban cariñosamente "taita", papá. Según su segundo al mando, Francisco Tomás Morales, fue sumamente popular entre su tropa: "Comía con ellos, dormía entre ellos, y ellos eran toda su diversión y entretenimiento, sabiendo que sólo así podía tenerlos a su devoción (...) disponía el degüello de los blancos y el reparto de sus propiedades".
El asturiano se convirtió así en una suerte de "Coronel Kurtz" salido de Apocalypse Now. Al mando de su temible hueste, ejecutó y decapitó a cada soldado enemigo que pudo: la cabeza del teniente Pedro Aldao fue ensartada en una pica después de que Boves aniquilase a su columna. Derrotó al propio Bolívar dos veces y conquistó las ciudades venezolanas de Valencia y Caracas en 1814. Venezuela olía a incendio, pólvora quemada y cadáveres a medio descomponer. El hambre y las enfermedades se cebaron con los civiles. Venezuela olía a muerte.
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Su vida tocó su fin en diciembre del mismo año. El feroz asturiano lideró una carga de caballería contra el enemigo en la batalla de Urica. En el maremágnum de gritos, polvo y espadazos terminó ensartado por una lanza, no pudo ver su última victoria. Los líderes realistas que dirigían ejércitos al uso, con uniformes, normas y demás parafernalia, veían con desagrado la "guerra social" que había despertado el asturiano. Marginaron a su hueste que, sin su taita, probó mejor fortuna al servicio de su antiguo enemigo republicano.
Boves y Bolívar son dos caras de la misma moneda. Cada uno por su lado, hicieron con sus atrocidades que la paz fuera imposible y que ambos bandos chapoteasen en sangre hasta las rodillas en aquella cruel y fratricida carnicería, olvidada por muchos, que fue la independencia de la América española.