La votación era un trámite, porque se sabía el resultado y porque, de hecho, la norma lleva vigente desde el pasado martes: todo el que ha querido ejercer su derecho a hablar en cualquiera de las lenguas de España lo ha hecho. Al final, fueron 180 los votos favorables y 170 los votos en contra.
Probablemente en protesta por la dislocación de la dinámica parlamentaria, cuando Francina Armengol llamó a la votación, que se hace en silencio y apretando un botón, hubo gritos en el hemiciclo: "¡No!", se oyó desde la bancada de Vox. "¡Sí!", se respondió a coro desde otros escaños.
En esta oleada de confusión, la diputada popular Rosa Quintana votó en arameo... que le dio al botón equivocado, quiere decirse.
Hacía falta mayoría absoluta (176) y el PSOE logró concitarla de sobra para cumplir con las exigencias de los independentistas, Esquerra y Junts, para convertir la Cámara Baja en el primer Parlamento de la UE que necesita traductores habiendo una lengua común en el país.
Unas exigencias que incluían, además, que el debate para decidir la reforma del Reglamento se celebrase como si la reforma ya estuviese en vigor: en cuatro idiomas y para visualizar, una vez más, una división en "bloques y trincheras", como los bautizó Borja Sémper, portavoz del PP.
Por eso, la Mesa del Congreso había comprado pinganillos, 450. Por eso, había alquilado transmisores, 650. Y por eso ya están en vigor los contratos de los intérpretes autónomos que, desde sus casas, escuchan toda la sesión... porque, en cualquier momento, cualquier diputado puede decidir cambiar de lengua.
Las taquígrafas de la Cámara Baja, por eso mismo, no se quitan el auricular en ningún momento: su trabajo es levantar acta, aunque ahora ya no sea siempre de lo dicho por el representante del pueblo, sino de lo que alguien le dice que ha dicho.
De nada sirvieron las enmiendas, de nada sirvió pedir que se suspendiera el pleno, de nada sirvieron las llamadas a la institucionalidad, al respeto a las normas...
Pero si ya la institucionalidad estaba siendo transgredida por todo esto desde el martes (desde el inicio de la XV Legislatura, hay que decirlo), más aún se transgredió, este jueves, cuando se vulneró hasta la norma que aún no había sido votada: el diputado de la Chunta Aragonesista pidió la palabra "por alusiones", se la concedió Francina Armengol, y se quejó de lo dicho por Pepa Millán, portavoz de Vox... en la charra aragonesa, pero sin autotraducirse después.
Perdone el lector que no se reproduzca aquí lo dicho por Jorge Pueyo, el reportero no lo entendió.
Pero tampoco sería sorprendente imaginar que lo que dijo es, más o menos, que él está en su derecho, que el aragonés sí que ha sido perseguido durante los 45 años de democracia y que "no es verdad que hay una sola lengua común, sino que todas las lenguas son comunes". Lo último sí va con comillas, porque en el patio compañeros de la prensa lo corroboraban.
Es cierto, el decoro parlamentario había sido puesto en duda por las palabras de Millán: "¿Qué es eso de que se persigue su lengua? Si usted nació en los 90, como yo... no nos traiga aquí sus traumas de colegial porque un profesor le tenía manía... mire, si quiere luego le damos un abrazo".
Al final sí, desde las 11.50 horas de este jueves 21 de septiembre es legal y está en vigor la reforma del artículo 150 del Reglamento del Congreso de los Diputados. Y nada más habría que contar si no fuera porque, una vez más, el debate de las enmiendas y de la reforma en sí fue utilizado por todos los grupos de la Cámara para echarle en cara cosas variopintas a los de enfrente, más o menos vinculadas a la nueva norma.
El debate, si lo hubo
Así lo hizo Sémper, portavoz del PP, tratando de pasar página sobre el uso de las lenguas cooficiales, cuando se puso a hablar de la negociación de la amnistía entre el PSOE y los representantes de Carles Puigdemont.
"Sería más honesto, habría una pizca de respetabilidad en lo que hacen hoy, aunque sea indefendible, si lo contaran abiertamente", explicó al argumentar que lo de las lenguas es sólo el primer pago de los muchos que vendrán. "No nos vengan con florituras, para ustedes es 'lo que sea por el poder' de Pedro Sánchez".
Y lo hizo Marc Lamuà, portavoz del PSOE, que afeó al PP sus conversaciones con los nacionalistas: tirando desde los tiempos de Aznar y el "Pujol, enano, habla castellano" hasta los "viajes ocultos del señor González Pons a Waterloo", que, de momento, son sólo rumor... pero eso a quién le importa.
Por criticar la supuesta "españolidad mal entendida" del PP, Lamuà le afeó hasta la bandera instalada (en 2001) en la plaza de Colón: "¡Señora, pase usted por Colón, y su hispanidad crecerá un 10%!".
Lo hizo Néstor Rego, portavoz y único representante del BNG, acusando a Alberto Núñez Feijóo de "perseguir" la lengua gallega. E incluso de "traicionarla", por mantener su postura de que en el Congreso se hable la lengua castellana, "la común de todos los españoles".
Y lo hizo Bel Pozueta, portavoz de EH-Bildu... o podríamos decir que lo hizo porque eso es lo que está pasando estos días. Pero la traducción simultánea, en ese momento, no funcionaba. Y ni haciendo "un esfuerzo" -como reclama a la prensa Míriam Nogueras, la portavoz de Junts- había manera de adivinar qué decía la diputada independentista, en su euskera natal.
No se autotradujo ella tampoco, porque el vascuence es lengua oficial según la Constitución Española y la norma, aún no votada pero ya en funcionamiento, le ahorra ese trámite, dejándolo al intérprete. Pero no lo hubo, al menos, para quien seguía el debate desde la cabina de prensa... y sólo se pudo adivinar que ella misma había dicho su nombre desde la tribuna.