En plena Segunda Guerra Mundial, los Panzer alemanes arrasaron la Unión Soviética en la Operación Barbarroja de 1941. Tras los soldados de la Wehrmacht que combatían en el frente, marchaban 130 batallones de la policía nazi. Estos escuadrones de la muerte, Einsatzgruppen, tuvieron la macabra tarea de "barrer" y "limpiar" de judíos las ciudades y guetos de Europa del Este durante el Holocausto. Su objetivo era hacer hueco a la "raza aria" que luchaba por su "espacio vital".
Entre estas unidades sanguinarias sobresalió el Batallón de Reserva Policial 101 de Hamburgo, responsable del asesinato de 38.000 hombres, mujeres y niños y de enviar a los campos de extermino a más de 45.000 seres humanos. ¿Eran monstruos? El documental Aquellos hombres grises, basado en el libro homónimo de Christopher Browning y estrenado hace unos días en Netflix, intenta responder a esta pregunta.
El primer fusilamiento masivo en el que participaron los integrantes de este escuadrón lo recordaron con gran lujo de detalle. Fue improvisado y les pasó factura. El Alto Mando era consciente de la situación y les ofrecieron barra libre de alcohol. "Si tengo que repetirlo me vuelvo loco", comentó un policía a un suboficial. Con el paso del tiempo se fueron acostumbrando y dejaron de pensar.
Lo más llamativo del Batallón 101, el cuarto más letal de todos los escuadrones de la muerte nazis, responde al hecho de que la práctica totalidad de sus miembros eran ciudadanos normales y corrientes de clase media. Antes de la guerra eran taxistas, mecánicos o panaderos. Algunos estaban casados y eran padres y aún así cumplieron con sanguinaria eficacia las órdenes genocidas de fusilar a quemarropa a miles de inocentes, niños incluidos.
En el fondo eran conscientes de lo que hacían, pero lo hicieron. Lo más aterrador de esta historia es que no tenían nada de extraordinario ni fuera de lo común antes de vestir el uniforme. No estaban llenos de odio ni especialmente entusiasmados por la ideología y propaganda nazi.
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El documental explora los mecánismos psicológicos empleados por estos asesinos que antes de la guerra jamás se habrían planteado participar en fusilamientos y deportaciones masivas. En una de estas deportaciones a las cámaras de gas de Treblinka, los trenes iban tan cargados que estos hombres tuvieron que cerrar las puertas usando clavos.
Una mañana de julio de 1942, en Józefów, Polonia, el comandante Trapp, del Batallón 101, se plantó al frente de sus hombres visiblemente compungido y les informó que tenía que darles una orden terrible, pero quien quisiera podría negarse. Unos pocos lo hicieron y no hubo ninguna represalia oficial más allá de una nota en el expediente y de convertirse en parias y "cobardes" una vez los asesinatos masivos se convirtieron en la norma.
Monstruos normales
Si el primer asesinato lo recordaban de forma vívida, el resto empezaron a convertirse en borrosas experiencias. Atravesando un duro proceso de insensibilización, aseguraban no recordar lugares ni personas más allá de fugaces imágenes. La gran mayoría "cumplió con su deber", pero rápidamente se observaron tres grupos de comportamiento dentro del batallón, según el historiador Christopher Browning.
Uno de ellos se volvió salvaje y sádico, aprendieron a disfrutar y divertirse con su tarea a la que se entregaron con macabro entusiasmo. El segundo y más numeroso serían los pasivos, quienes no tomaron la iniciativa en ningún momento y solamente obedecían las órdenes superiores, convirtiendo sus crímenes en un trabajo, sucio desde luego, pero una rutina al fin y al cabo. "Alguien tenía que hacerlo", se excusaron cuando fueron procesados. Por último, están los objetores de conciencia, como el teniente Heinz Baumann, quien pidió el traslado a Alemania y fue visto como un "blando" por sus compañeros.
Este último grupo se corresponde con las personalidades más fuertes que no se dejaron presionar por la brutal combinación de coacción, manipulación psicológica y libre albedrío que convirtió a sus compañeros en fríos y eficaces asesinos.
Entre 1947 y 1948 ,una vez finalizada la guerra, los comandantes de los Einsatzgruppen fueron juzgados por sus crímenes en el Palacio de la Justicia de Núremberg. Los detalles de sus asesinatos y la abrumadora cantidad de víctimas pudieron ser cuantificados gracias al minucioso registro de los mismos por los oficiales. El fiscal jefe del caso, Benjamin Ferenz, afirmó que la situación le abrumó cuando llegó al millón de asesinados. En total, se estima que llegaron a un 1.400.000, principalmente civiles.
Durante todo el juicio, Otto Ohlendorf, general de División de las SS y máximo responsable de los batallones policiales, colaboró en todo momento con el tribunal respondiendo con sinceridad a sus preguntas. En ningún momento demostró remordimientos por sus acciones, que consideraba necesarias para proteger Alemania. El veredicto no se hizo esperar, fue declarado culpable y condenado a muerte, por lo que terminó colgando de una soga el 7 de junio de 1951 en la prisión de Landsberg.
El Holocausto no ha sido el último genocidio, crimen de guerra ni asesinato en masa de la humanidad. Cada uno tiene un contexto y una historia específica, pero cuentan con la colaboración de personas corrientes. La historiadora Hilary Earl concluye que "todos podemos convertirnos en asesinos bajo las circunstancias adecuadas". El documental invita a la reflexión personal avisando sobre lo maleables y vulnerables que somos. Al fin y al cabo, ¿las personas normales y corrientes somos monstruos?